"Para viajar no hay mejor
nave que un libro".
Emily Dickinson
Cuántos momentos inolvidables y cuánta felicidad me está brindando la literatura en estos más de veinte años de profesión. Gracias a Quercus, la gran novela de Rafael Cabanillas, he podido vivir y disfrutar los últimos. Y no falto a la verdad, si digo que este libro ha supuesto un viaje en todos los sentidos.
Por diversos motivos que no vienen al caso, yo no he viajado demasiado (si me comparo con gente que se pasa la vida planeando nuevos viajes y viajando a lugares inimaginables para mí). Pero por suerte, hace muchos años descubrí que también se puede viajar leyendo. Porque los libros, además de hacernos disfrutar, tienen la capacidad de transportarnos a países lejanos o a recónditos rincones del planeta. Del mismo modo, nos hacen viajar en el tiempo, a épocas remotas, o a nuestra propia infancia. Por último y no menos importante, suponen un viaje interior a las entrañas de lo que somos, de ese ser humano tejido de pensamientos y emociones en el que nos hemos convertido. Estoy convencida de que los libros, mejor dicho, los buenos libros, al igual que los viajes, nos transforman y dejan en nosotros una huella imborrable. Y como decía, Quercus, además de dejar una profunda huella en mí, ha sido un viaje en sí mismo. Un extraordinario viaje que comenzó con su lectura y que culminó con un desplazamiento en autobús de más de doscientos kilómetros a Navas de Estena, en el Parque Nacional de Cabañeros, para hacer la ruta del mismo nombre y conocer al artífice de este pequeño gran milagro literario.
Además, leer Quercus ha supuesto también volver a escribir. "Es cuestión de método y de ponerse", me dijo Rafael cuando le comenté que últimamente no encuentro el momento para hacerlo. ¡Ay! Don Rafael... qué método voy a seguir yo en este caos de prisas y horarios que llevo... Pero llegó Quercus y lo cambió todo, porque últimamente ando esbozando en mi cabeza frases, a veces párrafos completos, mientras hago las camas, friego o barro las hojas del patio. Será que el único método que conozco es la inspiración, o mejor dicho, la necesidad imperiosa de contar, de escribir, de compartir ciertas cosas. Así que... ¿Cómo iba yo a dejar de compartir este viaje tan bonito? Imposible.
Era el primer viaje del Club de Lectura Carpe Diem desde antes de la pandemia, (me cuesta recordar cuál fue el último). Diecinueve temporadas cumplimos ya compartiendo lecturas, tertulias y vidas. Y de vez en cuando, también encuentros, charlas, comidas y viajes como este. Somos poquitas, entre diez y quince mujeres, aunque a los viajes se nos unen siempre algunos maridos y otros usuarios de la biblioteca. Seamos las que seamos, siempre es un placer viajar con ellas (hablo en femenino porque son amplia mayoría). Entusiastas, comprensivas si algo no sale según lo previsto y siempre dispuestas a pasar un rato agradable, ya sea en un museo, en una obra de teatro o en una visita guiada. Qué suerte y qué gran familia hemos formado a lo largo de estos años.
Llegamos a Navas de Estena sin contratiempos y después de tomar un café nos dirigimos al punto de encuentro. El nublado cielo amenazaba lluvia, aunque finalmente solo cayó alguna chispa y nos hizo una temperatura perfecta. Junto al puente, bajo un hermoso quercus iniciamos nuestra ruta. ¿Dónde iba a comenzar si no? Allí escuchamos por primera vez a Rafael Cabanillas, embelesados por sus palabras, por sus historias, como aplicados alumnos ávidos por aprender una nueva lección.
Una de las primeras lecciones fue ver un alcornoque listo para el descorche, cuyo interesante proceso nos explicó Rafael. Lo contó tan bien y con tanta pasión, que casi podría asegurar haber escuchado ese crujido único que produce la corteza al desprenderse del tronco.
Pudimos conocer también a Paquillo, persona afable y divertida, y sin duda, fuente inagotable de inspiración para Rafael. Intentábamos imaginar a este hombre ya entrado en años, cargando con un enorme venado sobre sus hombros, mientras nos hablaba de caza, del monte, de cómo vivían hasta hace unas cuantas décadas los vecinos de esas tierras... Nos acompañó durante toda la ruta e incluso realizó una exhibición de tiro con honda a la que asistimos boquiabiertos. Vaya personaje este Paquillo... Con su sonrisa bondadosa y ese gran sentido del humor del que hace gala, es una verdadera caja de sorpresas. Alardea entre risas de haber casado hace años a una famosa mujer de la alta sociedad (lo de los ciervos, pecata minuta ante un cotilleo tan suculento).
Así transcurrió nuestra ruta, entre risas, anécdotas, curiosidades... Siguiendo el itinerario de la llamada Ruta del Boquerón, fuimos rememorando pasajes de la novela, inmersos en un bello y espectacular paisaje. Rodeados de una naturaleza exuberante, impregnados del aroma de la jara, y rodeados por un vistoso lienzo de colores, en el que había desde arces hasta numerosas especies de quercus que me temo todavía no sabría distinguir: alcornoques, quejigos, robles... El sonido del agua del río Estena nos acompañó también durante la mayor parte del camino, y pudimos comprobar su fuerza en épocas de crecidas, contemplando las ruinas del antiguo puente.
Siguiendo el curso de la antigua carretera, pudimos también observar sobre la roca las curiosas huellas del pasado marino de esta zona, para terminar, con una sorpresa tan inesperada como incomprensible: una valla. Esta vez era metálica, no un cercado de piedra como en Quercus, pero qué más da el material. La realidad es la misma. Una cerca marcando los límites de la extensa finca de algún don Casto de carne y hueso, con su palacio, sus guardas y su caza privada. Esa era la sorpresa que nos esperaba al final de nuestra ruta, una alambrada cortando el paso en una antigua vía pública. Inexplicable. Menos mal que la idílica aparición de un corzo junto a su madre, correteando en entre los árboles, logró despojarnos del regusto amargo que nos había dejado ese desconcertante prohibido el paso.
Volvimos sobre nuestros pasos, sintiendo ya el hambre en el estómago y un poco cansados, pero sin duda encantados por la experiencia vivida. Nos esperaba la comida, en la que coincidimos con un numeroso grupo de lectores de la biblioteca de Soto del Real, que ese día hicieron también la ruta Quercus y el anterior habían hecho la de Valhondo. Entre ellos, dos simpáticos "guiris" con los que me hubiese gustado hablar un poco más.
Ya saciados, nos trasladamos al granero municipal, para asistir al plato fuerte del día, al encuentro con Rafael Cabanillas. Era el momento de las preguntas sobre sus libros, de compartir opiniones, de charlar distendidamente, de seguir disfrutando del autor para poner la guinda a una jornada memorable. El acto terminó con la firma de libros y ahí estoy yo, feliz y satisfecha a tras un día repleto de emociones que transcurrió tan fugaz como un suspiro.
Fue en definitiva una jornada entrañable de convivencia, de maravillosa conjunción de literatura y naturaleza y otra excusa para seguir estrechando lazos de amistad. De ella me traigo muy buenos recuerdos y varios regalos.
El primero de ellos, poder conocer a Rafael. Persona sabia, crítica, comprometida, generosa. El maestro que todos hubiéramos querido tener y que, para colmo, escribe como los ángeles. Hablar con él todos estos meses ha sido un regalo, pero también lo ha sido compartir textos de ida y vuelta, como el que comparte el mayor de los tesoros. Esa es, sin duda, la grandeza de la literatura, de la palabra. Así mismo, la generosidad con la que me ha obsequiado Rafael, sus halagos que no son sino excesivos, suponen un acicate para seguir escribiendo.
Pero conocer a Rafael en persona, ese sí que ha sido un auténtico premio. Compartir todo un día en su compañía, hablar de naturaleza, de literatura, de vida... Como si nos conociéramos desde siempre, para acabar haciéndonos confidencias de salud, sorprendidos ambos de tener demasiadas cosas en común. Qué increíbles coincidencias a veces.
Pensaba que la dedicatoria con la que firmó mi libro y que me emocionó infinitamente, sería el último y el mejor de los regalos, pero no. Rafael Cabanillas me vuelve a obsequiar, incluyendo mi Anaquel de palabras en la página de la editorial Cuarto Centenario. Un verdadero honor para esta humilde bibliotecaria que un buen día aspiró a atesorar palabras, historias y pensamientos en un anaquel, al igual que lo lleva haciendo con los libros en su biblioteca.
"Sólo el tiempo podrá desvelar cuán alto vuelan los pájaros de mi cabeza", con esta frase terminaba mi primera entrada del blog hace ya unos cuantos años. Quién me iba a decir a mí que este anaquel llegaría tan lejos. Gracias, Rafael Cabanillas por este inolvidable viaje.
Todo fue maravilloso.
ResponderEliminarLo fue
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