Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar
Esta pareja de pajarillos forma ya parte de nuestra pequeña familia. Por algún motivo, eligieron un lugar donde anidar en la frondosa enredadera que invade una de las paredes de nuestro patio. Posiblemente encontraron apropiado el sitio por su espesura, por las tupidas hojas y el ramaje de esta planta trepadora, por ser un refugio elevado y de difícil acceso para sus posibles depredadores, y quizá también por tratarse de un emplazamiento soleado. En resumidas cuentas, por ser un escondite casi perfecto para construir su nido. Y digo casi, porque hasta el momento, a pesar del empeño de sus progenitores para que salgan adelante, son pocos -al menos que sepamos- los polluelos que han conseguido salvar los peligrosos obstáculos que separan su plácida vida en el nido, del vuelo apacible de un pájaro adulto.
Aun así, estos dos preciosos pajarillos no faltan a la cita, y regresan cada primavera para alegrarnos con su presencia. No sabríamos decir con exactitud cuántas primaveras nos viene acompañando esta misma pareja, pues tardamos varios años en advertir que eran siempre los mismos, pero lo cierto es que son ya bastantes. Los primeros días de su regreso sólo los vemos de vez en cuando, afanados como están en la construcción de su nido, todos los años uno distinto. Eso sí, oímos su precioso canto que suena desde las alturas, y esa armoniosa cantinela llena todos los rincones de nuestro patio.
Esta primavera su regreso ha sido especial. El día que me percaté de su vuelta, no pude evitar sentir una inmensa felicidad, y también un pellizco de emoción. Su presencia me devolvió a la primavera del año pasado, a aquellas extrañas semanas que ahora me parece increíble haber vivido.
Me vinieron a la memoria el miedo de aquellos primeros días, la incertidumbre, las lágrimas reprimidas, la confusión y la tristeza que nos invadieron a todos al encontrarnos de repente con una nueva y desconocida realidad. Aquellos días nos sirvieron, a pesar de todo, para pasar más tiempo en familia, en casa, en nuestro hogar, y nos sirvieron también para prestar más atención a todo lo que nos rodea, y apreciarlo más si cabe.
Desde nuestro encierro, recibimos aquel lejano mes de marzo a nuestros pequeños inquilinos, y los vimos quizá con otros ojos, con los ojos de quien descubre algo maravilloso que ha estado ahí desde siempre.
Durante mis jornadas de teletrabajo, o mientras ayudaba a mi pequeño con los deberes, los veía, a través de la ventana, posándose en la cuerda de la ropa, entonando su canto, disimulando mientras miraban de un lado a otro en busca de intrusos, para introducirse seguidamente en la enredadera una y otra vez, ajenos a los ojos furtivos que les observaban detrás del cristal.
El lugar no ha cambiado, pero las circunstancias sí ¿se habrán percatado ellos acaso? Los supongo extrañados por el inusual silencio de las calles con el que se encontraron el pasado año, ese silencio que hoy, por suerte, ya no es tal, recuperadas totalmente las vías por automóviles y viandantes.
Aún así, la historia, su historia, se repite. A pesar de las precauciones de los celosos padres, pronto descubrimos la ubicación exacta del nuevo nido en la enredadera. En pocas semanas podemos observar también cómo el primoroso nido hecho con ramitas contiene en su interior unos pequeños huevos moteados. Y un buen día nos sorprendemos al escuchar el piar insistente de la prole que reclama a sus padres algo que echarse a la boca. Maravillas de la naturaleza poder contemplar (procurando siempre que sus padres no nos vean) sus cuerpecillos casi desnudos, con apenas unos cuantos penachos de plumas en la cabeza.
Su ruidoso gorjeo se multiplica cuando sus padres se acercan al nido. Abren bien grande el pico y estiran sus cuellos hacia arriba en busca de la comida. Vemos a los pardillos posarse en los alrededores con disimulo, internándose rápidamente en el nido cuando nadie los observa. Durante semanas, ese será el ritual, dedicada la pareja en sacar adelante a su prole. Sin embargo, a medida que se van haciendo mayores, también se acerca el temido momento de alzar el vuelo. Los intrépidos pajarillos irán realizando pequeñas incursiones por la enredadera, y alguno le alejará demasiado, hasta el punto de no regresar jamás si encuentra en su camino a una gata o una perra que les inmovilicen de un zarpazo. El llanto de un pequeño amante de los animales será entonces inevitable. . Trataremos por todos los medios de evitar que los pequeños se aventuren al suelo poniendo barreras y obstáculos, pero no siempre conseguiremos nuestro objetivo. Al fin y al cabo la naturaleza acaba imponiendo su ley, y así es la vida de injusta a veces.
Cuando el nido queda vacío, ya a principios del verano, nos gusta pensar que alguno de los jóvenes pardillos que sobrevuelan nuestro patio los días posteriores sobrevivieron y se criaron en nuestro patio.
Qué regalo poder disfrutar de la naturaleza en tu propia casa. Qué deleite sentarse uno al sol, y disfrutar de una luminosa mañana. Contemplar los romeros en flor a cuyo alrededor pulula un auténtico enjambre de abejas, abejorros, hormigas y todo tipo de insectos. Recibir la brisa en el rostro y escuchar el sonido de los pájaros. Verlos revolotear entre los árboles como en una danza hipnótica, libres y dichosos, ajenos a nuestros problemas y nuestras pandemias.
Parece mentira que haya pasado un año de aquellas largas semanas de confinamiento, que hayamos vivido todos estos meses inmersos en esta situación de pandemia y nos hayamos acostumbrado a todo lo que entraña. Nos hemos quedado un año más sin Semana Santa, sin procesiones, sin el sonido de tambores y trompetas, sin viajes, sin muchas reuniones con amigos y familiares. Qué triste y raro sigue siendo todo, y sin embargo, con qué resignación lo hemos asumido ya, y cuántas ilusiones puestas en el tiempo por venir.
El mes de marzo del pasado año nos trajo oscuridad. Nos hizo refugiarnos en nuestros hogares, a la espera de que la tempestad pasara. Creímos, en nuestra profunda ignorancia, que serían tan solo unas semanas, pero la pesadilla dura ya muchos meses, demasiados. Sin embargo, este año todo ha cambiado. Aunque es mucho el hastío que nos aqueja, son también muchas las razones para ser optimistas, para mirar al futuro con esperanza, para confiar en esta nueva estación.
La primavera viene hoy a recordarnos que todos los inviernos acaban, que todos, tarde o temprano tocan a su fin. Primavera es sinónimo de renacimiento, de florecimiento, de esplendor. La vida vuelve a resurgir en su ciclo interminable y perpetuo.
Y aunque el invierno sea largo, frío y gris, siempre podremos esperar una nueva primavera.
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