La noche nunca es absoluta, siempre hay
No hay mal que cien años dure.
Refrán español
Se acaba 2020, ¡por fin! Un 2020 que pasará a los anales como uno de los años de nuestra historia reciente más odiados por toda la humanidad. Un odio justificado hacia un año que ha tambaleado el mundo que conocíamos y que lo ha transformado dejándolo irreconocible en múltiples aspectos. Ya lo dice el refrán: "año bisiesto, año siniestro". Cualquiera diría que el que inventó este proverbio estaba pensando en 2020 porque me temo que en este caso, los malos augurios se han cumplido sobradamente.
¿Quién nos iba a decir a todos nosotros lo que nos iba a deparar este "annus horribilis" cuando lo inaugurábamos la pasada Nochevieja? Si me lo dicen, no me lo creo, ya pudiera haberlo profetizado el mismísimo Nostradamus... ¿Quién se iba a imaginar, ni remotamente, el descalabro que iban a sufrir nuestras vidas cuando oímos hablar por primera vez de un nuevo virus surgido en Wuhan? Alrededor de este maldito virus gira, hoy por hoy, toda nuestra existencia, copando la actualidad de los telediarios, cambiando nuestras rutinas, limitando y casi anulando nuestras relaciones personales y sociales, transformando por completo nuestro día a día... Un virus que por estar, ya está hasta en la sopa, nunca mejor dicho, que no puede uno ni comer a gusto rodeado de los suyos por miedo al contagio.
Qué hartazgo de virus y qué ganas de decirle adiós a él y a este año, de sepultarlo para siempre en la memoria; qué ganas de dejarlo atrás y acoger un nuevo año, en el que -esperemos-, todo sea mejor que el anterior, (a poco que se esmere el nuevo año, lo consigue).
Con la vista puesta en 2021 y en una vacuna que ha sido creada milagrosamente en un tiempo récord, vamos recobrando tímidamente la esperanza en un futuro más prometedor. Por delante, un camino que posiblemente sea demasiado lento para lo que a todos nos gustaría, que tampoco será un camino de rosas, pero que con toda seguridad, no será mucho peor del que llevamos recorrido hasta ahora.
Dicen que de todo en la vida se aprende, y yo iría aún más lejos: de lo malo se aprende mucho más. Y este año... este año además de ser horrible también nos ha enseñado unas cuantas lecciones:
* Cuando a los chinos veas correr, pon tus barbas a remojar. No, no era así el refrán, claro que no, pero a buen entendedor...
* En cualquier pandemia que se precie, "unos cuantos casos" se pueden convertir en miles de muertos. Toda precaución es poca y nunca, nunca, nunca hay que bajar la guardia.
* Creíamos que teníamos la mejor sanidad del mundo y sin embargo, lo que tenemos son los mejores sanitarios.
* Las medidas preventivas (mascarillas, lavado de manos y distancia social) por mucho incordio que supongan, han conseguido reducir no sólo el coronavirus, sino también otras enfermedades y afecciones como la bronquitis, la gripe o incluso los molestos piojos.
* Los niños necesitan la escuela para aprender y relacionarse, y los padres, la necesitamos tanto o más, por razones obvias, que no voy a desgranar aquí. Pero doy fe, ¡la necesitamos!
* Los coles son seguros. Niños y docentes así lo han demostrado. Las universidades, por lo que sea, parece ser que no lo son tanto.
* La cultura (leáse teatro, música, cine, literatura, museos, bibliotecas...) es segura. Segura y necesaria; un imprescindible remedio para sanar las heridas del alma. Gracias a ella, muchos han (hemos) encontrado la manera de sobrellevar estos difíciles tiempos.
* La tecnología es estupenda si se usa de manera correcta. Algo tan sencillo y casi ignorado por muchos hasta hace unos meses como las videollamadas, han obrado el prodigio de acercarnos a nuestros seres queridos en los peores momentos, cuando tanto nos necesitábamos.
* Por muchos culpables que busquemos a nuestro alrededor, cada uno de nosotros hemos de asumir nuestra parte de responsabilidad individual en todo lo que nos ocurre. Bienvenidos al mundo de los adultos.
* En este mundo hay gente para todo, incluso para pensar que a través de una vacuna te pueden implantar un microchip. Increíble, pero cierto.
* El miedo es libre, y cada cual se toma el que considera, o el que sus fueros internos le reclaman. Es lo que tienen las emociones, que no atienden a la razón.
* Las crisis, sean del tipo que sea, sacan lo mejor y lo peor de las personas.
* El virus ha golpeado con dureza a las residencias, dejando en evidencia los graves fallos en la gestión y funcionamiento de muchas de ellas. Más de 24.000 fallecidos por covid-19 en residencias de toda España lo atestiguan.
* El turismo y la hostelería no pueden ser la base de nuestra economía. Esta vez ha sido una pandemia, pero en el futuro pudiera ser cualquier otra catástrofe, y en estos trances, el "sol y playa" no sirven para demasiado.
* Lo virtual está bien, para salir del paso, pero donde se ponga una cita, reunión o encuentro presencial, que se quite todo lo demás.
* En los pueblos se vive de diez, y en una pandemia, pues muchísimo mejor. ¿Cuántos urbanitas no hubiesen cambiado sus pisos de 60 metros o menos por una casa con patio en un pueblo donde poder pasear por el campo, y disfrutar de la naturaleza y del aire libre sin aglomeraciones ni agobios?
* Las cosas que más nos hacen felices no se pueden comprar con dinero. Que sí, que esto ya lo sabíamos antes... pero este año se ha empeñado en recordárnoslo una y mil veces.
* Echar de menos se escribe sin "h".
...
Y si algo ha dejado de manifiesto este año, es que el ser humano no es demasiado avispado a la hora de aprender de sus errores, y a menudo, se empeña en tropezar en la misma piedra una, y otra, y otra vez.
El altísimo coste económico, laboral, social y por desgracia de vidas humanas, que supuso la primera ola de esta pandemia, no parece que haya servido para que enmendemos nuestros errores y evitemos repetirlos. Tras la tempestad siempre llega la calma, y pasado lo peor, lejos de hacer un ejercicio de responsabilidad y seguir vigilantes, tendemos a la relajación y a la despreocupación, de ahí a otra nueva tempestad, claro está, solo hay un paso.
Parece mentira que, con todos los medios y toda la información de la que ya disponemos, a estas alturas de la película medio mundo suspendería 1º de pandemia (se salvarían los chinos y pocos más). En nuestro país, como en tantos otros, seguimos encadenando ola tras ola como el que va capeando temporales mientras vemos, casi sin inmutarnos, cómo los muertos por Covid-19 siguen aumentando cada día, superada ya la escandalosa cifra de los 40.000 fallecidos en España.
Pero se acerca la Navidad, ¿y qué hacer en estas fechas tan entrañables donde comidas, cenas y celebraciones están a la orden del día? Pues relajarnos, ¿qué si no? y ya de paso emborracharnos, ¡ea!, que para eso es Navidad...
Llega Navidad, hace muchas semanas que nos lo vienen anunciando. Lo hemos notado por los anuncios de la televisión, los interminables minutos de publicidad de toda clase de juguetes, perfumes, aparatos, y de infinidad de cacharros, que prometen hacernos la vida más fácil y por supuesto, colmarnos de felicidad.
También nos la anuncian las montañas de turrones y dulces típicos navideños. Esos, que llevan semanas mirándome, -y yo a ellos- mientras hago la cola de la caja en el supermercado y a los que algunos somos incapaces de resistirnos. Y también lo hemos advertido por las luces, los adornos, por las calles abarrotadas de gente de compras que se ven en televisión. Viendo esas imágenes, cualquiera diría que todavía siguen muriendo cientos de personas cada día en este país. Allá van, todos a una, como en Fuenteovejuna, dispuestos a poner su granito de arena para salvar la Navidad.
¿Salvar la Navidad? Por supuesto que hay que hacer lo que esté en nuestra mano para salvar a los negocios, sobre todo a los pequeños, y por ende, a la maltrecha economía del país, pero yo me pregunto viendo esas aglomeraciones de gente: ¿Y a nosotros, quién nos salvará?
Parece que todavía no nos hemos dado cuenta de que este año nada podrá ser como siempre, ni siquiera la Navidad. Serán éstas unas fiestas raras, rarísimas, pero ¿acaso algo ha sido medianamente normal este año?
Nos enfrascamos en debates estériles sobre cuántas personas se deberían permitir en las reuniones familiares estas fiestas, sobre la conveniencia o no de la presencia de allegados, sobre la necesidad de que nos pongan límites y prohibiciones... ¿Y el sentido común? ¿Dónde quedan el sentido común y la responsabilidad individual? Con miles de contagios diarios en toda España, volver a casa por Navidad, reunirse toda la familia como si nada estuviera pasando afuera, como si el covid, (al igual que ocurre con el egoísmo y con la maldad), se volatilizase en Navidad, quizás no sea lo más razonable. Esperemos que este dichoso virus no sea un invitado más en nuestras mesas, y que el nuevo año no traiga bajo el brazo, además de la esperada vacuna, otra nueva y devastadora ola.
Pero llega Navidad un año más, y aunque todo sea diferente, repetiremos, punto por punto, muchas de las tradiciones y rituales navideños. Montaremos el árbol y el belén, cometeremos excesos con la comida, con la bebida, con los dulces. Nos tomaremos las uvas (esta vez todo el mundo en casita, eso sí), y brindaremos por el nuevo año que comienza. Como siempre, añoraremos y recordaremos a todos los que ya solo existen en nuestro recuerdo. Con suerte, hasta conseguiremos olvidarnos de las penas, aunque sólo sea por unos momentos. Será distinto, será raro, será triste quizás para muchos, pero será también especial si sabemos apreciar, lo poco o lo mucho que nos rodea, esas pequeñas cosas que hacen que la vida merezca la pena.
Se acaba el año y toca hacer borrón y cuenta nueva. Pisar lo pasado, aplastar lo malo, guardar lo bueno, y atesorar todos los buenos momentos que estos doce meses nos han dejado. Los ha habido malos, claro que sí, pero a poco que hagamos memoria, seguro que también encontramos otros muchos buenos: Volver a visitar a mi madre después de semanas viéndola detrás de una pantalla (qué pequeña la encontré, como si hubiese mermado); volver a abrazarla y besarla inmediatamente después de conocer el resultado negativo de un test; volver a pasear por el campo después de semanas sin prácticamente poder salir de casa; volver a reencontrarme con mis hermanos, amigos y seres queridos; volver a pasar tiempo en casa, en familia; volver a salir a comer fuera de casa o a tomar algo en una terraza; volver a abrir las puertas de mi querida biblioteca...
Verdaderamente este año el verbo VOLVER ha adquirido una connotación especial y maravillosa: volver a hacer cosas normales de nuestras vidas que hemos echado muchísimo en falta en los últimos tiempos, todos esos pequeños placeres que, sin duda, nos colman de inmensa felicidad.
"En unos meses estamos ya abrazándonos", sentenció mi hijo mientras escuchábamos las últimas noticias sobre la vacuna. Nos miramos, y nos sonreímos ante semejante comentario, impropio de un niño de diez años. Pues sí, ya falta menos para que acabe esta pesadilla, un poquito menos, y con esa ilusión miramos hacia el nuevo año.
El principio del fin está a la vuelta de la esquina, pero no nos descuidemos ahora, no lo tiremos todo por la borda. Hagamos otro pequeño esfuerzo, vivamos una Navidad diferente, para que en el futuro podamos disfrutar de muchas otras Navidades.
En unos meses estaremos abrazándonos... Con ese deseo despido el año, con el anhelo de que, más pronto que tarde, podamos besarnos, y abrazarnos; y tocarnos, y acercarnos a los demás sin miedos, sin sentirnos culpables, sin distancias, con la misma naturalidad con la que lo hacíamos hace un año. Con el deseo de que muy pronto podamos recuperar la normalidad en nuestras vidas.
Hasta entonces, sigamos cuidándonos los unos a los otros, sigamos soñando con esos ansiados abrazos, pero sigamos también disfrutando del hoy, de todos los momentos extraordinarios que nos ofrece cada día, cada hora, cada instante.
A todos os deseo, un año más
Feliz Navidad, Feliz Año Nuevo, y Feliz Vida.