Dicen de los primos que son los primeros amigos... Pues lo son.
O al menos en mi infancia lo eran, porque mucho han cambiado las cosas desde entonces. Muchas han mejorado, por supuesto, aunque otras muchas no estoy tan segura de que lo hayan hecho a mejor... Cambió la sociedad, cambiaron las familias y cambió todo tanto, que a veces, cuando recuerdo la infancia que vivimos, y lo poco que se parece a la que viven ahora nuestros hijos, me parece increíble que hayan transcurrido poco más de treinta años.
Para empezar, cómo han cambiado las familias en forma y en número. Familias numerosas entonces, la mayoría. Padres ausentes (casi siempre), madres presentes sí, aunque no en los juegos y en los estudios de sus hijos como hoy en día... Madres siempre ocupadas, ocupadísimas en procurarnos al resto de ocupantes de la casa todo lo necesario para la supervivencia, léase comida, ropa, e higiene general. ¿Que si nos querían? Por supuesto, qué duda cabe, pero eran otros tiempos y otras formas de educar y atender a los hijos, y vaya, su atención tenía otros muchos frentes abiertos como para poder dedicar unos minutos a jugar con nosotros.
Por suerte, hoy los hijos tienen todo o casi todo lo que quieren y a poco que mire a mi alrededor, me doy cuenta de que, casi siempre es demasiado. Nosotros no tuvimos tanto. En aquella época no se podía y punto, y se acabó la discusión, de hecho, ni siquiera había discusión, se acataban las decisiones de los adultos sin más. Quizás sea por esa carencia, por la que hoy se quiere materializar en los hijos todos esos deseos insatisfechos.
Y las familias, cómo se han reducido las familias... Menos hermanos, menos tíos, menos primos... Hoy, casi todos los niños pueden contar a sus primos con los dedos de una mano, y siendo tan pocos, es muy difícil que coincidan sus edades. Y en estas circunstancias, sólo algunos afortunados llegarán a conocer el significado que nuestra generación damos a la palabra "primo", ese que resulta de haber compartido intensamente un pasado común, (infancia, juegos, y vivencias), y que desemboca, irremediablemente, en un auténtico entramado de emociones y sentimientos inigualables.
Me vienen a la memoria tantos recuerdos de mi infancia en los que estaban mis primos, y sobre todo mis primas... tantas tardes de juegos interminables que no eran sino una fiesta, en la que las horas pasaban casi sin darnos cuenta, y en las que disfrutábamos... cómo disfrutábamos de estar juntas.
Los niños de hoy en día acumulan juguetes y más juguetes, con los que en realidad apenas juegan, atados casi siempre a videoconsolas o tablets; Hoy, a la mayoría de nuestros hijos no se les ocurriría hacer una casa de muñecas con una caja de cartón, ni camas diminutas con unos envases y unos trapos, ni coser ropas con unas diminutas telas, dejando unos agujeros para la cabeza y los brazos, para aquellos muñecos que había que desarmar finalmente, para poder introducirles la prenda de alta costura...
Tampoco estoy segura de que llegaran a inventar un juego para recoger más rápido los juguetes, como hacíamos antaño, (aquel loco y divertidísimo "si lo sé no vengo"), ni creo que utilizaran un sauce llorón como ducha, para después bañarse en la parte del patio soleada (que hacía las veces de piscina), y no sé si lo pasarían tan bien como nosotras inventando juegos, disfrazándose, improvisando disparatadas obras de teatro, tomando cafés imaginarios mientras jugábamos a ser mayores...
Reunirnos a jugar el sábado o el domingo, en casa de los abuelos, o de los tíos, era el momento más esperado de la semana, el más divertido, el mejor... Pasar tiempo eligiendo el juego que tocaba ese día, para después jugar sin descanso durante horas, que parecían minutos. Ir a la panadería "de la Anita" a comprar aquellas magdalenas, que aunque siguen estando buenísimas, por aquel entonces, me sabían a gloria. Jugar con el balón mientras recibíamos, inmisericordes, las reprimendas de la abuela por estropear las plantas, contemplar temerosos y resguardados tras los cristales, cómo los más valientes de los primos toreaban la cabra del abuelo, observar con admiración los hurones que tenía en aquellas jaulas protegidas de la luz en la cuadra... Jugar, correr, saltar, disfrutar de la inocencia de una plácida niñez, de una etapa irrepetible en que no existían los problemas, (o al menos, a nosotros nos pasaban desapercibidos), donde lo único importante era divertirse y no desperdiciar ni un solo minuto de aquellas tardes maravillosas.
Recuerdo ahora con añoranza todos aquellos juegos inolvidables, y me doy cuenta de lo afortunadas que fuimos, y de lo prodigiosa y fantástica que era nuestra imaginación. Me doy cuenta, de lo felices que éramos entonces, con tan poco...
Pasaron los años, y dejamos de jugar con muñecas para disfrutar cantando canciones de los Chichos metidas en un seiscientos. Los estudios, el trabajo, y el rumbo que fueron tomando nuestras vidas nos fueron distanciando, espaciando las visitas... aunque sin duda, el vínculo nunca se perdió; ese lazo invisible que nos unió en un tiempo, todavía sigue latente en cada encuentro, en cada reunión.
Prima, primo, qué preciosa palabra todavía, porque viene a representar familia, sangre de mi sangre, pero también cariño y amistad sincera; una amistad antigua, reconocida, rotunda e imperecedera.
Una palabra que significa tantas cosas...
Significa conocerse desde siempre, con todas nuestras virtudes y nuestros defectos, y reconocerse en estos cuerpos adultos que habitamos, después de tantos años.
Significa poder contarte tu vida, tus problemas, tus alegrías, tus anhelos, con total libertad y naturalidad, aunque hayan transcurrido meses sin verte.
Significa regresar a la infancia cuando nos reencontramos, y como en un espejo, contemplar el presente y el pasado a la vez.
Significa revivir anécdotas pasadas, contadas y recordadas una y mil veces, y no poder evitar recrearse en ellas de nuevo, en un constante déjà vu.
Significa ser feliz con su mera presencia y compartir con ellos todas nuestras alegrías y entristecerse con las penas.
Significa ser consciente de que, aunque el tiempo pase, implacable, tus primos, tus primas, seguirán estando ahí, siempre.
Dicen que quien tiene un amigo, tiene un tesoro. Pues sin duda, quien tiene, como yo, una familia con tantísimos primos y primas, es poseedor de una inmensa e incalculable fortuna.