jueves, 19 de septiembre de 2019

Azules grisáceos

Y por amor a la memoria 
llevo sobre mi cara 
la cara de mi padre. 

Yehuda Amijai


Azules grisáceos, así eran los ojos de mi padre. A él, y a esos ojos que sigo recordando con nostalgia, quise dedicarles hace tiempo un poema. Durante años, permaneció enquistado en mi cabeza, incapaz de terminarlo, de encontrar las palabras adecuadas antes de que la pena se apoderase de mis musas y quedase de nuevo abandonado en un cajón. 


Por fin, he logrado escribir estos versos, que no son, sino un sentido recuerdo a la figura de mi querido padre, cuya ausencia sufrimos desde hace ya casi once años. Se nos fue, y no tuvimos más remedio que aprender a vivir sin su presencia, abrigados por su indeleble recuerdo que no ha dejado de acompañarnos en todo este tiempo.

Pero no sólo su recuerdo está presente. También lo siento siempre conmigo, y aunque intangible, sé que está a mi lado en los momentos difíciles, en los tristes y en los alegres; Y lo veo constantemente en las facciones de sus hijos, en sus cuerpos, en su forma de andar, en sus inquietudes y aficiones, en sus aptitudes... y tampoco puedo evitar verlo, en el reflejo que el espejo me devuelve cada día; Sigue estando y estará, porque su esencia sigue viva en nosotros. 

He escrito este poema con esa misma certeza: somos eternos en la medida en que nuestra esencia perdura en nuestros descendientes. Tristemente, la travesía de mi padre en este mundo terminó demasiado pronto, aunque poco después de su partida, recibimos el valioso regalo de poder contemplar a diario otros bonitos ojos azules: los ojos azules grisáceos que mi hijo ha heredado de su abuelo.

El ciclo de la vida ha seguido su curso, una vez más...



A la memoria de mi padre


Azules grisáceos


Eran azules grisáceos
los ojos que tanto anhelo,
azules como las nubes,
como el gris de mar adentro.

Su mirada era serena,
y a la vez viva y despierta,
surcada por mil arrugas,
testigo de tantas gestas.

La tez morena y curtida
por el clima de esta tierra.
De sol a sol trabajando
hiciera frío o lloviera.

Sus manos grandes y fuertes
al igual que su figura,
manos rudas y callosas
por usarlas sin mesura.

Su ser, cómo describirlo...
pura fuerza y energía,
era constancia y coraje
y paciencia desmedida.

Era de gesto severo,
y de afable chascarrillo,
de rectitud implacable,
socarrón con sus amigos.                             

Era apacible silencio,
reservado y reflexivo,
de  innata verbosidad
y de la tierra erudito.

Era techumbre, cobijo,
era tantas cosas buenas,
era pilar de mi casa,     
era refugio y almena.

Azules grisáceos, sus ojos,
se inundaron de tristeza. 
Su brillo se ensombreció
nublado por la tormenta.         

Languideció su mirada
al ver su futuro incierto,
y su cuerpo envejeció
precipitado en el tiempo.                         

De aquellos robustos brazos
solo quedaron los huesos,
y aquel holgado reloj 
colgando sobre el pellejo.

La enfermedad se alojó
en su alma y en su cuerpo,
y en todos los que vivimos
su dolor y sufrimiento.     

Cuánta tristeza se agolpa
en mi mente todavía,
al recordar tanto miedo,
tanta angustia en su agonía.

Qué aciaga fue su partida,
aquellas horas sombrías.       
Su ausencia nos acompaña
desde entonces, cada día.

Y aunque la pena es eterna,
e imborrable su recuerdo,
hoy son dos bellos luceros
los que me roban el sueño.                   

Quiso Dios que azules fueran
los ojos de mi pequeño,
el fruto de mis entrañas,
la razón de mis desvelos.

Aterrizó en nuestro mundo
para colmarnos de dicha.           
Adormeció la tristeza,           
nos devolvió la sonrisa. 

Lo llenó todo de ruido,
de risas y algarabía.
Nos trajo una nueva ilusión
una nueva melodía.

Con su piel de terciopelo,
con su cabello dorado,
con esos preciosos ojos               
prueba fiel de su legado. 

Esos dos faros azules
alumbran hoy mi camino, 
esos que cubro de besos,
de ternura y de cariño.   

Con emoción los contemplo       
con auténtico deleite,
me traen de vuelta a mi padre,             
unen pasado y presente.             

De color azul grisáceo,
cuánto los echo de menos.
Los ojos de mi hijo,
como los de su abuelo.


Pórtico Literario 2019










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