Dieciséis años celebrándose en Albacete un Festival de Circo Internacional que nada tiene que envidiar a ningún otro que se celebre en España, o en el resto del mundo. Dieciséis ediciones, casi nada, y ahí estuvimos una vez más, disfrutando como niños, riendo, asombrándonos, emocionándonos, sufriendo incluso, pero en definitiva divirtiéndonos número tras número.
Recuerdo la primera edición de este festival, que se celebró en una carpa de circo montada en el coso de la plaza de toros de Albacete. Asistimos a aquella primera vez expectantes, sin conocer muy bien lo que íbamos a encontrar, aunque sabiendo que nada tendría que ver con la idea preconcebida de los antiguos circos de domadores, faquires y espadachines. Ya entonces quedamos encantados, contagiados ya para siempre de la magia del llamado "mayor espectáculo del mundo".
Después cambió el escenario, trasladándose al Teatro Circo, el teatro circo más antiguo del mundo, y sin duda, uno de los más bonitos, no me cabe la menor duda (por algo aspira a convertirse en Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO). Y a este maravilloso templo volvemos cada febrero, para asistir o a este evento tan excepcional, que nunca deja de sorprendernos. Aunque hayas visto diez actuaciones distintas de diábolo, aunque sea el enésimo número aéreo o de equilibrismo que contemplas, no puedes evitar quedar boquiabierto, y te pasas la tarde profiriendo todo tipo de exclamaciones: ¡madre mía!, ¡ohhhhhhh!, ¡aaaaaaala!...
Porque vivir el Festival de Circo de Albacete es sinónimo de asombro e incredulidad, del más difícil todavía, de lo nunca visto hasta ahora; de caras perplejas ante cuerpos que parecen de goma retorcidos sobre sí mismos, que reproducen posturas imposibles casi sin inmutarse. Es sinónimo de diversión y risas, de disfrutar como críos mientras los payasos te sacan carcajada tras carcajada. Vivir el Festival es tener el corazón en un puño mientras el artista surca los aires con los ojos vendados a varios metros sobre nuestras cabezas, o colgado temerariamente por un solo pie; es llevarse las manos a la cara mientras gritas y cierras los ojos inconscientemente cuando aquel -o aquella- se deja caer al vacío sin previo aviso. Es no parar de aplaudir durante casi dos horas, hasta que te duelen las palmas de tanto hacerlo. Es emocionarte hasta lo más recóndito de tu ser mientras una chica, que parece sacada del país de la fantasía, se desliza por la pista en el interior de un aro gigante al ritmo de la música (quizás estos números no sean los más espectaculares, pero sí lo son de una extraordinaria e hipnótica belleza).
Cuerpos perfectos, elásticos, ágiles, esculpidos a golpe de trabajo, de repetir una y mil veces el mismo ejercicio hasta que al fin se logra el ansiado objetivo. Hombres y mujeres increíblemente valientes, de gran tenacidad e infinita capacidad de sufrimiento, expuestos a accidentes, a peligrosas caídas, a graves lesiones, cuyas vidas están ligadas indefectiblemente al circo, a ese mundo tan ajeno, tan distinto al nuestro. Vidas que solo encuentran sentido en el aplauso del público, en su admiración y entrega.
Como en otras ocasiones, no sabría decir qué número me gustó más este año no podría decantarme por un solo artista, ni por una disciplina en concreto. Cada uno de ellos me pareció impresionante y difícilisimo.
Me faltó, eso sí, que el presentador y director del Festival, Antonio Álvarez (magnífico e irrepetible) cantase la mítica canción de Queen "The Show Must Go On" con la que acaba cada año la función, mientras aparecen en escena los participantes. Es en ese preciso momento, en el que más me emociono siempre, cuando todos los artistas salen a la pista y saludan al público sonrientes, disfrutando del calor de los aplausos, de la sensación irrepetible de esa ovación sincera y efusiva de todo un teatro en pie. No revivimos ese momento concreto (aunque sí hubo despedida y cierre) porque esta vez cantó el tema una niña en una de las intervenciones del trío ucraniano de payasos; una niña cuyo desparpajo y chorro de voz nos dejaron a todos impresionados. Aún así, eché de menos el final de siempre.
Pero no importa, el año que viene volveremos al Festival, con más ganas si cabe, y disfrutaremos una vez más de ese momento tan especial y de otro gran espectáculo de circo.
Porque si nada lo impide,
el show debe continuar.