Hace veinte años que los reyes de España contraían matrimonio. Veinte años ya..., me he dicho al escuchar la noticia. Cómo pasa el tiempo... Y no es que tenga un especial interés en la vida de la realeza, ni que me sorprendan esos veinte años de casados, aunque sean motivo de celebración y casi una anécdota en los tiempos que corren.
La memoria es muy caprichosa y aunque hayamos olvidado lo que comimos ayer, se empeña en recordarnos fechas y momentos de nuestras vidas que han quedado congelados para siempre. Con el paso del tiempo, tal vez no recordemos demasiados detalles, pero sí tenemos el recuerdo vívido de dónde y con quién estábamos ese día y en ese preciso instante.
Me ocurrió con el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York. Recuerdo estar en el bar de Santi, tomando café. Acodados en la barra, seguíamos con desinterés la noticia de un accidente aéreo contra una de las torres. Al poco, asistíamos en directo al choque de un segundo avión contra la otra torre. Recuerdo aún las caras de estupor de todos los que allí estábamos. Y también la expectación y el miedo que se adueñó de todos nosotros según íbamos conociendo más noticias de un atentado en cadena que cambió el mundo para siempre.
También guardo en mi memoria el día en que ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco. Recuerdo estar sentada en el sofá de casa contemplando aquella terrible cuenta atrás que aparecía en la esquina del televisor y las lágrimas resbalando por mis mejillas, cuando se anunció el fallecimiento de aquel joven cuyo rostro y nombre nunca podremos olvidar.
Tampoco he olvidado el día en que España ganó el Mundial de Fútbol. Mientras Iniesta marcaba aquel histórico gol que nos dio la victoria y que mi marido celebró con un grito, yo intentaba sin éxito que mi pequeño durmiese, misión harto difícil durante sus primeros meses. Al oír el grito de su padre, el llanto del niño regresó, con más ímpetu si cabe y yo me temo que no llegué a celebrar ese gol como merecía.
¿Te acuerdas de dónde estabas ese día? He preguntado a mi marido al escuchar la noticia del veinte aniversario de los reyes. Él no sé acordaba, pero yo, en cambio, jamás podré olvidar que aquel 22 de mayo de 2004 estaba ingresada en el hospital.
Llevaba allí varios días, aunque no sé cuántos exactamente. Lo cierto es que aquel sábado en que millones de personas veían desde sus casas el enlace real, yo lo veía en la habitación 308 de la tercera planta del Hospital General de Albacete, acompañada por mi hermana.
Aquella mañana, la nuera de mi compañera de habitación apareció por la puerta cargada con un televisor. "No íbamos a perdernos la gran boda", nos dijo con una sonrisa. Y aquel sencillo gesto nos sacó de la monotonía de otro aburrido día de hospital y nos tuvo entretenidas unas horas mientras comentábamos el despliegue de medios, y el interminable desfile de aristócratas, miembros de casas reales, políticos y grandes personalidades de todos los ámbitos, emperifollados para la ocasión. Enfundados ellos, en elegantes trajes hechos a medida y ellas, en modelitos no aptos para todos los bolsillos, encorsetadas bajo pamelas y tocados imposibles.
El cielo de Madrid diluviaba ante las caras de resignación de los involucrados. Hubo anécdotas varias (que los comentaristas agradecieron, claro está), alguna lágrima furtiva e incluso alguna patada desafortunada y rememorada después hasta la saciedad. Para terminar, baño de masas con vítores y banderitas en las calles, al más puro estilo inglés (aunque sin merchandising, menos mal).
Cómo pasan los años... Veinte ya, desde mi "agradable" estancia de un mes en el hospital. Veinte años de un diagnóstico que me cambió la vida. Veinte años de una experiencia que supuso un antes y un después de lo que soy; que me apartó de mi trabajo, de mi familia, de mis amigos. Que fue un verdadero baño de realidad, haciéndome consciente de mi vulnerabilidad, de que mi cuerpo no puede soportar un ritmo trepidante demasiado tiempo.
—Hasta aquí— me dijo él.
—Touché— le contesté yo.
Y no me quedó otra que asumir la nueva situación.
Durante semanas, no pude comer nada, atada día y noche a una máquina que emitía un pitido ensordecedor cada vez que tenían que cambiar los goteros. A la debilidad de mi cuerpo se fueron uniendo el cansancio, el sueño, el hartazgo al ver la lentitud de la mejoría, el aburrimiento... La vida entre las paredes de un hospital tiene un ritmo distinto. Cada día parece igual que el anterior, se repiten invariablemente rutinas, horarios, tomas... Y mientras tanto, afuera la vida continua sin ti. Quizá por eso, una boda real puede convertirse en algo muy especial, lo mismo que la compañía de los tuyos, (cuánto bien me hicieron) y las numerosas llamadas, visitas, regalos y muestras de cariño que recibí durante aquellos días. Me dieron vida, mucha vida.
Afortunadamente, fui recuperando poco a poco la salud gracias a las excelsas cantidades de corticoides que me suministraron. Salí de allí un mes después, y creo que aquel fue uno de los días más felices de mi vida. Tanto, que cuando volví a ver la torre de mi pueblo se me saltaban las lágrimas de emoción.
Pero mi recuperada salud consistía en una enfermedad crónica con la que tendría que aprender a vivir y en un tratamiento diario para mantenerla a raya. Podría ser peor, supongo que me dije a mí misma. Y aunque pudiera parecer lo contrario, recordar este aniversario es como celebrar una segunda oportunidad, una nueva vida en la que valorar lo que realmente importa y dejar de lado todo lo demás.
No sé si ya existía hace veinte años, pero en la actualidad, el 19 de mayo se celebra el Día Mundial de la Enfermedad Inflamatoria Intestinal. Por aquel entonces, casi nadie había oído hablar de esta enfermedad, y yo misma tuve que buscar en el ordenador de la biblioteca del hospital qué era aquello que me acababan de detectar. Hoy está patología afecta a casi 400.000 personas en España, aunque todavía resulta desconocida para muchos, de ahí la importancia de darle visibilidad.
Es fundamental que los entornos de las personas con EII, amigos/as, familiares, compañeros/as, estén informados y sean conscientes de las limitaciones y necesidades de los enfermos. Y escribirlo o contarlo puede ayudar a nuevos enfermos a superarlo. En eso andamos.
En estos veinte años he perdido a muchos, demasiados seres queridos, que me acompañaron y arroparon en aquellos momentos difíciles. La mayoría se fueron también demasiado pronto, así que... ¿Por qué no celebrar este aniversario?
Brindo por otros veinte años de "salud".