lunes, 12 de agosto de 2019

Primos

Dicen de los primos que son los primeros amigos... Pues lo son.

O al menos en mi infancia lo eran, porque mucho han cambiado las  cosas desde entonces. Muchas han mejorado, por supuesto, aunque otras muchas no estoy tan segura de que lo hayan hecho a mejor... Cambió la sociedad, cambiaron las familias y cambió todo tanto, que a veces, cuando recuerdo la infancia que vivimos, y lo poco que se parece a la que viven ahora nuestros hijos, me parece increíble que hayan transcurrido poco más de treinta años.

Para empezar, cómo han cambiado las familias en forma y en número. Familias numerosas entonces, la mayoría. Padres ausentes (casi siempre), madres presentes sí, aunque no en los juegos y en los estudios de sus hijos como hoy en día... Madres siempre ocupadas, ocupadísimas en procurarnos  al resto de ocupantes de la casa  todo lo necesario para la supervivencia, léase comida, ropa, e higiene general. ¿Que si nos querían? Por supuesto, qué duda cabe, pero eran otros tiempos y otras formas de educar y atender a los hijos, y vaya, su atención tenía otros muchos frentes abiertos como para poder dedicar unos minutos a jugar con nosotros. 

Por suerte, hoy los hijos tienen  todo o casi todo lo que quieren y a poco que mire a mi alrededor, me doy cuenta de que, casi siempre es demasiado. Nosotros no tuvimos tanto. En aquella época no se podía y punto, y se acabó la discusión, de hecho, ni siquiera había discusión, se acataban las decisiones de los adultos sin más. Quizás sea por esa carencia, por la que  hoy se quiere materializar en los hijos todos esos deseos insatisfechos.

Y las familias, cómo se han reducido las familias... Menos hermanos, menos tíos, menos primos... Hoy, casi todos los niños pueden  contar a sus primos con los dedos de una mano, y siendo tan pocos, es muy difícil que coincidan sus edades. Y en estas circunstancias, sólo algunos afortunados llegarán a conocer el significado que nuestra generación damos a la palabra "primo", ese que resulta de haber compartido intensamente un pasado común, (infancia, juegos, y vivencias), y que desemboca, irremediablemente, en un auténtico entramado de emociones y sentimientos inigualables. 

Me vienen a la memoria tantos recuerdos de mi infancia en los que estaban mis primos, y sobre todo mis primas... tantas tardes de juegos interminables que no eran sino una fiesta, en la que las horas pasaban casi sin darnos cuenta, y en las que disfrutábamos... cómo disfrutábamos de estar juntas.

Los niños de hoy en día acumulan juguetes y más juguetes, con los que en realidad apenas juegan, atados casi siempre a videoconsolas o tablets;  Hoy, a la mayoría de nuestros hijos no se les ocurriría hacer una casa de muñecas con una caja de cartón, ni camas diminutas con unos envases y unos trapos, ni coser ropas  con unas diminutas telas, dejando unos agujeros para la cabeza y los brazos, para aquellos muñecos que había que desarmar finalmente, para poder introducirles la prenda de alta costura...

Tampoco estoy segura de que llegaran a inventar un juego para recoger más rápido los juguetes, como hacíamos antaño, (aquel loco y divertidísimo "si lo sé no vengo"), ni creo que utilizaran un sauce llorón como ducha, para después bañarse en la parte del patio soleada (que hacía las veces de piscina), y no sé si lo pasarían tan bien como nosotras inventando juegos, disfrazándose, improvisando disparatadas  obras de teatro, tomando  cafés imaginarios mientras jugábamos a ser mayores... 

Reunirnos a jugar el sábado o el domingo, en casa de los abuelos, o de los tíos, era el momento más esperado de la semana, el más divertido, el mejor... Pasar tiempo eligiendo el juego que tocaba ese día, para después jugar sin descanso durante horas, que parecían minutos. Ir a la panadería "de la Anita" a comprar aquellas magdalenas, que aunque siguen estando buenísimas, por aquel entonces, me sabían a gloria. Jugar con el balón mientras recibíamos, inmisericordes, las reprimendas de la abuela por estropear las plantas, contemplar temerosos y resguardados tras los cristales, cómo los más valientes de los primos toreaban la cabra del abuelo, observar con admiración los hurones que tenía en aquellas jaulas protegidas de la luz en la cuadra... Jugar, correr, saltar, disfrutar de la inocencia de una plácida niñez, de una etapa irrepetible en que no existían los problemas, (o al menos, a nosotros nos pasaban desapercibidos), donde lo único importante era divertirse y no desperdiciar ni un solo minuto de aquellas tardes maravillosas.

Recuerdo ahora con añoranza todos aquellos juegos inolvidables, y me doy cuenta de lo afortunadas que fuimos, y de lo prodigiosa y fantástica que era nuestra imaginación. Me doy cuenta, de lo felices que éramos entonces, con tan poco...

Pasaron los años, y dejamos de jugar con muñecas para disfrutar cantando canciones de los Chichos metidas en un seiscientos. Los estudios, el trabajo, y el rumbo que fueron tomando nuestras vidas nos fueron distanciando, espaciando las visitas... aunque sin duda, el vínculo nunca se perdió; ese lazo invisible que nos unió en un tiempo, todavía sigue latente en cada encuentro, en cada reunión.

Prima, primo, qué preciosa palabra todavía, porque viene a representar familia, sangre de mi sangre, pero también cariño y amistad sincera; una amistad  antigua, reconocida, rotunda e imperecedera.

Una palabra que significa tantas cosas...

Significa conocerse desde siempre, con todas nuestras virtudes y nuestros defectos, y reconocerse en estos cuerpos adultos que habitamos, después de tantos años. 

Significa poder contarte tu vida, tus problemas, tus alegrías, tus anhelos, con total libertad y naturalidad, aunque hayan transcurrido meses sin verte.

Significa  regresar a la infancia cuando nos reencontramos, y como en un espejo, contemplar el presente y el pasado a la vez.

Significa revivir anécdotas pasadas, contadas y recordadas una y mil veces, y no poder evitar recrearse en ellas de nuevo, en un constante déjà vu.

Significa ser feliz con su mera presencia y compartir con ellos todas nuestras alegrías y entristecerse con las penas.

Significa ser consciente de que, aunque  el tiempo pase, implacable, tus primos, tus primas, seguirán estando ahí, siempre. 


Dicen que quien tiene un amigo, tiene un tesoro.  Pues sin duda, quien tiene, como yo, una familia con tantísimos primos y primas, es poseedor de una inmensa e incalculable fortuna.






sábado, 3 de agosto de 2019

Un viaje llamado vida

Colecciono momentos. Me empeño en coleccionarlos y atesorarlos en mi memoria, aunque últimamente tengo la extravagante costumbre de escribirlos, de dejar constancia  de ellos en este blog  que habita en el limbo de internet.

¿Por qué razón? La respuesta quizás ni yo misma la sepa... Quizás simplemente sea una manera de no olvidarlos, de hacerlos eternos, de impedir que el inevitable paso del tiempo vaya cercenando los recuerdos hasta hacerlos desvanecer. Aunque, a poco que piense en ello detenidamente, me doy cuenta de que se trata de una necesidad. Necesito escribir sobre lo vivido, sobre lo sentido, sobre aquello que he tenido la suerte o la desgracia de experimentar en propia carne y que me ha estremecido, emocionado, o sencillamente me ha hecho feliz. Necesito trasladar de mi cerebro todos los pensamientos y reflexiones que se agolpan en mi cabeza después de haber sido testigo de uno de esos momentos  y sacarlos de ahí de una manera ordenada, metódica, casi obsesiva. Como si de un  notario se tratase, necesito dar fe de todo lo acontecido... que aquello que me ha pasado quede inmortalizado para siempre a golpe de tecla, por si en el futuro, el tiempo y el olvido hicieran de las suyas...

 Escribo con la íntima satisfacción de quien sabe, que dentro de unos meses, de unos años, volverá a leer sus propias palabras y volverá a revivir las experiencias sobre las que hoy, sin apenas pudor, escribe en este blog. Volveré a leerlas algún día con nostalgia, y quizás también con cierta sorpresa, al observar mi "yo" pasado y ver cómo la vida se habrá encargado de que poco o nada se parezca al que contemple entonces en el espejo de mis pensamientos.

Siempre he creído que la vida no ha de entenderse sino como  un viaje; Un viaje maravilloso a veces, aunque otras muchas se convierta en toda una odisea, en un periplo demasiado arduo, o demasiado triste. A ese viaje dedica Kavafis su poema Ítaca, un poema que me marcó desde que lo leí por primera vez. Con un lenguaje y una belleza incuestionables, Ítaca resume perfectamente todo lo que pienso acerca de este hermoso viaje que es la vida. Un poema al que regreso una y otra vez...

... "Pide que el camino sea largo, 
lleno de aventuras, lleno de experiencias"... 

Como un cincel, el discurrir de la vida va erosionando y moldeando nuestra alma. Dibuja sus trazos en nuestro ser dejando huellas, a veces someras y otras hondas y profundas, aunque siempre imborrables. Unas huellas que nos van cambiando por dentro originando una verdadera metamorfosis aparentemente invisible, pero que se produce de manera continua e imparable hasta el día de nuestra muerte.

Desconfío de las personas que no llegan a experimentar esa metamorfosis, de aquellos que, convertidos ya en adultos o ancianos, continúan siendo iguales que en su infancia o en su juventud, con la misma forma de ser y de pensar...

La vida constituye en sí misma un arduo y constante aprendizaje, y como tal, hemos de procurar aprender de todas sus lecciones y  enseñanzas, y avanzar para intentar siempre ser mejores; Hemos de tratar de soltar el lastre de todo lo mezquino y lo superfluo que encontremos a nuestro paso, y acoger todas las experiencias que se nos brindan, todo aquello que aparentemente no tiene valor y que, por el contrario, constituye el mayor de los tesoros: las personas que se cruzan en nuestro camino, y los momentos irrepetibles que compartimos con ellas, esos que nos colman el corazón, y que definitivamente, hacen que la vida merezca la pena.

En mi viaje, también he descubierto que no sólo los momentos y las personas dejan huella, también lo hacen, sin duda, los libros. Quien ha descubierto el poder de la lectura, su capacidad para cambiar nuestro interior, para ponernos en el lugar de los demás, para conocer al ser humano en todas sus facetas, buenas o malas y para ayudarnos a reconocernos a nosotros mismos en esas mismas facetas... aquellos que lo han conseguido, ya nunca volverán a ser los mismos.

La vida es un viaje y yo, probablemente, haya recorrido ya la mitad del trayecto. Quién sabe qué me deparará el resto del camino, prefiero apartar ese pensamiento de mi horizonte... Hoy, tan solo me conformo con disfrutar de cada parada, de cada día, de cada minuto... Y me conformo, desde luego, con gozar de los pequeños placeres que nos brinda: un abrazo, un beso, la irreemplazable compañía de mi familia y amigos, un buen teatro o una buena lectura,  una conversación amena, un paseo tranquilo, una apetitosa comida,  la música... y, sin duda, con disfrutar de la amistad sincera y reconfortante de esas personas especiales que, a pesar de la distancia y del tiempo, siguen estando ahí, detrás de una pantalla, de un móvil o de un auricular, tan lejos y tan cerca a la vez.

Seguramente sea ese el secreto de la felicidad: gozar intensamente de la existencia sin esperar mucho más, simplemente disfrutando del momento, deleitándonos con él, y en él.

Será por esto por lo que me empeño en coleccionar momentos, y por lo que me esfuerzo en  poner, a través de mi trabajo y de mis actos, mi granito de arena en este mundo tan loco que nos ha tocado vivir. Y será por este afán, por el que últimamente no dejo de sembrar palabras y más palabras, a lo largo y ancho del fecundo universo que me rodea. Será, por lo que no dejo de escribir esta avalancha de palabras que surgen, sin cesar, de lo más profundo de mi alma; de sembrarlas, negro sobre blanco,  para recoger después los más valiosos frutos: el cariño y  la gratitud de tantas personas a las que han logrado conmover. Sin duda, deben ser estas las valiosas riquezas  de las que habla Kavafis en su poema...

Ojalá y mi viaje sea largo, que dure muchos años, y el día que llegue a Ítaca, ya vieja y cansada, al echar la vista atrás pueda afirmar felizmente que el viaje ha merecido la pena. :)











He recorrido ya medio viaje
apenas unos recuerdos me quedan
y un corazón roto y dolorido.
Una nostalgia interior me acompaña,
los ojos del llanto la delatan.
Bajo el purpúreo marchar del sol
acabaré en el bosque del recuerdo.
                           
                                   M. Nieves R.