A menudo las malas noticias nos golpean sin avisar. ¡Zas! Cuando menos te lo esperas, cuando nada hace presagiar la catástrofe hasta que se materializa ante tí con toda su crudeza.
Ha fallecido Almudena Grandes, leía ayer con incredulidad en la pantalla del móvil. No puede ser, escuché una vocecita dentro de mí, mientras percibía un leve temblor en todo mi cuerpo. Me recompuse como pude y al releer el titular, comprobé que lamentablemente la noticia no contemplaba interpretaciones. No se trataba de ninguna de esas "Fake news". Era real y desgarradora, Almudena Grandes, nuestra Almudena, la de tantos y tantos lectores que venimos leyendo sus libros desde hace muchos años, se fue para siempre. La historia se repitió una vez más, y el cáncer nos la arrebató demasiado pronto, demasiado.
Hacía poco que había leído que estaba enferma, aunque nunca pasó por mi mente, y supongo que en la de nadie, este triste desenlace. Llegué a comentar su enfermedad con mi amiga Concha Vázquez, la última vez que hablé con ella, sin darle demasiada importancia. Supongo que esta horrible enfermedad está ya tan arraigada en nuestras vidas, que la hemos ninguneado a la categoría de cosa normal. Imagino a Concha triste, llorando la pérdida de una escritora a la que siguió y admiró durante toda su trayectoria, llegando incluso a fraguar amistad con ella. Esa amistad encaminó los pasos de Almudena Grandes a El Ballestero hace ya más de una década, y en ese pequeño pueblo reunió a un montón de lectores deseosos de escuchar y de ver a la autora. Fue un día inolvidable, para Concha, y para todos los que allí estuvimos, porque, en efecto, yo no falté a aquella cita tan especial.
Aquella fue la primera vez que la ví en persona, y quedé prendada ya entonces de su cercanía y naturalidad, de su manera de hablar, de su claridad de ideas, de la gran persona que se escondía detrás de la escritora famosa. He de reconocer que, desde entonces, siempre albergué el deseo de que algún día visitara nuestra biblioteca. A punto estuvo de cumplirse ese sueño, ya que su nombre y apellido estaba impreso en el dosier con el que presentamos nuestra candidatura para el Encuentro Provincial de Clubes de Lectura de Albacete. Finalmente, por cuestiones de agenda, fue Julia Navarro y no Almudena Grandes, la que apadrinó el encuentro celebrado en Munera. Julia estuvo maravillosa y encantadora, aunque siempre me quedará esa espinita y ese deseo incumplido.
En 2018 Almudena fue la autora invitada del Encuentro Provincial celebrado en Lietor. Hasta allí nos desplazamos algunas de las integrantes del Club de Lectura Carpe Diem. Teníamos que estar, y vaya que estuvimos... En primera fila, a tan solo unos pocos metros de Almudena. Fue un lujo escucharla hablar con su inconfundible voz, esa voz rota con la que sabía transmitir tan bien sus pensamientos e ideas. Cómo disfruté de aquella charla... la escuchaba con atención, casi sin pestañear, siguiendo el ritmo pausado de sus palabras y el movimiento hipnótico de sus manos con el que las acompañaba. Presentaba en aquella ocasión Los pacientes del doctor García, otro gran libro con el que disfruté enormemente.
Comparto con mi querida Concha la admiración hacia la escritora y su obra. No me he leído todos sus libros, pero sí muchos de ellos; Los suficientes para declarar abiertamente mi fascinación hacia su forma de escribir, sus historias bien contadas, sus personajes inolvidables... Almudena Grandes tenía talento para escribir, para contar historias, para perfilar personajes, pero ella no se contentaba con eso. Almudena estaba empeñada en indagar en el pasado, en descubrirnos episodios de nuestra historia que todos deberíamos conocer, en dar voz a la memoria. Nunca entendió como muchos se siguen empeñando en enterrar la memoria, cuando es tan necesaria para elaborar la identidad de cualquier pueblo, de cualquier nación.
El corazón helado, uno de mis libros preferidos y que tengo firmado de su puño y letra, supuso para ella un antes y un después. Un nuevo camino por el que guiar sus pasos de escritora. Consiguió con este libro contar la historia de muchas familias españolas que vivieron el exilio, y lo hizo de manera magistral, construyendo una trama compleja, un relato ágil y fluido, extremadamente bien documentado, una historia envolvente y sin duda, conmovedora.
A partir de ese libro, Almudena Grandes se propuso una empresa difícil y ambiciosa. Reivindicó la obra de Galdós y emprendió Los episodios de una guerra interminable, una serie de seis novelas con las que Almudena quiso relatarnos, y muchas veces descubrirnos, hechos recientes de nuestra historia que han quedado sepultados y olvidados por la historia. Inés y la alegría fue el primero de ellos, un libro en el que nos hablaba de la invasión del Valle de Arán en 1944 por un ejército de guerrilleros procedentes de Francia, un episodio casi desconocido para la mayoría de nosotros. En adelante, nos seguiría sorprendiendo la escritora con sus episodios, mezclando hechos y personajes ficticios, como solo ella sabía construirlos y dibujarlos, con otros reales e ignorados de nuestra historia reciente. Por desgracia la serie quedará incompleta. Cuántas historias por contar se ha llevado con ella...
Recuerdo que nos habló en el encuentro de que desde el primer momento sabía que iba a escribir seis libros, y que así se lo hizo saber a la editorial. Aquello no era lo usual y no lo veían demasiado claro, pero Almudena insistió, trabajó incansablemente para conseguir su propósito y el tiempo le dio la razón. "Mis lectores me hacen libre" decía la propia escritora, y así era. El ejército de lectores que devoraba todos sus libros la hacían libre para escribir lo que quisiera, sin atenerse a modas, a corrientes o mandatos.
Almudena nos ha dejado huérfanos. Nadie podrá ocupar ese vacío que deja en las letras españolas. Esa forma tan personal e irrepetible de escribir que tenía, imposible de emular. Qué grande era escribiendo y qué fácil hacía lo difícil. Qué gran oradora era también, qué bien transmitía y qué memoria tan prodigiosa tenía. Pero además, en lo que todo el mundo coincide, es en lo gran persona que era. Luchadora, valiente, divertida, cercana, comprometida... Extraordinaria.
Desde ayer, siento un nudo en el pecho. Una tristeza honda que puede parecer inexplicable, al tratarse de alguien a quien apenas conozco. Cierto, tan solo he intercambiado unas palabras con ella, y sin embargo, siento como si Almudena formara parte de mi vida. He pasado tantas horas disfrutando de sus novelas, he vivido tantas vidas leyendo sus historias, he sentido tantas emociones a través de sus personajes... Me he llegado a imaginar a la propia Almudena escribiendo cada párrafo, pensando cada giro y cada desenlace, que tengo la impresión de que me ha acompañado a lo largo de todos estos años. No es una impresión, lo ha hecho, y por todos los buenos momentos que me ha brindado su escritura, le estaré eternamente agradecida.
La noticia de su muerte nos dejó el corazón helado, y un pedacito de todos los que la leímos y la admiramos, también se marchó con ella. Eso solo pueden conseguirlo las GRANDES.
Gracias, Almudena.
TIRAR UNA VALLA
He tenido que escribir algunos artículos muy complicados a lo largo de mi vida. Ninguno como este.
Todo empezó hace poco más de un año. Revisión rutinaria, tumor maligno, buen pronóstico y a pelear. En aquel momento no quise dar la noticia porque necesitaba estar tranquila, confabularme con mi cuerpo y conmigo misma, pero en un año pasan muchas cosas. Tendría que habérseme ocurrido, pero no reaccioné a tiempo.
El cáncer, que es una enfermedad como otra cualquiera, desde luego un aprendizaje, pero nunca una maldición, ni una vergüenza, ni un castigo, me ha acompañado desde entonces. Y me encuentro muy bien en general. Estoy en las mejores manos, segura, confiada, fuerte, y sin embargo, hace unas semanas tuve un tropiezo, tiré una valla, como les ocurre hasta a los atletas keniatas en las carreras de obstáculos de larga duración. Mientras los altavoces de la Feria del Libro de Madrid lanzaban a los cuatro vientos los nombres de los autores que estaban firmando en las casetas, entre ellos el mío, yo estaba en el hospital con una complicación intestinal, que no era grave pero sí pesada de resolver. Así comprendí que mi silencio había tenido un precio.
Yo ya sabía que soy una mujer afortunada porque hay mucha gente que me quiere. Ahora lamento que algunas de esas personas hayan estado tan preocupadas por mí, por una ausencia que debería haber explicado antes para ahorrarles el mal rato. He llegado a percibir su inquietud desde mi cama del hospital, y quiero pedirles perdón, contarles cómo me siento. Y disculparme de paso, de antemano, por mi silencio y mis ausencias futuras. Porque no me gustaría que alguien pudiera volver a preocuparse por no encontrarme en un lugar donde hayamos coincidido otras veces.
Mis lectores y lectoras, que me conocen bien, saben que son muy importantes para mí. Siempre que me preguntan por ellos respondo lo mismo, que son mi libertad, porque gracias a su apoyo puedo escribir los libros que quiero escribir yo, y no los que los demás esperan que escriba. También saben que la escritura es mi vida, y nunca lo ha sido tanto, ni tan intensamente como ahora. Durante todo este proceso he estado escribiendo una novela que me ha mantenido entera, y ha trazado un propósito para el futuro que me ha ayudado tanto como mi tratamiento. Ahora necesito devolverle todo lo que me ha dado, encerrarme con ella, mimarla, terminarla, corregirla. Por eso voy a seguir desaparecida una buena temporada, y no devolveré mensajes, no contestaré llamadas, no daré noticias. Imagino que muchas personas lo comprenderán. Supongo que otras quizás no lo hagan, pero confío en que respeten mi decisión. Hasta que vuelva, aunque sólo sea para mirar frente a frente el cielo de Madrid una vez más, antes de volver a esconderme.
No sé cuándo será. Tal vez reaparezca con pelo, quizás sin pelo, con una melena rizada o con el peinado de mi querida Josefina Báquer, como la llamaba mi abuela, aquella que la vio bailar con una falda de plátanos cuando las dos eran jóvenes. Pero prometo solemnemente que volveré a sentarme en una caseta para firmar ejemplares y mirar a los ojos de mis lectores, de mis lectoras. Entre todos los personajes que existen, mis favoritos son los supervivientes, y no voy a defraudarme a mí misma, mucho menos a mis propios protagonistas.
Y seguiré estando aquí, escribiendo un artículo en esta misma página cada dos semanas, y en la contraportada del diario todos los lunes. Ese espacio, sagrado para mí, porque me permite mantener el contacto con mis lectores en cualquier circunstancia, nos permitirá encontrarnos, saber de nosotros, permanecer juntos.
En este artículo tan raro, tan difícil de escribir, tal vez no haya cabido todo lo que me hubiera gustado decir, pero al menos me ha permitido contar algunas cosas que necesitaba explicar.
A partir de ahora, seguiré escribiendo sobre los pájaros de Finlandia y otros libros memorables, sobre lo que pasa en el mundo, sobre la ficción y la realidad, lo justo, lo injusto, la vida de tantas personas, que tienen mucha menos suerte que nosotros, o más, vete a saber. Pero no quiero despedirme sin agradecerles que hayan leído este artículo que es tan importante para mí.
Dentro de dos semanas, nos vemos por aquí.
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