Sábado 13 de septiembre. Vuelta a la casa, lo que toca los sábados. Aquí en Munera, eso de dar una vuelta a la casa, no tiene nada que ver con el deporte y sí con adecentar suelos, quitar el polvo, poner lavadoras, planchar, etc.
Me encuentro dos envoltorios de caramelo en el alféizar de la ventana. Nada de particular, teniendo en cuenta que vivo en una planta baja. Alguien podría pensar que fue el viento el que los llevó hasta allí. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Pero no tan rápido, volvamos un poco atrás en el tiempo. Si me acompañan...
Hace unas semanas mi hijo me dijo: "Mamá, otro papel de caramelo en la ventana..." Efectivamente, allí, en el vano de la ventana dormitaba un envoltorio de caramelo. Fue en ese momento cuando caí en la cuenta de algo que hasta entonces había pasado por alto. Javier tenía razón, no era la primera vez que aquel desecho aparecía en la misma ventana. El hallazgo se presentó ante mí como un verdadero enigma. El misterio estaba servido. ¿Quién y con qué objeto se dedica a obsequiarnos con envoltorios de caramelos?
Convertida en cuestión de segundos en Jessica Fletcher, me aventuré a desentrañar "el misterio de los caramelos de café con leche". Ay, sí, disculpen. Había olvidado mencionar ese pequeño pero importante detalle. Todos los envoltorios son de esos famosos caramelos procedentes del municipio alemán de Werther, y todos sin azúcar. He aquí una pista que hubiese hecho recelar a la mismísima señora Fletcher, reduciendo el número de sospechosos considerablemente.
¿Quién pasa habitualmente por la puerta de casa y le gustan esos caramelos? Imaginé que podría tratarse de un mensaje de algún admirador o admiradora con el que pretendía decir: eres tan dulce como este caramelo. (Lo de leer, ya se sabe, le da a uno mucha imaginación...). Descartada esa primera y absurda hipótesis, me puse a repasar a todos los posibles sospechosos. El hecho de que se trate de caramelos sin azúcar podría indicar que se trata de una persona mayor, diabética quizás. Aunque, pensándolo bien, también pudiera tratarse de una persona joven preocupada por guardar la linea. Esa pista no me llevaría a ninguna parte.
A ver... piensa. ¿Alguien con dificultad para caminar? Teniendo en cuenta que el contenedor se encuentra justo enfrente del lugar de los hechos, podría tener sentido. Aunque, no, esta hipótesis también se tambaleaba. Un papel de caramelo se puede guardar en cualquier bolsillo, incluso en una manga, para al llegar a casa tirarlo en la basura. Definitivamente me encontraba en un callejón sin salida. De repente me imaginé acercándome a saludar a los vecinos a una distancia demasiado pequeña, olfateando su aliento en busca de algún atisbo de aroma al dulce caramelo de café con leche.
En honor a la verdad, he de decir que no es la primera vez que nos encontramos con un misterio de este tipo en casa. Durante años, alguien nos obsequió con Tetra Bricks de zumos o batidos que dejaban en la ventana de la cocina. Nunca supimos quién era el autor o autora de aquella arraigada costumbre con la que lidiamos, sin más consecuencias que la resignación. Al fin y al cabo, el contenedor se encontraba a la vuelta de la esquina (y no enfrente, como ahora) y a la persona que nos dejaba aquellos envases, sin duda, no le pillaba tan a mano como nuestra ventana. Supongo que debía saber que en casa reciclamos todo y que el Tetra Brick en cuestión llegaría a su destino.
En este punto y ya puestos a confesar lo inconfesable, (por aquello de haber pasado ya veinte años y haber quedado ya relegado al cajón de las anécdotas divertidas y curiosas), les hablaré de otro "regalito" que alguien nos dejó en la puerta de la cochera al poco de comenzar a vivir en nuestra casa. Alguien dejó una caja de cartón en cuyo interior encontramos un montón de cintas VHS. En apenas unos segundos, pasé del desconcierto a la indignación, al descubrir los títulos de aquellas películas, todas de cine para adultos. "¿Pero qué es esta desfachatez? ¿No tienen los vecinos otra forma de darnos la bienvenida al barrio?" Dije enfadadísima. Mi marido, por quitarle hierro al asunto me dijo: "Igual se trata de una donación para la biblioteca"... En aquel momento el chiste no me hizo ninguna gracia, aunque ahora, en la distancia, creo que tenía su punto, sí señor. Sea como fuere, en cuestión de segundos, aquella caja acabó alimentando el vientre del contenedor, al mismo tiempo en que empecé a mirar a mis vecinos con una curiosidad renovada.
Tiempo después, recibimos otro agasajo no menos peculiar que el anterior. "Mira lo que nos han dejado en los portones", me dijo mi marido un domingo. De la mano le colgaba un pequeño rosario. "Es una señal..." Le contesté con cierta sorna. Porque aquel nuevo hallazgo (que yo quise adjudicar al propietario de las cintas, en compensación por aquel otro regalo del infierno), ya no me produjo ninguna emoción. Quizá tan solo sirvió para aumentar la intriga hacia las motivaciones del donante o donantes.
De todos modos, tengo que reconocer que se trataba de "regalos" originales. Porque en los últimos tiempos, los únicos regalos anónimos que encontramos, tanto en la puerta como en los portones son "pises y cacas" de perros, cuyos dueños los pasean a distancia. Lo de pasearlos a distancia no es otra cosa que abrirles la puerta para que los animales hagan sus cosas y den su paseíto diario. Pero ellos solitos, que ya son grandes, no vaya a ser que a sus dueños les pille la policía y les denuncie, por no haber recogido las heces de la mascota en cuestión, que acaba de defecar en plena acera.
Quizá nunca llegué a desentrañar el misterio de los caramelos de café con leche, aunque bien mirado, prefiero mil veces esos bonitos envoltorios dorados en la ventana, que un pastelito maloliente en la puerta.
Decidido. Pondré en el alféizar una papelera pequeña para que el portador de los envoltorios pueda contribuir con su gesto a la limpieza de las calles. Puede que incluso compre caramelos de café con leche y le deje alguno a cambio. Ahora que lo pienso... me apetece uno de esos caramelos.
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