lunes, 8 de diciembre de 2025

Café con leche. 2.0

 



Puede que alguien haya pensado que quedó atrás el asunto que dio pie al capítulo 1 del "misterio de los caramelos" que relaté en una entrada anterior. Cierto es que, durante algunos días después de hacer públicas estas generosas donaciones, el benefactor de los papelitos en cuestión, abandonó la costumbre de olvidarlos en la ventana donde solía hacerlo. ¡Milagro! Parece que las palabras han conseguido surtir efecto, pensé. Nada más lejos de la realidad.

Imagino que estaría de vacaciones, pues al poco, un nuevo papelito volvió a aparecer en una nueva ventana, esta vez de mi habitación. Mi cara, tuvo que ser un poema, una mezcla de asombro y estupefacción (no acostumbro a hacerme selfies, pero debería de haberme hecho uno con la prueba del delito para dar fé de lo que aquí cuento). El resquicio de la duda apareció en ese preciso momento, porque el modus operandi había cambiado: La ventana no era la misma y lo más importante, se trataba de un caramelo de café con leche del Consum. Vale, vale... esta vez seguro que ha sido el viento, no empieces con las teorías conspiratorias, me dije. Pero vaya, que al día siguiente, otro papelito. Y a los dos días, dos papelitos más. Como buena seguidora de la gran Jéssica Fletcher (y últimamente también de Ángela Merkel, el divertido personaje de David Safier), tuve una revelación: el misterio de los caramelos había regresado.  Y al contrario que a las dos protagonistas detectivescas, a mí ya la bromita no me hacía demasiada gracia, la verdad. 

Examinando fríamente los últimos indicios y dada mi facilidad para ponerme en el lugar de los demás, pensé que claramente el autor de los hechos no estaba pasando por su mejor momento. De la famosa marca de caramelos alemanes había cambiado a unos de café ¡y de marca blanca, además! ¡Ay, cómo se está poniendo la vida!, me dije. Viendo el precio que han alcanzado los huevos, no quiero ni imaginar cómo se habrán puesto de caros los caramelos...  

Igual han subido de precio, sí, pero se trata de un capricho irrenunciable, por lo que parece, dado los muchos envoltorios que hemos seguido encontrando últimamente. Así, me veo cada día,  como un centinela, pasando revista a las ventanas, casi de manera obsesiva. 

Recordemos que en un principio pensé en poner una pequeña papelera en el alfeizar de la ventana para invitar al propietario a depositarlos en su interior. Pero ahora.... ¿pongo una en cada ventana? No lo veo claro, no vaya a ser que a partir de ahora mi casa se convierta en lugar de peregrinación y empiecen a llegar hordas de recicladores a depositar sus envoltorios en mis recipientes, dejando vacíos los contenedores del pueblo destinados a tal efecto. Llegados a este punto, la solución pasa, en efecto, por encontrar al culpable y preguntarle directamente por el motivo de esta pequeña diablura. 

A ver... qué haría Jessica Fletcher en mi lugar... ¡tratar de atrapar al asesino!, digo al culpable. ¿Y cómo hacerlo? Sí, ya sé. Montar guardia. Muy buena idea, desde luego, pero complicada de llevar a cabo. Sobre todo, porque no somos tantos en casa como para vigilar todas las ventanas a la vez y por otro lado... no podemos pasarnos veinticuatro horas haciendo guardia. 

He decir que este método resulta tan tedioso como efectivo y si no, que se lo pregunten a las patrullas de vigilancia. Tuvimos la oportunidad de ponerlo en práctica este verano con un "tocatimbres" que nos "tocaba" las narices todas las noches. 

Aquí he de hacer un inciso en el relato, para preguntarle al mundo, dónde está escrito que eso de "quedamos y nos vamos a hacer tocatimbres" se haya convertido en una práctica habitual, reconocida como actividad lúdica y de entretenimiento para los niños y jóvenes. Esa actividad, lejos de ser una chanza con la que reír tras una carrera apresurada, puede convertirse en una broma demasiado pesada para los que la sufren y más si se trata de personas mayores, a las que el mero hecho de tener que salir a abrir les puede costar mucho esfuerzo, o incluso una mala caída. Señores padres, madres, o quienquiera que sea testigo de ese comportamiento. NO. Eso no es un juego inocente, por favor, repréndanlo. 

Y dicho esto, continúo. Una noche en que el "tocatimbrero" estaba muyyyy aburrido y nos tocó tres veces, mi marido decidió hacerle una "espera" (como a los conejos, pero sin escopeta ni nada, no se vayan a pensar, que en casa no nos gustan las armas). Pues oiga, el chiquilluelo no debía de andar muy lejos, porque la inocentada no se volvió a repetir. Y menos mal, porque ¡ay de él si lo pilla infraganti, lo pone de hoja perejil!, no digo más. 

Para averiguar el nombre del donante y acabar con el desamparo en que me encontraba, pensé también en seguir la pista de los caramelos. Podría preguntar a las cajeras del Consum por todas las personas que compran de manera habitual caramelos de café de su propia marca. Una gran idea que descarté de plano, adelantándome a la respuesta de las dependientas, que no tendrían más remedio que negarme esa información, por ese escollo de la protección de datos. 

¡Lo tengo! Pondré una cámara de vigilancia. Fácil y cómodo. La conectas y te olvidas. Un método infalible para conseguir la prueba concluyente e irrefutable para encontrar al culpable. Pero claro, ¿cómo vamos a comprar una cámara para cada ventana? Una quizás y a ver si hay suerte.

Me di cuenta entonces de que había obviado una cuestión importante, que seguro que a la Merkel no se le hubiera pasado por alto, dado su sentido pragmático: estaba dando por hecho que los envoltorios solo tenían mi casa como destino, pero, ¿y si también las vecinas estaban recibiendo estos regalitos? De repente me vi como Erin Brockoovich, preguntado, casa por casa, si sus ocupantes han sufrido últimamente estos vertidos incontrolados y creando la Plataforma de Afectados por los Envoltorios de Caramelos. Me vine arriba, desde luego, pero yo, que soy mucho de meditar las cosas, volví a rechazar esta estrategia. Podría originar un problema de convivencia ciudadana si, a raíz de ésta, comenzaban a surgir otras muchas, como la plataformas contra los que vacían los ceniceros en tu puerta, o contra los que se dedican a dejar las latas de cerveza en las aceras, o contra los que tiran las bolsas de gusanitos al suelo, o contra los que te abollan el coche y se van de rositas -a pesar de que el tuyo es el único coche de ese color y marca en el pueblo-... En fin, un caos burocrático de proporciones descomunales. De todos modos, ninguna otra vecina me ha comentado nada de papelitos ni de caramelos y ya se sabe que cualquier novedad en el barrio, o hecho fuera de lo común, es tema de debate y disquisición entre vecinas, tarde o temprano.

Un domingo mientras pasaba revista a las ventanas, me quedé observando a mi hijo mientras estudiaba física. ¡Eureka!, pensé al puro estilo de Arquímedes. La física, ahí estaba la clave para resolver el misterio. Si tenemos en cuenta que nadie más en el barrio está siendo obsequiado con envoltorios, y conociendo la siguiente fórmula d = v . t  (distancia es igual a velocidad por tiempo), solo tenía que medir el tiempo que se tarda en abrir un caramelo, meterlo en la boca y deshacerte del envoltorio. Después, cronometrar la velocidad media a  la que puede caminar una persona, pongamos que mayor de 60 años (que será la media de edad de los vecinos). Y con esos datos y calculando el resultado de la operación, caminar la distancia resultante desde mi casa en diferentes direcciones, marcando los puntos resultantes en el mapa. ¿Cómo os habéis quedado? 

Sí, igual se me está yendo la pinza por completo O debería de leer menos novelas policíacas y más históricas o realistas. O igual algún que otro libro de autoayuda, que hace mucho que no leo ninguno.

En fin... Los resultados obtenidos no sé si son concluyentes. Es posible que la velocidad de desplazamiento no sea la correcta y cabe también la posibilidad de que la persona no abra el envoltorio justo al salir de casa, sino que lo haya guardado antes en el bolsillo, solo para obsequiarnos con él. 

Sea como sea, no dejo de preguntarme qué lechugas pretende alguien que deja de manera habitual un envoltorio en tu ventana.  ¿Una manifestación abierta de que le caes mal? ¿Una venganza por algún libro que le has recomendado y no le haya gustado? ¿O simplemente el azar es el culpable, puesto que mis ventanas y no otras le pillan al paso? No puedo entender las motivaciones de una persona para obrar de esta manera, la verdad. 

En cualquier caso, estoy segura de que el misterio de los envoltorios de caramelos está a punto de resolverse, o al menos creo que tengo los suficientes indicios para tener a una firme candidata a responsable de este culebrón literario. No sé si llegaré a "pillarla" en el acto o me tendré que conformar con la mera sospecha. Aunque llegado el momento, ¿qué se le dice a alguien que lleva meses con esa conducta incívica? ¿Mostrarte indignada por su comportamiento? ¿O quizá hablarle de la cantidad de plásticos y basura que se tira al suelo y que acaba  en el mar, contaminándose con micro plásticos? Dudo mucho que mis palabras puedan despertar su conciencia climática y tampoco me tienta la confrontación ni la bronca, por mucha razón que lleve servidora. Quizá opte por un desenlace mucho más sosegado, que por algo estamos ya en Navidad. 

Entretanto, voy guardando todos los envoltorios, engarzando, uno tras otro, con aguja e hilo. Quizás está Navidad decore con ellos las rejas. Prefería los Werters, que son brillantitos, pero el lema es reciclar y reutilizar.

O ya puestos, quizás se los devuelva a su dueña. Sí, quizás un día de estos se los eche en el buzón, junto a una nota que rece:

ESTO LE PERTENECE. 
ATENTAMENTE, 
SU VECINA.


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