miércoles, 20 de noviembre de 2024

MAQUILA

 

"Jamás pensamos en el invierno

pero el invierno llega, aunque no quieras".

                                                        R. J.




Escribo para poder respirar. Como si las palabras fueran el oxígeno con el que seguir respirando... con el que seguir viviendo, con el que seguir afanando...

Escribo para que el alma de las palabras, hecha de aliento, de vaho, acabe con los silencios...

Escribo por los mudos. Por todos aquellos hombres y mujeres que se quedaron mudos cuando les arrancaron de cuajo la voz y las palabras...

Escribo para no morir de hambre. Como si cada palabra fuera un mendrugo de pan con que alimentarse... 

A modo de prólogo, como un domador de vientos con su lazo de palabras, escribe Rafael Cabanillas uno de los alegatos por la escritura más hermosos que he leído. Cada párrafo, una sentencia, una verdad irrefutable, una puñalada certera en el corazón. Vaya comienzo de libro, una declaración de intenciones tan poderosa y de tal belleza que sobrecoge. Algo tan bonito solo lo pueden escribir los poetas y Rafael Cabanillas, sin duda, tiene alma de poeta. 

Nos invita el autor de esta manera magistral a adentrarnos en una nueva historia, independiente del universo Quercus, aunque enraizada en las mismas entrañas: la vida que fluye a través de los años, entre sueños, deseos insatisfechos, decepciones, pérdidas. Nos traslada otra vez con su pluma a otro tiempo, no demasiado lejano, en el que la miseria, el hambre y el frío eran el pan nuestro de cada día. La mera supervivencia,  de los que no tuvieron la suerte de nacer en una cuna sino en un chozo, viviendo como bestias, o mejor dicho, malviviendo.

Cómo olvidar ya ese chozo en el que se criaron el tío Justo y sus hermanos, ese chozo oscuro, lleno de humo y de goteras. Cómo olvidar a esa madre, merecedora de una estatua en pleno centro de Madrid y que representa a tantas mujeres de entonces, fuertes y trabajadoras. Mujeres que sufrieron en silencio toda clase de penurias, que trataron de engañar al hambre una y mil veces y que a pesar de todo, lograron sacar adelante a sus hijos. Quedará ya para siempre en mi memoria la historia de esa familia, de esos niños que tuvieron una infancia sin juguetes, sin posesiones, sin escuela. Una infancia que me recuerda demasiado a la que vivieron mis padres, mis tíos, mis abuelos y tantos otros. Tan bien descrita que en algún momento llegas a notar cómo el humo oprime tus pulmones o incluso esa inconfundible punzada de dolor que provoca el hambre. 

Y nos traslada también Maquila a otro espacio, a Madrid, a través de la mirada de Manuel, bibliotecario en la Biblioteca Nacional. Conoceremos su historia de amor y desamor con Desirée, forjada entre libros, silencios y miradas. Con él viviremos la reconstrucción del molino del abuelo Maquila, del que toma el nombre la novela. Será ésta una difícil empresa que le llevará veinte años.  Una metáfora de la propia vida. Y conoceremos también la historia de sus padres, Lucía y Edilio. El éxodo a la gran ciudad para buscar un mejor porvenir, para encontrar la indignidad de una diminuta portería convertida en hogar. 

Gracias a ese molino, dos personajes tan distantes como Manuel y Justo, cruzarán sus caminos. Será el tío Justo el que le muestre a Manuel su particular visión del mundo. El que le enseñe a través de sus pensamientos lo equivocado de la sociedad actual. El hombre hace mucho que dio la espalda a la naturaleza, destruyéndola sin remedio, sin darse cuenta de que, con ello, se destruye también así mismo. Justo rescatará del olvido retazos de su propia historia. La del cojo Melquiades y su mujer Ángela, la de sus hermanos. Su dura infancia, su juventud marcada por un golpe de suerte (que Dios aprieta, pero no ahoga, diría él).  Su  historia de amor con la Modesta, convertida con el devenir de los años en cariño y compañía. 

Muchos son los pasajes memorables y muchos los temas que aparecen en esta novela. La desesperación de una madre por su hijo muerto. La avaricia que mata. La persistencia de un cabrero que se resiste a abandonar su vida de pastor. La violencia, siempre presente en esas tierras. Las injusticias, que jalonan las historias, allá donde mires. 

Pero sin duda, la columna que vertebra la novela de Cabanillas es Lucía. Una madre atrapada por la terrible enfermedad del alzhéimer, apagando la luz de su conciencia, de su pensamiento, de su ser. Dejando a oscuras los últimos años de su vida. Y un hijo desbordado por su imparable declive, que finalmente decide acompañar a su madre en el último viaje, colmar de amor su último aliento. 

Como afirma el propio autor, se trata de una novela para ajustar las cuentas con la muerte,  para intentar reparar el daño, reconstruir la paz. Lo que pudo haber sido y no fue.  La literatura para sanar las heridas del alma. Inyectarse fantasía para no morir de realidad, que decía Bradbury. Un libro convertido en el más hermoso homenaje de un hijo a una madre. 

Otra magnífica novela de Rafael Cabanillas.



Y para terminar, algunas frases sacadas de Maquila, que merecen ser recordadas, anotadas y leídas repetidas veces, por las grandes verdades que encierran. Maravillosas todas.

"Si la felicidad existe, debe ser la suma de esos instantes de belleza efímera". 

"Gracias a las mujeres, a su buena cabeza, que si no fuera por ellas, la especie humana haría siglos que se habría ido a la mierda...". 

"¿Qué le vamos a dejar a nuestros hijos y a nuestros nietos?

"La gente vive amargada porque les han metido en la cabeza que la única forma de ser feliz es teniendo muchas cosas. Para conseguirlas hay que trabajar muchas horas. Por eso sobran los hijos, los padres y si te descuidas hasta el perro".

"¿La vida para ella? Un engaño, una decepción. El timo de la estampita..."

"Te parece padre poca revolución la que tienes dentro de este chozo?"

"Los animales son tan felices porque viven en el presente".

"Sin saber el pobre infeliz, que, si se lee, es precisamente para desdoblarse, multiplicarse y poder vivir otras vidas. Mil vidas a la vez. Para vivir en la eternidad de los libros". 


















domingo, 13 de octubre de 2024

Quercus, un viaje inolvidable

"Para viajar no hay mejor 
nave que un libro".
               Emily Dickinson






Cuántos momentos inolvidables y cuánta felicidad me está brindando la literatura en estos más de veinte años de profesión. Gracias a Quercus, la gran novela de Rafael Cabanillas, he podido vivir y disfrutar los últimos. Y no falto a la verdad, si digo que este libro ha supuesto un viaje en todos los sentidos.

Por diversos motivos que no vienen al caso, yo no he viajado demasiado (si me comparo con gente que se pasa la vida planeando nuevos viajes y viajando a lugares inimaginables para mí). Pero por suerte, hace muchos años descubrí que también se puede viajar leyendo. Porque los libros, además de hacernos disfrutar, tienen la capacidad de transportarnos a países lejanos o a recónditos rincones del planeta. Del mismo modo, nos hacen viajar en el tiempo, a épocas remotas, o a nuestra propia infancia. Por último y no menos importante, suponen un viaje interior a las entrañas de lo que somos, de ese ser humano tejido de pensamientos y emociones en el que nos hemos convertido. Estoy convencida de que los libros, mejor dicho, los buenos libros, al igual que los viajes, nos transforman y dejan en nosotros una huella imborrable. Y como decía, Quercus, además de dejar una profunda huella en mí, ha sido un viaje en sí mismo. Un extraordinario viaje que comenzó con su lectura y que culminó con un desplazamiento en autobús de más de doscientos kilómetros a Navas de Estena, en el Parque Nacional de Cabañeros, para hacer la ruta del mismo nombre y conocer al artífice de este pequeño gran milagro literario. 

Además, leer Quercus ha supuesto también volver a escribir. "Es cuestión de método y de ponerse", me dijo Rafael cuando le comenté que últimamente no encuentro el momento para hacerlo. ¡Ay! Don Rafael... qué método voy a seguir yo en este caos de prisas y horarios que llevo... Pero llegó Quercus y lo cambió todo, porque últimamente ando esbozando en mi cabeza frases, a veces párrafos completos, mientras hago las camas, friego o barro las hojas del patio. Será que el único método que conozco es la inspiración, o mejor dicho, la necesidad imperiosa de contar, de escribir, de compartir ciertas cosas. Así que... ¿Cómo iba yo a dejar de compartir este viaje tan bonito? Imposible. 


Era el primer viaje del Club de Lectura Carpe Diem desde antes de la pandemia, (me cuesta recordar cuál fue el último). Diecinueve temporadas cumplimos ya compartiendo lecturas, tertulias y vidas. Y de vez en cuando, también encuentros, charlas, comidas y viajes como este. Somos poquitas, entre diez y quince mujeres, aunque a los viajes se nos unen siempre algunos maridos y otros usuarios de la biblioteca. Seamos las que seamos, siempre es un placer viajar con ellas (hablo en femenino porque son amplia mayoría). Entusiastas, comprensivas si algo no sale según lo previsto y siempre dispuestas a pasar un rato agradable, ya sea en un museo, en una obra de teatro o en una visita guiada. Qué suerte y qué gran familia hemos formado a lo largo de estos años.

Llegamos a Navas de Estena sin contratiempos y después de tomar un café nos dirigimos al punto de encuentro. El nublado cielo amenazaba lluvia, aunque finalmente solo cayó alguna chispa y nos hizo una temperatura perfecta. Junto al puente, bajo un hermoso quercus iniciamos nuestra ruta. ¿Dónde iba a comenzar si no? Allí escuchamos por primera vez a Rafael Cabanillas, embelesados por sus palabras, por sus historias, como aplicados alumnos ávidos por aprender una nueva lección.  

Una de las primeras lecciones fue ver un alcornoque listo para el descorche, cuyo interesante proceso nos explicó Rafael. Lo contó tan bien y con tanta pasión, que casi podría asegurar haber escuchado ese crujido único que produce la corteza al desprenderse del tronco.

Pudimos conocer también a Paquillo, persona afable y divertida, y sin duda, fuente inagotable de inspiración para Rafael. Intentábamos imaginar a este hombre ya entrado en años, cargando con un enorme venado sobre sus hombros, mientras nos hablaba de caza, del monte, de cómo vivían hasta hace unas cuantas décadas los vecinos de esas tierras... Nos acompañó durante toda la ruta e incluso realizó una exhibición de tiro con honda a la que asistimos boquiabiertos. Vaya personaje este Paquillo... Con su sonrisa bondadosa y ese gran sentido del humor del que hace gala, es una verdadera caja de sorpresas. Alardea entre risas de haber casado hace años a una famosa mujer de la alta sociedad (lo de los ciervos, pecata minuta ante un cotilleo tan suculento).

Así transcurrió nuestra ruta, entre risas, anécdotas, curiosidades... Siguiendo el itinerario de la llamada Ruta del Boquerón, fuimos rememorando pasajes de la novela, inmersos en un bello y espectacular paisaje. Rodeados de una naturaleza exuberante, impregnados del aroma de la jara, y rodeados por un vistoso lienzo de colores, en el que había desde arces hasta numerosas especies de quercus que me temo todavía no sabría distinguir: alcornoques, quejigos, robles...  El sonido del agua del río Estena nos acompañó también durante la mayor parte del camino, y pudimos comprobar su fuerza en épocas de crecidas, contemplando las ruinas del antiguo puente. 

Siguiendo el curso de la antigua carretera, pudimos también observar sobre la roca las curiosas huellas del pasado marino de esta zona, para terminar, con una sorpresa tan inesperada como incomprensible: una valla. Esta vez era metálica, no un cercado de piedra como en Quercus, pero qué más da el material. La realidad es la misma. Una cerca marcando los límites de la extensa finca de algún don Casto de carne y hueso, con su palacio, sus guardas y su caza privada. Esa era la sorpresa que nos esperaba al final de nuestra ruta, una alambrada cortando el paso en una antigua vía pública. Inexplicable. Menos mal que la idílica aparición  de un corzo junto a su madre, correteando en entre los árboles, logró despojarnos del regusto amargo que nos había dejado ese desconcertante prohibido el paso. 

Volvimos sobre nuestros pasos, sintiendo ya el hambre en el estómago y un poco cansados, pero sin duda encantados por la experiencia vivida. Nos esperaba la comida, en la que coincidimos con un numeroso grupo de lectores de la biblioteca de Soto del Real, que ese día hicieron también la ruta Quercus y el anterior habían hecho la de Valhondo. Entre ellos, dos simpáticos "guiris" con los que me hubiese gustado hablar un poco más.

Ya saciados, nos trasladamos al granero municipal, para asistir al plato fuerte del día, al encuentro con Rafael Cabanillas. Era el momento de las preguntas sobre sus libros, de compartir opiniones, de charlar distendidamente, de seguir disfrutando del autor para poner la guinda a una jornada memorable. El acto terminó con la firma de libros y ahí estoy yo, feliz y satisfecha a tras un día repleto de emociones que transcurrió tan fugaz como un suspiro. 

Fue en definitiva una jornada entrañable de convivencia, de maravillosa conjunción de literatura y naturaleza y otra excusa para seguir estrechando lazos de amistad. De ella me traigo muy buenos recuerdos y varios regalos.

El primero de ellos, poder conocer a Rafael.  Persona sabia, crítica, comprometida, generosa. El maestro que todos hubiéramos querido tener y que, para colmo, escribe como los ángeles. Hablar con él todos estos meses ha sido un regalo, pero también lo ha sido compartir textos de ida y vuelta, como el que comparte el mayor de los tesoros. Esa es, sin duda, la grandeza de la literatura, de la palabra. Así mismo, la generosidad con la que me ha obsequiado  Rafael, sus halagos que no son sino excesivos, suponen un acicate para seguir escribiendo. 
 
Pero conocer a Rafael en persona, ese sí que ha sido un auténtico premio. Compartir todo un día en su compañía, hablar de naturaleza, de literatura, de vida... Como si nos conociéramos desde siempre, para acabar haciéndonos confidencias de salud, sorprendidos ambos de tener demasiadas cosas en común. Qué increíbles coincidencias a veces.

Pensaba que la dedicatoria con la que firmó mi libro y que me emocionó infinitamente, sería el último y el mejor de los regalos, pero no. Rafael Cabanillas me vuelve a obsequiar,  incluyendo mi Anaquel de palabras en la página de la editorial Cuarto Centenario. Un verdadero honor para esta humilde bibliotecaria que un buen día aspiró a atesorar palabras, historias y pensamientos en un anaquel, al igual que lo lleva haciendo con los libros en su biblioteca.

"Sólo el tiempo podrá desvelar cuán alto vuelan los pájaros de mi cabeza", con esta frase terminaba mi primera entrada del blog hace ya unos cuantos años. Quién me iba a decir a mí que este anaquel llegaría tan lejos. Gracias, Rafael Cabanillas por este inolvidable viaje.



































jueves, 3 de octubre de 2024

En la raya del infinito




Estimado Rafael:

Acabo de terminar Valhondo y con el corazón encogido aún por la emoción, escribo sin saber muy bien dónde me llevarán las palabras. 

Después de leer Quercus quise compartir esa maravillosa lectura con todo aquel que amase la literatura. Quizá, porque siempre he pecado de ilusa y nunca he conocido demasiados límites para los deseos, quise traerte a Munera, a mi club de lectura, a mi biblioteca. Me dije: alguien que escribe algo así, tan profundo y tan bien escrito, merece la pena conocerlo y escucharlo. Me puse en contacto contigo por redes y a los pocos minutos estábamos hablando por teléfono.  "Yo no puedo ahora, pero si quieres, te propongo que seáis vosotros los que vengáis aquí, a la ruta Quercus, a Cabañeros". Así de fácil, con esa naturalidad y cercanía de la que hacen gala las grandes personas. Me animaste a escribir una reseña sobre tu novela y la elogiaste con toda la generosidad que te caracteriza. No sabes cuánto te lo agradezco y también que leyeras el resto de mi blog, un verdadero honor para mí. 

Me gustó tanto Quercus, que seguí leyendo el resto de la trilogía y Maquila. También hemos leído los tres títulos en mi club de lectura. Terminamos la temporada con Enjambre y este año la hemos comenzado con Valhondo. A ver qué libros selecciono yo para las próximas lecturas, con lo alto que ha quedado el listón. Pues Maquila, por supuesto... Si está libre será el siguiente en nuestra lista.

Me han emocionado las cartas de tus lectoras que transcribes al final de Valhondo. Supongo que por eso yo también quería dejar constancia de lo mucho que me han gustado tus libros. Si mi madre hubiera ido a la escuela, probablemente también ella te hubiera escrito una carta parecida, en la que te diera las gracias por dar voz a tantas voces silenciadas y por transportarla con tus historias a su infancia de hambre, frío y pobreza, aunque también de felicidad. Se leyó Quercus en apenas dos semanas, todo un record para alguien que lee a trompicones, (aprendió a leer de mayor y tiene que releer a menudo, porque no recuerda lo último leído). Y siguió leyendo Enjambre, Valhondo y Maquila. Todos le gustaron mucho y no sabes lo difícil que es encontrar un libro que comprenda, con un tema que le interese, con letra grande, y además que le guste. Hoy en día es pedir demasiado a lo que nos ofrece el mercado editorial. Imagino que les pasa a muchos mayores, así que lograr lo que has logrado con tus libros me parece ya muy meritorio. 

Por suerte, yo no he conocido esa pobreza que tan bien describes en tus libros, pero está trilogía me ha calado muy hondo. Será por las historias, que te atrapan desde el principio, o por los personajes, que se quedan contigo para siempre. Será por la poesía que rezuma en cada página, o por la presencia constante de la naturaleza, tan bien descrita que casi se huele y se percibe. Será por las verdades como puños que cuentas en tus libros y por tanta sabiduría que transmites con ellos. Por esos localismos y palabras tan nuestras y que no tenemos que buscar en el diccionario.  Por la dureza de las vidas de los personajes, que tan bien nos sabes contar  o por la ironía y el humor que tampoco faltan a lo largo de las páginas. Pero, supongo que uno de los motivos más importantes de que me hayan gustado tanto tus libros es que me han traído muchos recuerdos de mi padre. Durante años fue guarda mayor, primero en la Finca Las Beatas, que quizá conozcas, porque está en Ciudad Real y después en el Coto de Sotuélamos, al lado de Munera. Aunque se trataba de caza menor, el lenguaje era el mismo: las cacerías, los ojeos, los señoritos,  las perdices... Me has devuelto la imagen de mi padre con su uniforme verde o marrón y su sombrero, montado en aquel Land Rover que aparcaba enfrente de casa. Todavía, si te fijas, se pueden apreciar en el suelo las manchas de aceite que dejaba. Irnos con él algún domingo y recorrer el monte echándole pienso a las perdices era una fiesta. "Mira, un espárrago", nos decía desde su asiento en marcha, "¿has visto la seta?, ¿ves el búho en el nido?" Y nosotros no lo habíamos visto, claro que no. Porque él tenía la vista hecha al monte y a la naturaleza. La mirada de un hombre de campo que tampoco fue a la escuela, pero que era más sabio que muchos universitarios de hoy en día. Has hecho regresar a mi memoria ese aspecto tan importante de mi padre y te doy las gracias por ello. 

Quercus es impactante, maravilloso, imprescindible. Enjambre es pura ternura y Valhondo es un auténtico homenaje a los maestros y a la España rural. Con todos ellos he disfrutado, he sufrido, me he reído y me he emocionado. 

Siempre he pensado que un buen libro ha de escocer en el alma, ha de cambiar algo en tu interior, remover conciencias o sentimientos, qué más da. Y sin duda, tus libros lo consiguen. Pero diré más. Tus finales son magníficos. Qué finales... Que difícil cerrar bien un libro. Escribir un buen final es toda una proeza  y Rafael Cabanillas la supera con nota, sí señor. 

Cerrar el libro con una sonrisa en los labios, un brillo en los ojos y el vello erizado es algo que no sucede a menudo, pero que ocurre en cada uno de los libros de esta trilogía.  Eso es un buen final. El broche perfecto a un buen libro.  Un rumor, un eco de voces y palabras que se quedará ya contigo para siempre. Abel, Lucía, Tiresias, y el maravilloso maestro Rafael, que no es otro que el Rafael de carne y hueso, convertido ya también en personaje: don Rafael Cabanillas Saldaña. 

Se llaman lucha, orgullo y dignidad lo que nos ha regalado a los lectores este Quijote llamado Rafael. GRACIAS 

sábado, 21 de septiembre de 2024

Pórtico Literario 2024

 


Foto Félix Moreno


Siempre he sentido admiración por nuestras raíces, por nuestra historia y por nuestras costumbres, así que no es de extrañar que sienta debilidad por las palabras de antes, las que utilizaron habitualmente nuestros abuelos y nuestros padres y que se han ido perdiendo poco a poco.

En casa de mi madre todavía se oyen palabras como viajera, en lugar de autobús, licenciao, en vez de cotilla, o cuchitril (espacio o habitación pequeña). Me encantan esas palabras, quizá sea porque me recuerdan a otros tiempos y a muchas personas queridas.

El año pasado leí en el Pórtico Literario un romance dedicado a nuestra forma de hablar y al Diccionario Munerense. Este año vuelvo a bucear en el baúl de los recuerdos para rememorar esas palabras y esos tiempos pasados. Os propongo un viaje al año 1973, con una familia munereña como protagonista y en un escenario tan especial como nuestra Feria.

Sucedió en la Feria, así he titulado este romance por capítulos que espero poder ir completando en el futuro. Un retrato de nuestra Feria y de nuestros antepasados en el que no faltan el humor y la ironía. Tan nuestro, que estoy segura de que muchos, reconocerán en él nuestra esencia.

Con todo el respeto a los poetas de verdad, espero que os guste.



SUCEDIÓ EN LA FERIA. Capítulo I


Eran vísperas de feria

diecinueve de septiembre

los gotazos de sudor

le corrían por la frente.

Manuela, así se llamaba

la parienta del Camacho

mujer capaz y hacendosa

él estaba hecho un somarro.

Acabado el enjalbliegue

la fachada relucía

se puso a darle a los cintos

aunque estaba ya molía.

Casi poniéndose el sol

acudieron los chiquillos

¡Vaya ayudas! Les voceó,

estáis hechos dos pericos.

Madre, ¡ya está aquí la Feria!

Le respondieron los críos

las luces y los turrones

también los puestos de tiro.

En la calle los cacharros

no queda un sitio vacío

y están poniendo los churros

la tómbola y el tiovivo.

Hay tres puestos de juguetes

y otros tantos de navajas

y están montando también

las cadenas y las barcas.

Ay, por Dios, ¡qué moliná!

cada vez sois más cansinos

to la tarde de bureo

vaya par de señoritos.

Madre, no se enfade usté

le contestó la mocica

es que queríamos ver

to la feria enteretica.

Que sí, que mañana es veinte

tiempo tendremos de verla

pero según os portéis,

así de larga la vuelta.

Asomó entonces Camacho

¡Ay mujer, vengo tullío!

Déjate de requilorios,

que te han visto en el casino.

No te encerrices mujer

que solo he echao una cerveza.

Barrunto que alguna más…

menuda pétima llevas.

Ay qué ver, qué genio gastas

Manolita de mi vida

deja ya de renegar

y vete pa’ la cocina.

------

Y llegó por fin el veinte

la familia peripuesta

estrenaban nuevos hatos

como manda nuestra fiesta.

Dejaros ya la pachorra

y tú, llama a tu hermanica

límpiate bien las voceras

y péinate esas vedijas.

Cuánto os costará arrancar…

Venga Camacho, ¡espabila!

que el Pórtico va a empezar

y nos quedamos sin silla.

Manolita, sabes bien

que no soy yo de poesías

en la puerta del Casino

te espero comiendo pipas.

Ay, Camacho, no te enteras

que no te gusta, se nota,

del Casino la Amistad

lo han cambiao a la Gaviota.

Pues yo veré a los poetas

que recitan que da gloria

sus primorosos poemas

que se saben de memoria.

Quiero ver a Castejón

y a Francisco Carretero,

al Cortijo y a Laserna,

que son expertos en verso.

Que sí, mujer, vete pues

y tú sola los disfrutas

en la plaza te aguardamos

y cuando salgas, nos buscas.

Ay qué ver, qué cuajo tienes…

Me voy ya, que llego tarde.

Y en la puerta de la iglesia

os quiero ver pa la Salve.  

 

... CONTINUARÁ



Y para terminar, en unas redondillas dedicadas a la feria.


FERIA 2024


Después de un año de espera

nuestras fiestas dan comienzo 

filigranas sobre lienzo,

es la feria de Munera.

Prepárense a disfrutar,

olvídense de las penas,

que están ya las calles llenas

y la plaza a reventar.

Se respira en el ambiente

un aroma singular

que nos lleva a recordar

otros veinte de septiembre.

Vamos pues a celebrar

los magníficos festejos,

la banda suena a lo lejos

y la Salve va a empezar.

Luce hermosa ya en su altar

nuestra Virgen de la Fuente

el pueblo devoción siente

por su patrona sin par.

Y después, viene el pregón,

que no se pueden perder

y en la plaza podrán ver

cómo brota la emoción.

Porque aunque no es de Munera,

el pregonero de este año,

ya no pasa por extraño

todos conocen a Txeda.

Él es quien encenderá

el cohete anunciador

rodeado del clamor

de toda la plaza entera.

Y manda la tradición

que sea prendida la hoguera

que bajo la torre espera

mientras suena una ovación.

Cinco noches por delante,

cuatro días para gozar

que en verdad van a pasar

Fugaces como un instante.

Vívanlos con sentimiento,

que no cese la alegría

y en la mejor compañía

disfruten cada momento.


FELIZ FERIA 


Pórtico Literario Feria 2024


Obsequio de este año, obra del artista
Antonio Ruiz López 


domingo, 19 de mayo de 2024

Que 20 años no es nada...



...Sentir que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada...
                                Carlos Gardel 



Hace veinte años que los reyes de España contraían matrimonio. Veinte años ya..., me he dicho al escuchar la noticia. Cómo pasa el tiempo... Y no es que tenga un especial interés en la vida de la realeza, ni que me sorprendan esos veinte años de casados, aunque sean motivo de celebración y casi una anécdota en los tiempos que corren.

La memoria es muy caprichosa y aunque hayamos olvidado lo que comimos ayer, se empeña en recordarnos fechas y momentos de nuestras vidas que han quedado congelados para siempre. Con el paso del tiempo, tal vez no recordemos demasiados detalles, pero sí tenemos el recuerdo vívido de dónde y con quién estábamos ese día y en ese preciso instante.

Me ocurrió con el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York. Recuerdo estar en el bar de Santi, tomando café. Acodados en la barra, seguíamos con desinterés la noticia de un accidente aéreo contra una de las torres. Al poco, asistíamos en directo al choque de un segundo avión contra la otra torre. Recuerdo aún las caras de estupor de todos los que allí estábamos. Y también la expectación y el miedo que se adueñó de todos nosotros según íbamos conociendo más noticias de un atentado en cadena que cambió el mundo para siempre.

También guardo  en mi memoria el día en que ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco. Recuerdo estar sentada en el sofá de casa contemplando  aquella terrible cuenta atrás que aparecía en la esquina del televisor y las lágrimas resbalando por mis mejillas, cuando se anunció el fallecimiento de aquel joven cuyo rostro y nombre nunca podremos olvidar.

Tampoco he olvidado el día en que España ganó el Mundial de Fútbol. Mientras Iniesta marcaba aquel histórico gol que nos dio la victoria y que mi marido celebró con un grito, yo intentaba sin éxito que mi pequeño durmiese, misión harto difícil durante sus primeros meses. Al oír el grito de su padre, el llanto del niño regresó, con más ímpetu si cabe y yo me temo que no llegué a celebrar ese gol como merecía.


¿Te acuerdas de dónde estabas ese día? He preguntado a mi marido al escuchar la noticia del veinte aniversario de los reyes. Él no sé acordaba, pero yo, en cambio, jamás podré olvidar que aquel 22 de mayo de 2004 estaba ingresada en el hospital. 

Llevaba allí varios días, aunque no sé cuántos exactamente. Lo cierto es que aquel sábado en que millones de personas veían desde sus casas el enlace real, yo lo veía en la habitación 308 de la tercera planta del Hospital General de Albacete, acompañada por mi hermana.

Aquella mañana, la nuera de mi compañera de habitación apareció por la puerta cargada con un televisor. "No íbamos a perdernos la gran boda", nos dijo con una sonrisa. Y aquel sencillo gesto nos sacó de la monotonía de otro aburrido día de hospital y nos tuvo entretenidas unas horas mientras comentábamos el despliegue de medios, y el interminable desfile de aristócratas, miembros de casas reales, políticos y grandes personalidades de todos los ámbitos, emperifollados para la ocasión.  Enfundados ellos, en elegantes trajes hechos a medida y ellas, en modelitos no aptos para todos los bolsillos, encorsetadas bajo pamelas y tocados imposibles.

El cielo de Madrid diluviaba ante las caras de resignación de los involucrados. Hubo anécdotas varias (que los comentaristas agradecieron, claro está), alguna lágrima furtiva e incluso alguna patada desafortunada y rememorada después hasta la saciedad. Para terminar, baño de masas con vítores y banderitas en las calles, al más puro estilo inglés (aunque sin merchandising, menos mal). 

Cómo pasan los años... Veinte ya, desde mi "agradable" estancia de un mes en el hospital. Veinte años de un diagnóstico que me cambió la vida. Veinte años de una experiencia que supuso un antes y un después de lo que soy; que me apartó de mi trabajo, de mi familia, de mis amigos. Que fue un verdadero baño de realidad, haciéndome consciente de mi vulnerabilidad, de que mi cuerpo no puede soportar un ritmo trepidante demasiado tiempo. 

—Hasta aquí— me dijo él. 

—Touché— le contesté yo. 

Y no me quedó otra que asumir la nueva situación.

Durante semanas, no pude comer nada,  atada día y noche a una máquina que emitía un pitido ensordecedor cada vez que tenían que cambiar los goteros. A la debilidad de mi cuerpo se fueron uniendo el cansancio, el sueño, el hartazgo al ver la lentitud de la mejoría, el aburrimiento... La vida entre las paredes de un hospital tiene un ritmo distinto. Cada día parece igual que el anterior,  se repiten invariablemente rutinas, horarios, tomas... Y mientras tanto, afuera la vida continua sin ti. Quizá por eso, una boda real puede convertirse en algo muy especial, lo mismo que la compañía de los tuyos, (cuánto bien me hicieron) y las numerosas llamadas, visitas, regalos y muestras de cariño que recibí durante aquellos días. Me dieron vida, mucha vida.

Afortunadamente, fui recuperando poco a poco la salud gracias a las excelsas cantidades de corticoides que me suministraron.  Salí de allí un mes después, y creo que aquel fue uno de los días más felices de mi vida. Tanto, que cuando volví a ver la torre de mi pueblo se me saltaban las lágrimas de emoción. 

Pero mi recuperada salud consistía en una enfermedad crónica con la que tendría que aprender a vivir y en un tratamiento diario para mantenerla a raya. Podría ser peor, supongo que me dije a mí misma. Y aunque pudiera parecer lo contrario, recordar este  aniversario es como celebrar una segunda oportunidad, una nueva vida en la que valorar lo que realmente importa y dejar de lado todo lo demás.

No sé si ya existía hace veinte años, pero en la actualidad, el 19 de mayo se celebra el Día Mundial de la Enfermedad Inflamatoria Intestinal. Por aquel entonces, casi nadie había oído hablar de esta enfermedad, y yo misma tuve que buscar en el ordenador de la biblioteca del hospital qué era aquello que me acababan de detectar. Hoy está patología afecta a casi 400.000 personas en España, aunque todavía resulta desconocida para muchos, de ahí la importancia de darle visibilidad.

Es fundamental que los entornos de las personas con EII, amigos/as, familiares, compañeros/as, estén informados y sean conscientes de las limitaciones y necesidades de los enfermos. Y escribirlo o contarlo puede ayudar a nuevos enfermos a superarlo. En eso andamos. 

En estos veinte años he perdido a muchos, demasiados seres queridos, que me acompañaron y arroparon en aquellos momentos difíciles. La mayoría se fueron también demasiado pronto, así que... ¿Por qué no celebrar este aniversario? 

Brindo por otros veinte años de "salud". 



viernes, 19 de abril de 2024

Quercus. En la raya del infinito

 


"El hombre que olvida sus raíces 

no tiene futuro"

Rafael Cabanillas


Cuando la lectura forma parte de tu propia esencia desde pequeña, ejercer la profesión de bibliotecaria es un auténtico regalo que te permite descubrir libros maravillosos y conocer, en muchas ocasiones, a sus autores. Si además te gusta escribir, resulta tentador dejar constancia y compartir con el resto del mundo, aquellos hallazgos extraordinarios con los que a veces tienes la suerte de encontrarte.

Mi último hallazgo ha sido Quercus, la primera novela de una trilogía escrita por el manchego Rafael Cabanillas y después de su lectura, no puedo hacer otra cosa que hablar maravillas  de ella y recomendarla a todo aquel que me preste oídos.

Curiosamente, este libro me esperaba pacientemente en su estante desde hace unos cuantos meses ya. Conseguí el lote para leerlo y comentarlo en el club de lectura y con tan solo unas páginas leídas, no hice sino preguntarme cómo había tardado tanto tiempo en adentrarme en esta hermosa historia. Hermosa, sí, como la frondosa encina que luce en su portada recortada en el horizonte. Pero dura, durísima, tanto, que se nos queda clavada en las entrañas para siempre. 

La novela fue publicada en 2019 por una editorial modesta como es Cuarto Centenario y tras varias ediciones y un imparable éxito entre los lectores, (fruto del boca a boca, que no de costosas campañas publicitarias como ocurre en otros muchos casos), la crítica la compara ya con Intemperie, la magnífica novela de Javier Carrasco, o con los Santos Inocentes de Miguel Delibes, ahí  es nada. Coincido con ellos, puesto que desde el principio me recordó a ambas novelas sin haber leído crítica alguna, y aplaudo, desde luego, su merecido éxito. Según el propio autor, este es un homenaje a su admirado Miguel Delibes y no es casualidad que Rafael omitiera los puntos y aparte como hiciera el vallisoletano en su novela.

Los libros son ventanas abiertas al mundo. Al mundo real y al de la imaginación. Ventanas abiertas a millones de historias por descubrir o a nuestra propia historia. Y Quercus nos abre una ventana a un relato estremecedor en donde muy pronto percibimos que ficción y realidad son aristas que convergen con demasiada facilidad. Quercus nos abre un universo de personajes inolvidables, (la mayoría inspirados en personas reales), de oficios olvidados o ya casi desaparecidos (como el  de carbonero, corchero, piconero, currucanero...) y nos retrotrae a un pasado no muy lejano en el que el hambre, la miseria, la dura vida del campo, las injusticias, las diferencias de clase, y el éxodo masivo a las ciudades eran el pan nuestro de cada día.

Se trata de una novela coral, aunque el protagonista indiscutible es el joven Abel, un personaje inolvidable inspirado en uno real, Francisco Muñoz, Paquillo. Rafael Cabanillas nos cuenta la historia utilizando la primera persona, como él mismo dice, "metido hasta los huesos" en la piel del protagonista. El lector sufre en carne propia su huida desesperada tras un trágico suceso, sus miedos, su difícil supervivencia, la desesperación que le atenaza... Siente la rabia y la emoción de una historia conmovedora y cruda, pero tremendamente bella y cargada de esperanza. 

Rafael Cabanillas ha dedicado su vida a la enseñanza, pero también a observar, a aprender, a escuchar y a recoger el testimonio de los habitantes de los pueblos donde dio clase. El mismo amor que Rafael profesa al campo y a la naturaleza, lo ha sabido inculcar a sus alumnos durante décadas. Y ese mismo amor rezuma en cada página de sus novelas. Sus libros huelen a jara, a romero, a lavanda, a campo y a monte. Describe tan bien los territorios y escenarios en los que suceden, que la naturaleza, los animales y la propia tierra se convierten también en protagonistas.

"El otoño es una especie de primavera invertida una primavera en extinción, que nunca quiere marcharse." . Así comienza Quercus, con una descripción del otoño tan bonita y evocadora, que enseguida te sientes inmerso en esta estación. No en todos los libros que nos gustan se conjugan los dos requisitos que todo escritor persigue: que sea una buena historia y que esté bien contada. En este caso Rafael Cabanillas logra su objetivo con creces, porque no solo nos cuenta una gran historia, sino que además, nos obsequia con una narración cuajada de imágenes, una prosa de gran lirismo, y un virtuosismo en el lenguaje envidiable. 

Pero además, su trilogía ha dado lugar al llamado Territorio Quercus (en los Montes de Toledo), en el que se encuentran tres rutas literarias que recorren los escenarios en los que están inspiradas sus obras.  En su lucha particular contra la despoblación de esa España vaciada que tan bien conoce Rafael, ha conseguido que  cientos de personas recorran estas rutas cada año, convirtiéndose así en un auténtico fenómeno cultural y turístico.  La cultura como elemento dinamizador, de la mano de un auténtico Quijote del siglo XXI cuya pasión ha obrado el milagro.

Conozco a Rafael Cabanillas desde hace apenas unas semanas y me han bastado para poder afirmar que se trata de una persona muy especial cuya cercanía y generosidad no abundan demasiado en los tiempos que corren. Lancé una bengala al universo de internet por si acaso surtiera efecto, y a los pocos minutos ya estaba escuchando su voz a través del teléfono. "Ahora me va a ser imposible ir a tu biblioteca, pero te propongo que seáis vosotros los que vengáis a verme  a mí"... Y así fue como surgió la idea de realizar un viaje a Navas de la Estena, en el Parque Nacional de Cabañeros. Un viaje para conocer a Rafael en persona y para disfrutar, una vez más, de esa conjunción tan maravillosa como es la unión de literatura y naturaleza.

Dice de Quercus su editor que todo el que lo lee lo acaba recomendando y no podría estar más de acuerdo. Hay libros que da pena que se terminen y este es uno de ellos. Y una vez concluido, te gustaría que todos lo leyesen, que disfrutasen tanto como tú lo has hecho de su lectura y de su verdad. Por suerte, aún tienes por delante Enjambre y Valhondo, las novelas que completan la trilogía y Maquila, su último título recién publicado.

Y para finalizar, esta humilde bibliotecaria dirá que Quercus es un libro para leer y releer, para regalar, y para guardar en tu biblioteca como un pequeño gran tesoro. La buena literatura sigue existiendo.



Biografía


Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) se formó en la Universidad Complutense de Madrid, tras lo cual se desplazó hasta París para continuar sus estudios, y a Suiza donde trabajó como profesor varios años. Además, realizó un máster de Educación para Adultos a través de la UNED. Incansable viajero con más de 50 países recorridos y experto en el África Occidental, en la actualidad es profesor de Lengua en el Instituto Hernán Pérez del Pulgar de Ciudad Real, labor que ha compaginado con una prolífica actividad como ponente y conferenciante en distintas universidades y congresos de todo el mundo: De Japón a Argentina, de China a Angola. Ha sido colaborador de National Geographic así como de distintos gobiernos y ONGs, y ha dedicado también parte de su carrera a trabajar en organismos e instituciones dedicadas a la educación, la cultura y el turismo. Por ejemplo, como responsable regional de la celebración en Castilla La Mancha del IV Centenario de la publicación del Quijote.

Cabanillas Saldaña cuenta con una amplia producción literaria desarrollada a lo largo de su carrera que le ha valido premios y reconocimientos de toda índole. En el ámbito editorial es autor de más de una decena de obras, con novelas como El secreto de Elvira Madigan, Al llegar el invierno, El llanto de la Clepsidra o MirtilloBlu, como algunas de las más destacadas. Su conocimiento sobre África le ha permitido también publicar libros de viajes como África en tu mirada u Hojas de Baobab, este último prologado por Javier Reverte. Su producción ha alcanzado también el género de los cuentos infantiles, fórmulas hibridas entre literatura y exposición, o centenares de artículos periodísticos.

Sin embargo, Quercus es con toda seguridad su obra de mayor éxito como atestigua la gran acogida entre la crítica especializada y el público. Publicada en 2019, la novela trata el fenómeno de la España vaciada y los pueblos de interior, a través de la figura de un joven que, tras la guerra civil, debe sobrevivir a su soledad y sus desdichas, intentando revertir la injusticia de esas tierras.

La fotografía es otro de los campos donde Cabanillas Saldaña ha destacado por su trabajo, con exposiciones itinerantes acerca del continente africano o de la figura de la mujer. También ha realizado trabajos en el campo audiovisual como el documental Cine para África, estrenado en Madrid en el 2015, del que es director y guionista.

La carrera del autor le ha valido premios como el Miguel Hernández a la labor educativa otorgado por Ministerio de Educación y Cultura o el premio de la Asociación Literaria de Castilla la Mancha, entre otros muchos. Quercus ha sido elegido Libro Recomendado 2020 por la Asociación de Libreros y la Red de Bibliotecas de CLM.


Rutas literarias



https://www.lanzadigital.com/castilla-la-mancha/las-rutas-literarias-quercus-enjambre-y-valhondo-estaran-presentes-en-fitur-2024/


https://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/montes-toledo-llegan-fitur-2024-rutas-literarias-20240117190234-nt.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.abc.es%2Fespana%2Fcastilla-la-mancha%2Fmontes-toledo-llegan-fitur-2024-rutas-literarias-20240117190234-nt.html



Blog

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domingo, 31 de diciembre de 2023

2024, ALLÁ VAMOS



Señores, llega un momento en la vida de todo hombre en que debe elegir entre resistir o huir. 
Yo elijo resistir.
Charles Bukowski,
Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones 




Dicen que no hay mal que cien años dure y que después de lo malo siempre viene lo bueno. Supongo que ambos dichos tienen su parte de razón, aunque no se cumplan siempre al pie de la letra. A veces la vida te obsequia con una piedra en el camino y después otra, y otra más y parece que se empeñe en ponerte todos los obstáculos posibles para que no consigas ver la luz al final del túnel. En otras ocasiones, no son piedras las que nos hacen tropezar. Caemos de lleno en un pozo cuya negrura y profundidad nos engulle sin remedio. Son auténticos cataclismos que alteran nuestra vida durante meses o años, para dejar después una profunda herida.

Así, andamos lidiando con esas pequeñas, aunque inoportunas piedras o con esos grandes cataclismos que arrasan todo a su paso, en este teatro llamado vida, lleno de incertidumbres, miedos, tristezas, dolor, pero también de pequeñas grandes alegrías. 

Acaba un año más, que parece haber pasado en un suspiro. Otro año que suma y que resta a la vez. Que ha transcurrido como cualquier otro, con sus cosas buenas y no tan buenas. Su mecha ya casi extinta, pronto será sustituida por una nueva llama que durará otros doce meses.

En mi caso, que vaya a acabar y empezar el año con mal pie, es algo innegable. Y no miento tampoco si digo que desde hace ya diez días me levanto cada mañana con el pie izquierdo. No es que me haya dado de repente un alarmante ataque de negatividad, es simplemente, que una operación de pie en plenas vísperas de la Navidad no es en absoluto el plan perfecto para estas fechas. La vida tiene estas cosas, que casi nunca sucede tal y como la habíamos imaginado. 

Pero como siempre, la vida nos enseña y nos da lecciones que no debemos olvidar. Por ejemplo, nos muestra lo afortunados que somos cuando tenemos salud, o cuando no nos duele nada, o cuando podemos levantarnos sin esfuerzo, caminar y coger un vaso de agua de la encimera. Apenas unos días coja y me han servido para darme cuenta de la cantidad de pasos que hago (que hacía) al día. Me he dado cuenta de que soy un culo inquieto, o quizá tenga uno de esos T.O.C.s que no te dejan sentarte tranquilamente sin haber hecho todo lo pendiente, sin haber recogido las migas del desayuno o sin haber dejado todo en su sitio. Mis acciones transcurren ahora a un ritmo desesperante, y ando midiendo las distancias, asegurando cada movimiento, calculando cada trayecto para no olvidar nada y no tener que repetirlo, no vaya a ser que un mal paso vaya a  empeorar la situación. A veces, para recorrer distancias cortas y casi de forma temeraria, salto a la pata coja, haciendo equilibrios sobre la pierna izquierda como si fuera un flamenco mareado. Menos mal que estoy ligera, que dice mi madre... En verdad, qué mal se pasa y qué inútil se siente una cuando el cuerpo no acompaña a la voluntad. En estas circunstancias, no queda otra que echar mano de toda la paciencia disponible.

Ha sido la primera vez en mi vida que me someto a una intervención quirúrgica, primer motivo para dar gracias y acordarme de todos aquellos que desde pequeños han de lidiar con enfermedades y operaciones de todo tipo. Y a pesar de que ésta carecía de importancia, no voy a negar que estaba bastante asustada. Menos mal que tuve apenas cuarenta y ocho horas para asimilar la noticia de una intervención inminente. Y menos mal también que me sedaron y no me enteré de nada, porque aunque con anestesia, no debe de ser muy agradable presenciar, notar o tan siquiera intuir, que un desconocido —por muy traumatólogo que sea— te seccione el hueso, se introduzca en tus entretelas, manipulando a su antojo los tejidos, huesos o tendones, y acabe reconstruyendo el desaguisado con un buen clavo, (que espero sea de buena calidad, aunque acabe pitando en los aeropuertos). Para rematar la faena, mi buen samaritano me obsequió con una hermosa tanda de puntos dignos del mismo monstruo de Frankenstein. Pues lo dicho, que menos mal que cuando desperté la faena ya había concluido y de todo lo ocurrido no sé más que lo que me contó someramente el autor, poco antes de dormirme.

—Léete estás hojas y firma —me dijo antes de entrar al quirófano. 

—De eso nada —le contesté—. Como lo lea, me voy de aquí por patas. (Yo, que leo hasta los prospectos de las vitaminas...)

Todavía conservo la enorme cruz en la pierna a operar, que me dibujaron con rotulador para no errar el tiro, aunque en mi caso no hubiera importado, porque el otro pie está para lo mismo. Aunque casero, no me parece un mal método para evitar confusiones, pero los hay desconfiados, como el caso de un señor que se llevó escrito de casa en la pierna: "esta es la buena". La anécdota me la contó un auxiliar muy amable que me atendió en el posoperatorio, y a saber, cuántas anécdotas tendrán los sanitarios de hospitales, enfermos y tratamientos varios. Recuerdo ahora aquella que contaba mi hermana de una anciana a la que iban a operar y le dijeron a su hija: quítele la ropa y la mete en esta bolsa. Cuando regresó la enfermera encontró a la anciana desnuda metida en la bolsa...

Me reí con la anécdota y me sentí estupendamente tras la operación. Habiendo echado una siestecita y con medio cuerpo totalmente dormido no podía pedir más. Pero llegando a casa el pie en cuestión comenzó a despertar y ganas me daban en ese momento de cortármelo y acabar de una vez con tanto sufrimiento.

Desde entonces han sido días complicados en todos los sentidos. Días de preparativos, reuniones, fiestas, encuentros de los que hemos tenido que prescindir prácticamente. Días de reposo y enclaustramiento, de moral baja y desánimo, mientras el resto del mundo celebra alegremente estas fiestas. Y han sido días de dolor, de intenso e insufrible dolor. 

Vivir con dolor permanente es muy duro. El mío no durará eternamente —o al menos en ello confío—, pero muchas personas conviven con él a todas horas y en muchos casos, de manera indefinida, sumidos en procesos oncológicos o crónicos. De todas esas personas me he acordado también en mi comparecencia; de todos los que sufren dolor cada día, un dolor que por desgracia no mejorará con el paso de las semanas ni de los meses, que no desaparecerá a no ser que ocurra un milagro. Y he pensado en lo difícil que debe de ser sonreír y seguir adelante si el dolor —un dolor lacerante que palpita intensamente desde lo más profundo de tu sistema nervioso— forma parte de tu vida. 

Qué bien se está cuando se está bien. Nos olvidamos de esa gran fortuna demasiado a menudo. Nos complicamos la vida con problemas, discusiones o vendetas y olvidamos lo importante. 

No hay nada mejor para valorar las cosas o a las personas, que perderlas, o que te las quiten por un tiempo.

No hay nada mejor para darnos cuenta de la fortuna de estar sanos, que estar enfermos o impedidos.

Y no hay nada mejor que te pase cualquier cosa, por pequeña que sea, para darte cuenta de toda la gente que te quiere y se interesa por tí.

Gracias a todos, familia y amigos, por estar siempre y por otro año cargado de buenos momentos. Los malos intentaremos enterrarlos y olvidarlos. Los buenos, asesorarlos y repetirlos el año que viene.

Os deseo salud, toda la salud del mundo, porque sin ella, poco importa lo demás.

¡Feliz año!

¡Feliz vida!

¡2024, allá vamos!




miércoles, 20 de septiembre de 2023

Hablando en plata. Pórtico Literario 2023

 





Este año he querido dedicar mi intervención en el Pórtico Literario a mi admirada Amparo Gavidia Murcia, una gran mujer que a lo largo de su vida ha participado en numerosas iniciativas y proyectos culturales en Munera, entre ellos, dicho Pórtico. 

Amparo Gavidia firmó durante años una sección en Ecos llamada Dicccionario Munerense. En ella, recogía palabras nuestras, algunas ya en desuso y explicaba su significado. En 2011 el Ayuntamiento de Munera, gracias a la Excma. Diputación de Albacete, publicó el libro del mismo nombre, haciéndole con él un homenaje a la labor de recopilación realizada por Amparo.

 
Con ese mismo diccionario entre las manos he escrito estos versos humorísticos. Sirva este poema para mandarle un afectuoso saludo a Amparo Gavidia, pero también para reivindicar con él nuestras raíces, porque tan importante es conocer y usar palabras tan bellas como las que componen los poemas de los grandes poetas, como conocer, y por qué no, usar, aquellas que un día utilizaban nuestros antepasados y que todavía emplean habitualmente muchos de nuestros mayores.

Espero que os guste.




Hablando en plata

Ya sabrán que aquí en Munera,
hablamos muy diferente
así se explica en el libro
Diccionario Munerense.

Aquí, los niños son guachos
y les gusta la juguesca,
no se caen, dan costalás,
y no lloran, gimoquean.

Si vuelven esollejaos
después de andar becerreros,
se liará una encendija,
un embolao cicatero.

Las chuches son galguerías,
los agujeros bujeros,
las manchas son chorliteras,
brazos y piernas son remos.

Salir a dar una vuelta
se dice a dar un bureo,
si llueve, hace mal oraje
y los ratos son ratejos.

Si te duele, es un remor,
si tienes sueño, soñisca,
el ansioso es agonioso,
y el tumulto, tropelliza.

Los que no paran en casa,
son llamados vitangueros,
los listos, espabilaos,
los tramposos, marrulleros.

Una pizca es una miaja,
el curioso, un licenciao,
la pesadumbre, es pesombre
y estar triste, emponzoñao.

La nieve aquí se regala
no es que se dé, se derrite.
Alguien grande es un tresnal,
y no es grasa, sino pringue.

Si los saco a relucir…
los abuelos van telendos,
las mujeres son flamencas
y hay mucho bigardo suelto.

A los que no tienen gracia
les dicen esaboríos,
y a aquellos con poca chicha,
esgalichaos o pansíos.

Lo gratis aquí es de balde,
lo sucio, retestinao,
las risotadas, risión
y estar loco, estar grillao.

En estos días de Feria
lo normal es sanochar,
mojarse bien el galillo
y a comer darse panzás.

Si no tenemos apaño,
nos compramos nuevos hatos,
y cuando nos da el ventusque,
cualquier cosa nos feriamos.

Como somos bullangueros,
acabamos machacaos.
No quiero mentar a nadie,
también algunos chispaos.

Si hasta aquí me has entendido,
coroque eres de Munera,
si tengo que traducir…
señas que vienes de fuera.

 

sábado, 5 de agosto de 2023

ANCHA ES CASTILLA


¡Castellanos de Castilla,
nunca habéis visto la mar!
¡Alerta, que en estos ojos
del sur y en este cantar
yo os traigo toda la mar!
(Marinero en tierra)
Rafael Alberti


Por tierras de Castilla discurrieron este año nuestras vacaciones, y concretamente por la provincia de Burgos. La capital, mundialmente conocida por su catedral, obra cumbre del gótico español y Patrimonio de la la Humanidad, cuenta también con un rico patrimonio: iglesias, plazas, museos, miradores, castillo, sin olvidarnos de su casco histórico. Son muchos los encantos con los que nos cautiva esta ciudad castellana. Pero además,  la provincia de Burgos está colmada de pueblos con encanto y de lugares increíblemente bellos, algunos quizá no muy conocidos. No los recorrimos todos, claro está, porque cinco días dan para lo que dan, pero tampoco desaprovechamos el tiempo, y visitamos algunos de los más bonitos. 

Nuestra primera parada la realizamos en Aranda del Duero, una localidad en la que a falta de Oficina de Turismo abierta, una vecina nos orientó muy amablemente hacia el restaurante El Lagar. En su sótano se esconde una bodega histórica del siglo XV que los clientes pueden visitar gratuitamente, cosa que nos alegramos de hacer, pues es una auténtica pasada recorrerla, además de lo fresquito que se estaba allí abajo. Callejeamos sin rumbo por el casco antiguo y partimos sin detenernos demasiado hacia nuestro siguiente destino, pues ya se acercaba la hora de comer. Éste era un pequeño pueblo llamado Peñaranda del Duero, un pueblo cuyas calles desiertas propiciaron que lo contemplásemos en toda su magnitud. Su casco histórico sorprende al visitante, sobre todo su plaza principal, en la que destaca el Palacio de los Condes de Miranda, el Rollo de Justicia y la Iglesia Colegiata de Santa Ana. Decidimos tomar un refrigerio en un hostal situado bajo los soportales de la misma plaza y las vistas eran inmejorables. Al fondo, el castillo y la muralla, los cuales nos contentamos con ver desde lejos porque las horas y las altas temperaturas no hacían muy apetecible la visita.

Aranda del Duero


Aranda del Duero


Peñaranda del Duero


Cogimos carretera de nuevo con la vista puesta en Santo Domingo de Silos y en el hotel del mismo nombre en el que pasamos nuestra primera noche. Bien es cierto que Santo Domingo de Silos es célebre por su monasterio, aunque el pueblo es una delicia y sin duda, caminar por sus calles y por los alrededores de la abadía todo un placer para los sentidos. Visitar el claustro del monasterio es ineludible, ya que se trata de una obra maestra del románico español. Aunque me encanta el arte y lo estudié en el Bachillerato, no seré yo quien les cuente las virtudes y excelencias de sus columnas, capiteles o bajorrelieves. Tendrán ustedes que ir y verlo con sus propios ojos, porque merece la pena visitarlo. En el centro del claustro, un enorme ciprés que habita el monasterio desde el año 1882 y al que Gerardo Diego dedicó unos hermosos versos:

Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.


Tampoco hay que olvidar que en la biblioteca de este monasterio se guarda el códice en papel y pergamino más antiguo de Occidente, y que inspiró a Umberto Eco al escribir su magistral novela El nombre de la rosa. La obra en cuestión, está ligada además a este monasterio a través del personaje de Jorge de Burgos, el bibliotecario ciego español que pasa su juventud en Santo Domingo.


Claustro del Monasterio de Santo Domingo de Silos. Foto Pedro Ruiz




Y del mismo modo que no te puedes marchar sin ver el claustro, tampoco puedes hacerlo sin asistir a alguna de las misas cantadas por los monjes del monasterio. Son muchos los que acuden allí atraídos por sus afamados cantos gregorianos, y aunque el boom de esta música litúrgica con la que estos religiosos vendieron miles de copias en los 90 se desvaneció hace años, es innegable que resulta toda una experiencia escuchar en directo el sonido de esta "música celestial". Como también suenan a música celestial las campanas de Santo Domingo de Silos, ya que su tañido alegre y ensordecedor se escucha en toda la población a lo largo del día. 
En las inmediaciones del monasterio encontramos indicaciones de la ruta del Camino del Cid, un gran itinerario que recorre el Camino que realizó este personaje tras ser desterrado de Castilla, tal como nos cuenta el Cantar del Mio Cid. Este Camino tiene su inicio en Vivar del Cid (localidad donde se supone nació Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador) y finaliza en Valencia. En su tramo burgalés, el Camino del Cid también recorre la ciudad de Burgos, el Monasterio de San Pedro de Cardeña, Covarrubias y Santo Domingo de Silos (parece ser que en vida, Rodrigo y su esposa Jimena donaron algunas de sus heredades al monasterio).

Manuel Machado dedicaba al Cid sus famosos versos:
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.
...
(Castilla)
Manuel Machado





Y otra ruta que merece la pena realizar en Santo Domingo es la del Desfiladero de la Yecla. En total son 6 km, si vas a pie desde el pueblo, aunque también puedes ir hasta allí en coche, y como para nuestro personal trainer particular, todo lo que suene a ruta, senderismo o simplemente seguir un camino hay que seguirlo —llegue a donde llegue y cueste lo que cueste—, pues allá que nos encaminamos. Aunque madrugamos, la mañana fresquita, lo que se dice fresquita no era, pero una vez allí valió mucho la pena la caminata. Ante nosotros dos impresionantes muros de rocas entre las cuales discurre el cauce del río, formando una estrecha gruta de paredes verticales de apenas 1 km de largo y que se puede recorrer a través de una pasarela. Los saltos de agua, y el sonido del río reverberando por la angosta garganta, las escarpadas peñas en lo alto por las que se pierde la vista, la corriente de aire frío que se cuela por entre las inmensas rocas pulidas por el agua... todo un espectáculo que se completa con la numerosa colonia de buitres leonados que sobrevuelan el desfiladero y cuyas dimensiones y cercanía sobrecogen.  Nos encantó, se nota, ¿verdad?

Desfiladero de la Yecla


También muy cerca de Santo Domingo de Silos se encuentra el mítico cementerio de Sad Hill que en su día fuera escenario de la película de Cleant Estwood "El bueno, el feo y el malo", aunque nosotros nos fuimos sin visitarlo, pues nos esperaba nuestro siguiente destino: Covarrubias. 

Covarrubias es sin duda un pueblo con encanto. El río Arlanza discurre junto a las murallas de esta villa que está declarada Conjunto Histórico Artístico, y declarada también Pueblo más bonito de España y no es para menos, porque en el casco antiguo, sus casas conservan la arquitectura típica de la zona, con bajos de piedra, entramados de madera, soportales, balconadas... Pasear por sus calles es casi regresar al medievo, donde nada está descuidado: las fachadas, las plantas, ni siquiera las papeleras, que tienen forma de casa típica y que están hechas por los artesanos del pueblo. 
En esta bella localidad se encuentra también la torre defensiva más antigua que se conserva en Castilla, el Torreón de Fernán González, del siglo X y la ex-Colegiata de San Cosme y San Damián. Frente a esta última, puedes ver el monumento de la princesa Kristina de Noruega. ¿Y qué hace una princesa noruega por estos lares?, nos preguntamos. Pues bien, parece ser que llegó a España en el año 1257 para contraer matrimonio con el infante Don Felipe, hermano del rey Alfonso X el Sabio.

Covarrubias

Comimos en este bello pueblo, donde nos recomendaron visitar Territorio Arlanza, en Quintanilla del Agua y como nos pillaba de paso, hicimos la pertinente parada en la que es considerada como la escultura más grande del mundo. Se trata de un pueblo medieval a escala real realizado por el artista local Félix Yáñez a partir de materiales reciclados, reproduciendo la vida y los oficios de los pueblos de Castilla en la Edad Media. Más de 25.000 metros cuadrados entre los que puedes encontrar dos corrales de comedia, varias plazas, río, un puente de piedra, rollo, ermita, panadería, escuela, cantina, bodega y un largo etcétera, porque resulta imposible acordarse de todo. Supongo que algún momento de su explosión creativa aquello se le fue de las manos, y tras el poblado medieval comenzó un pueblo para niños con casitas de colores a escala, una catedral, personajes de dibujos animados de Disney, Mafalda, los Picapiedra, tortugas gigantes, ballenas, reptiles y todo lo que puedas imaginar en proporciones enormes, con vistosos colores y todo con materiales reciclados. Me quedo corta, porque no se puede describir con palabras lo lo que allí hay construido y por las manos de un solo hombre, que es lo más increíble... Impresionante de veras. Y para los que piensen que no será para tanto la cosa, aquí os dejo su página y algunas fotos: https://www.laesculturamasgrandedelmundo.com/



Territorio Artlanza. Quintanilla del Agua








Después de este increíble derroche de imaginación y creatividad, retomamos viaje para hacer una rápida parada en Lerma, un pueblo de apenas 2.500 habitantes cercano a la capital que alberga un rico patrimonio, algo que se explica por su relación con el Duque de Lerma (Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja), el hombre más poderoso del reinado de Felipe III. Destaca en esta localidad su majestuoso Palacio Ducal, hoy Parador Nacional de Turismo, cuya arquitectura recuerda al Alcázar de Toledo, y el Mirador de los Arcos, con unas vistas preciosas a la vega del río Arlanza. José Zorrilla vivió en Lerma durante parte de su vida, sirviéndole ésta de fuente de inspiración para su obra. Hoy su estatua permanece inmóvil frente a la Colegiata de San Pedro.
Desde 2017, Lerma ostenta la distinción de ser uno de los Pueblos más bonitos de España, así que imaginarán los muchos monumentos, iglesias, conventos y rincones con encanto que alberga esta localidad. Sin embargo, el calor y el cansancio ya iban haciendo mella en nuestro espíritu viajero, así que decidimos continuar hacia la capital, donde nos esperaba un nuevo alojamiento, una buena ducha y un necesitado descanso. Después de todo eso, la vida tiene otro color...

Colegiata de San Pedro. Lerma


Burgos capital es una ciudad moderna de casi 176.000 habitantes que conserva numerosos vestigios de su esplendor medieval. El más relevante, sin duda, la Catedral, de estilo gótico francés. No sabemos si a los burgaleses les pasará lo mismo, pero lo cierto es que siendo turista es inevitable volver una y otra vez a la Plaza del Rey San Fernando para quedar absorto contemplando  todo su esplendor. No puedes dejar de mirar, porque su arquitectura sobrecoge y atrapa a partes iguales. Por la noche la iluminación le aporta un halo mágico y especial. Y casi lo mismo ocurre con el Arco de Santa María, uno de los monumentos más emblemáticos de Burgos y del que parten el Paseo del Espolón y el Puente de San Pablo. Las aguas del río Arlanzón discurren bajo este último, y en ese lugar fuimos testigos de la presencia de dos simpáticas nutrias que nadaban y jugaban a apenas unos metros de los que las observábamos atónitos desde arriba. La visión nos pareció todo un regalo de la naturaleza, y creímos en un principio que aquel avistamiento era algo habitual, pero no, aunque las noches siguientes acudimos al mismo lugar con la esperanza de volver a verlas, nos quedamos con las ganas, qué le vamos a hacer...
Aparte de lo monumental, -y del avistamiento de nutrias, no menos importante para alguno- la ciudad de Burgos nos sorprendió también por su ambiente, con calles abarrotadas de gente y con bares y terrazas repletos de turistas y burgaleses tomando cañas, tapas, o simplemente degustando un buen vino de la tierra. Y es que, como ocurre en el resto de España, la gastronomía no tiene nada que envidiar a la de cualquier ciudad del planeta. Eso sí, aviso a navegantes: en Burgos por las noches refresca, incluso en verano, y es recomendable salir de casa con un jersey o una manga larga. Al día siguiente nos esperaba un largo día de viaje y varios sitios que visitar, así que no trasnochamos demasiado. 


La siguiente jornada nos encaminamos al norte de la provincia, y nuestra primera parada fue en el Monumento Natural de Ojo Guareña, en la comarca conocida como Las Merindades. Se trata de un complejo kárstico que cuenta con más de 110 km de galerías, constituyendo el conjunto de cuevas más extenso dela Península Ibérica y uno de los 10 más grandes del mundo. El lugar ya de por sí es espectacular, ya que impresiona ver la pared vertical de roca caliza en cuyas entrañas se incrusta la Ermita de San Bernabé. Se puede visitar dicha cueva y también la Cueva Palomera. Esta última es mucho más larga y como el tiempo es precisamente de lo que no disponíamos, visitamos la primera. La visita comienza en la que fue la Sala del Ayuntamiento, llamada así por haber sido sede del Ayuntamiento de la Merindad de Sotoscueva hasta 1924. Una vez dentro de la cueva, visionamos un video explicativo de este complejo y de sus orígenes, para después recorrer unos 400 metros de galerías siguiendo las explicaciones de la guía, hasta terminar el recorrido en la Ermita de San Tirso, más conocida como de San Bernabé, una bóveda natural cuyas paredes están completamente decoradas con pinturas murales que relatan la vida, martirios y milagros de San Tirso y que datan de 1705. Lo peor de la visita, la redecilla y el casco, pero supongo que imaginarán ustedes que son obligatorios. Bromas aparte, se trata de una maravilla de la naturaleza que merece la pena visitar. 


Ojo Guareña



Ermita de San Bernabé


Y siguiendo por las Merindades, otro lugar que te deja sin palabras es la localidad de Puentedey. Se trata de una pequeña aldea de apenas 50 habitantes que cuenta con un atractivo que atrae cada vez a más turistas: su puente natural. El río Nela discurre a los pies de este espectacular puente de 15 metros de altura y 35 de ancho y sus aguas han modelado durante millones de años la roca caliza para formar este prodigio de la naturaleza. Puentedey también forma parte del selecto grupo de Pueblos más bonitos de España (otro más) y su nombre procede de puente dei, o puente de Dios. Comimos unos bocadillos bajo la sombra de esta gran mole de piedra, disfrutando del embrujo de la imagen, del sonido del agua, de la brisa que allí soplaba a pesar de las altas temperaturas, sintiéndonos insignificantes ante tal grandiosidad. Después, algunos decidimos pasear bajo la inmensa bóveda de 80 metros de longitud mientras que los más atrevidos decidieron darse un baño en las frescas aguas del Nela (sólo para valientes).

Puentedey- Foto Cande Ruiz




Finalizado el baño, partimos de nuevo hacia nuestro próximo destino, tan espectacular como el anterior, aunque antes, quisimos hacer una pequeña parada para visitar las ruinas del Monasterio de Santa María de Rioseco, monasterio de la orden del Cister del siglo XIII, situado a orillas del río Ebro y que en su día fue uno de los más importantes del norte de Burgos. En la actualidad, se haya en proceso de reconstrucción, pero a pesar de que es mucho el trabajo que resta aún, pasear entre sus ruinas es suficiente para hacerse una idea del esplendor que poseyó hace siglos esta joya arquitectónica.

Monasterio de Santa María de Rioseco. Foto Cande Ruiz


Y otra joya de la naturaleza es el siguiente pueblo que visitamos: Orbaneja del Castillo. Esta pequeña aldea de arquitectura medieval está declarada Conjunto Histórico, y es, sin ningún género de dudas, uno de los pueblos más bonitos de Burgos y de toda España. Su mayor atractivo: la preciosa cascada que desciende 25 metros desde lo alto del pueblo formando distintas pozas, que se desbordan y vierten el caudal en la siguiente. El musgo, y la rica vegetación que rodea la cascada, sus aguas cristalinas, su hipnótico discurrir a través de los saltos de agua, el sonido embriagador... La imagen no puede resultar más idílica, y como si estuvieras contemplando un pueblo de cuento, o un belén a tamaño real, no puedes apartar la mirada de ella, ni fotografiarla desde todos los ángulos posibles.
Se sube al pueblo a través de una escalera paralela a la cascada, y una vez arriba, pasear por sus callejuelas empedradas hasta el centro es un auténtico placer. El arroyo divide al pueblo en dos mitades antes de precipitarse por la cascada. Desde el centro del pueblo se divisa en lo alto la llamada Cueva del Agua, lugar por donde fluye dicho arroyo, y que se puede visitar cuando el caudal lo permite. También son fascinantes las crestas rocosas que rodean a Orbaneja del Castillo, semejantes a las almenas de un castillo, de ahí el nombre del pueblo. Echándole un poco de imaginación, incluso puedes apreciar las figuras de dos camellos que parece que estuvieran besándose.


Orbaneja del Castillo- Foto Pedro Ruiz López



Felices y satisfechos con todo lo vivido en esta larga y productiva jornada emprendimos el regreso a la capital, cuyo bullicioso ambiente nos recibió una noche más mientras deambulábamos en busca de un lugar donde cenar, unas nutrias desaparecidas, o un último vistazo del día a la catedral. Con todo, la jornada siguiente la reservamos para realizar una visita guiada por la ciudad, que es algo que nos gusta hacer siempre que tenemos oportunidad y la imprescindible visita a la catedral.

Visitar la catedral de Burgos, como tantas otras, merece mucho la pena. Y es que, si por fuera resulta  espectacular, podrías pasar horas y horas contemplando las maravillas que alberga su interior: el retablo, las numerosas capillas bellamente ornamentadas entre las que destaca la Capilla de los Condestables, el espectacular cimborrio (obra más de ángeles que de hombres, en palabras de Felipe II), la magnífica Escalera dorada y el incontable patrimonio arquitectónico y artístico que posee y que puedes ver durante la visita.
Además, bajo el cimborrio, se encuentra la tumba de uno de los burgaleses más célebres: el Cid Campeador, cuyos restos descansan junto a los de su esposa Jimena desde el año 1921. 

Por la tarde aprovechamos para subir al castillo y al mirador que se encuentra junto al mismo y desde el cual se aprecian unas vistas preciosas de la ciudad. En el camino de vuelta nos encontramos con la Iglesia de San Esteban, templo de estilo gótico que está destinado a Museo Diocesano y que contiene además numerosos retablos procedentes de iglesias de toda la provincia que han sido restaurados en su taller. Nos nos dio tiempo de visitar muchos otros templos y lugares que merecen la pena y que ya estaban ya cerrados: el Museo de la Evolución Humana, la Cartuja de Miraflores, el Monasterio de las Huelgas, o el famosísimo yacimiento de Atapuerca, muy cerca de Burgos, pero teníamos la agenda completa, ya que el último de nuestros días teníamos programada una ruta al nordeste de la provincia: Tobera, Frías y Poza de la Sal, otro pleno, vaya.

En Tobera nos esperaba otro lugar fantástico que descubrir, y una ruta de las cascadas que nos encantó (cuánto nos gustará una cascada...). Se trata de un pequeño pueblo por cuyo centro discurren las aguas cristalinas del río Molinar, formando en su descenso varios saltos de agua y cascadas a las que se puede acceder. Nuevamente el embrujo del agua y su sonido nos transportó a otra dimensión, pero además, siguiendo las indicaciones de la ruta, llegamos a un lugar igualmente maravilloso. Se trata de una de las panorámicas más fotografiadas de Burgos: el Conjunto Artístico formado por la Ermita de Nuestra Señor de la Cruz (antigua hospedería del Camino de Santiago) y la Ermita del Cristo de los Remedios, junto al puente romano que completa el conjunto. Y una vez allí diré que se trata de un lugar mágico digno de ser visitado y fotografiado, sí señor. 


Tobera- Foto Pedro Ruiz


La bonita ciudad de Frías se encuentra a tan solo unos pocos kilómetros de distancia, y digo ciudad, porque a pesar de contar tan solo con 275 habitantes, Frías puede presumir de conservar este estatus que le otorgó Juan II de Castilla en 1475, siendo así la ciudad más pequeña de España. Adivinen qué título posee además... Pues efectivamente, de nuevo nos encontramos con otro de los Pueblos más bonitos de España, y en esta ocasión también es merecido este título, porque recorrer Frías es volver a la Edad Media y sus casas, sus plazas y sus calles, que parecen haberse detenido en el tiempo te invitan a caminar y a perderte por los bellos rincones. En lo alto, guardando perfecto equilibrio sobre una enorme peña, el Castillo de los Duques de Frías, o de los Velasco, un castillo que visitamos —qué duda cabe, habiendo que subir...— y desde cuya Torre del Homenaje se aprecian unas vistas privilegiadas del casco antiguo. Pero como digo, callejear por Frías es un auténtico deleite y con un caso antiguo considerado Conjunto Histórico Artístico, no es de extrañar que uno se encuentre con otros muchos atractivos, como las impresionantes casas colgadas, la muralla, la Plaza del Ayuntamiento, la Iglesia de San Vicente, o el imponente puente medieval que salva las aguas del río Ebro a las afueras de la ciudad.
En definitiva, la visita a esta pequeña-gran ciudad nos gustó mucho y nos dejó un buen sabor de boca —pues también aprovechamos nuestra visita para comer—.

Frías



Y con la tripa llena, partimos de nuevo hacia el último de nuestros destinos: Poza de la Sal, otro pueblecito medieval con mucho encanto, otro Conjunto Histórico Artístico y otro lugar que no podremos olvidar aunque queramos por todo lo vivido. 

Poza de la Sal se asienta sobre un gran depósito de sal marina, aunque el mar más cercano se encuentre a más de 200 km. La historia de Poza de la Sal está íntimamente vinculada a la historia de sus salinas y en busca del "oro blanco" pasaron por estas tierras distintos pueblos como romanos o visigodos. Estas salinas fueron explotadas por el hombre desde la Prehistoria hasta el año 1970, pero aunque hayan perdido su función milenaria, constituyen un singular testimonio de esta actividad económica y un recurso turístico indudable. El Centro de Interpretación de las Salinas o Casa de la Sal, ubicado en la antigua Casa de Administración de las Reales Salinas, cuya visita se recomienda estaba cerrado, pero lo que andábamos buscando (y que por fortuna encontramos), era una pequeña piscina de agua salada cuya salinidad es mayor a la del Mar Muerto, así que... sí ¡flotábamos sin esfuerzo! La sensación ya les diré que no se puede describir, hay que probarlo, y aunque acabamos blancos de arriba a abajo y con el pelo convertido en una especie de estropajo, no me hubiese perdido la experiencia por nada del mundo. Eso sí, casi a la carrera algunos, nos dirigimos a los antiguos lavaderos del pueblo, lugar que nos indicó muy amablemente un vecino. Hubiésemos preferido una ducha, pero tampoco nos importó demasiado, ya que el rápido baño nos sirvió para refrescarnos y despojarnos del mineral que amenazaba con convertirnos en estatuas de sal.  
Y hablando de estatuas, no nos podíamos marchar de Poza de la Sal sin visitar la estatua del personaje más ilustre y conocido de esta localidad: Félix Rodríguez de la Fuente. Yo ignoraba este dato, pero en Poza de Sal nació y pasó su infancia Félix, y allí, junto a su efigie flanqueada por un lobo nos hicimos la obligada fotografía recordando a un gran hombre cuyo programa, El hombre y la tierra, nos encantaba cuando éramos pequeños. Sonreímos a la cámara y al cielo, recordando también emocionados a nuestro padre, que tanto lo admiró en vida y cuya muerte lloró y lamentó en su día.

Poza de la Sal. Monumento a Félix Rodríguez de la Fuente





Con esa excursión pusimos fin a nuestras andanzas por tierras burgalesas. Ya otra vez en Burgos dimos la última vuelta de rigor por la ciudad, cenamos, nos sentamos en la Plaza Mayor una noche más a degustar un helado, y volvimos a admirar la imponente estampa de la catedral que ilumina las noches burgalesas. 
Cansados, pero con paso firme regresamos a nuestro alojamiento, reconociendo ya sobradamente el trayecto, dónde desemboca cada calle, o qué imagen encontrar a la vuelta de la esquina. 
Al día siguiente dejamos atrás Burgos y emprendimos el camino de vuelta casa. Paramos a comer en Buitrago de Lozoya (Madrid) y aprovechamos la parada para realizar una breve visita. Otro bonito pueblo medieval, otro Conjunto Histórico Artístico, y otro lugar que merece la pena conocer. Recorrimos sus murallas de origen árabe que ofrecen unas bonitas vistas al río Lozoya que rodea casi todo el municipio, y subimos los 113 escalones que conducen al campanario de la Iglesia de Santa María del Castillo. 

Después de una buena comida en uno de los numerosos bares de Buitrago, volvimos a la carretera reduciendo poco a poco la distancia que nos separaba de nuestra querida Munera. Vinimos recordando todos los pueblos y lugares visitados en los 5 días que duró nuestro viaje, incluso hicimos un resumen muy divertido y esquemático del mismo. Teníamos la sensación de que hubieran pasado dos semanas desde que partimos, algo normal si tus vacaciones las empleas en intentar ver lo máximo posible en muy poco tiempo, que es lo hacemos siempre. Regresamos cansados de tanto caminar, madrugar, subir, bajar, hacer kilómetros y deambular de un lugar a otro. Porque descansar, lo que se dice descansar,  pues no demasiado (casi necesitas otra semana de vacaciones para reponerte de las vacaciones), pero en fin, que nos quiten lo bailao, como se suele decir. Lo que sí hemos hecho es desconectar y también disfrutar mucho de estos días de vacaciones en familia. 

Y después de un viaje así, qué felicidad volver a tu casa, a tu cama,  a tus rutinas... y descansar al FIN.







Epílogo

Escribir esta crónica me ha costado mucho, no sólo por el mero hecho de dejar por escrito de forma meridianamente clara y bien redactado todo lo vivido, sino porque ha sido una empresa complicada resumir el viaje sin dejarme nada en el tintero. Supongo que algo habré olvidado, aún así. Escribiéndolo ahora me doy cuenta de lo mucho que hemos caminado, de lo mucho que hemos visto y disfrutado y de los muchos momentos inolvidables que se quedarán para siempre en nuestras retinas (y en nuestros teléfonos).

Ancha es Castilla y el rey paga, se decía en los siglos X-XII tras la reconquista y con el comienzo de la repoblación de la meseta castellana. Pues esta frase me viene como anillo al dedo, porque, qué extensa es Castilla y cuánto que ver en ella. Nosotros hemos visto una pequeña parte, pequeña pero increíblemente bonita. Espero que mis palabras os animen a seguir nuestros pasos o a encaminarlos hacia otros tantos lugares por descubrir, en Castilla o en cualquier otro sitio, porque como escribía Machado: 
"Caminante, no hay camino
 se hace camino al andar".

Gracias por viajar conmigo a través de las palabras una vez más.

MAQUILA

  "Jamás pensamos en el invierno pero el invierno llega, aunque no quieras".                                                      ...