domingo, 21 de julio de 2019

El dolor de los demás

La memoria es, dolorosamente, la única relación que podemos sostener con los muertos. 
                                                                         Susan Sontag


Es de nuevo otro libro, El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández, al que tuve el placer de conocer hace unos pocos meses en un encuentro con lectores, el que me lleva a enfrentarme otra vez a una página en blanco, y a escribir sobre otro precioso momento para el recuerdo ...

El dolor de los demás es un libro duro, triste y valiente, tres calificativos que no sorprenderán a nadie si tenemos en cuenta que el escritor nos narra en ella un episodio real que le sucedió en su juventud: su mejor amigo asesinó a su propia hermana y después se suicidó.  Una verdadera tragedia que, como no podía ser de otra manera, es difícil de superar para cualquiera y desde luego muy complicado de asumir y de entender, a pesar de que el tiempo pase y poco a poco se vaya sepultando en lo más hondo de la memoria.

Pero no, algo así no se consigue olvidar y casi me atrevería a decir que nunca se supera del todo. Se aprende a vivir con ello, sin más. Cerrar tantos interrogantes acerca de unas muertes incomprensibles se puede convertir en una verdadera obsesión. ¿Por qué? ¿Cuál fue el detonante para este terrible final? ¿Acaso pudo hacer alguien algo para evitarlo? ¿Quizás yo mismo?

 Miguel Ángel nos hablaba acerca de sus dudas a la hora de emprender este proyecto, y yo no las entendía al escucharle. "Una historia tan potente y tan cercana... Siendo escritor, lo raro es que no lo hubieses hecho antes...", le dije. Pero su respuesta desbarató mi argumento: "Hay historias que se atragantan y tardan tiempo en salir. No hay que forzarlas. Cada cosa reclama su tiempo y momento". Pues sí, hay episodios de nuestras vidas que se atragantan y de los que es sencillamente muy doloroso hablar, ya no digamos escribir sobre ellos. De eso, yo también sé un poco... Sin duda, este libro  no deja de ser un bálsamo con el que este autor ha intentado reconciliarse con el pasado.

 El dolor de los demás, a caballo entre el thriller policíaco y la confesión autobiográfica es, sin lugar a dudas, la búsqueda de una verdad: saber qué sucedió exactamente aquella noche, (y no seré yo quien desvele si finalmente el autor consigue conocerla), pero este libro esconde entre sus páginas mucho más: nos habla sobre los límites de la literatura, sobre el pasado, la construcción que hacemos cada uno del propio pasado y de los recuerdos, el conflicto con el pecado, la culpa, de los mecanismos que borran de nuestra mente episodios dolorosos, del periodismo, la ética del periodismo...

Durante un par de horas escuché al escritor hablar sobre su libro, sobre su escritura, sus sentimientos, y sobre su vida. Y una vez finalizado su discurso, fui consciente de la magnitud de la empresa que había iniciado Miguel Ángel cuando decidió contar y escribir esta historia, de la dificultad de escribir sobre un suceso tan próximo y  tan amargo a la vez, de lo complicado de hacerlo desde el respeto y el cariño, intentando no levantar ampollas, intentando siempre respetar y comprender el dolor de los demás... 

También aparece como telón de fondo el asfixiante ambiente de la huerta murciana en el que vivió su infancia y juventud y del que procuró alejarse en cuanto pudo. "En realidad, de eso era de lo que había huído. De ese control, de esa pulsión de chisme, de esa especie de derecho que parecen tener los otros a preguntar y a ordenar la vida ajena y sobre todo de esa necesidad de justificación constante de las cosas que uno hace." Viviendo en un pueblo pequeño, entendí perfectamente el significado de estas palabras, y recordé una frase que leí en El pueblo de las cabras, primera novela del escritor albaceteño José  Martínez Alcolea al cual también tuve la suerte de conocer el pasado año: "En los pueblos las casas son como jaulas de cristal". Les doy la razón a ambos, qué le vamos a hacer... alguna cosa negativa tenía que tener vivir en un pueblo.

Miguel Ángel añade en su libro poco después: "...continúo dando explicaciones de mis viajes, mis cenas, mis lecturas... aquel sistema de vigilancia se ha convertido en algo más extremo. La única diferencia es que ahora soy yo quien se expone directamente a los demás. Ya no es necesario que pregunten. Yo soy mi propio centinela." Una sonrisa afloró en mi boca cuando leí este párrafo. Qué gran verdad, las redes sociales se han convertido en un eficaz sistema de vigilancia autoimpuesto que nada tiene que envidiar a los corrillos al fresco de antaño.


Como siempre que leo un libro que consigue calar hondo en mi interior, anoté decenas de frases, estas son sólo algunas de ellas:

"Aquel reencuentro me hizo ser consciente de que el pasado no es solo una memoria inmaterial, una proyección mental intangible; el pasado es denso, respira, se mueve hacia nosotros."

"A lo largo del día vivía en la memoria, intentando dominar el pasado, y durante la noche, a través de los sueños, ese pasado me dominaba a mi".

"En el fondo, cualquier espacio habitado es un lugar de memoria".

"Pero el mundo no es un museo, a veces las cosas caen por su propio peso y uno solo puede mirar cómo se desmoronan".

"El lenguaje es verdaderamente performático; crea el mundo en que vivimos. Así que en 1995 no había violencia de género"...

"La Iglesia está dentro de mi. La Iglesia y todo lo que representa. La Iglesia camina sobre nosotros y da forma a nuestra subjetividad... Una inercia que uno sigue para no enfadar a nadie."

"La juventud me llegó demasiado tarde. Hice el camino inverso... quise recuperar el tiempo perdido. Pero hay cosas que nunca regresan, y el tiempo es una de ellas".

"Soy quien soy gracias a aquel yo del pasado. Pero confieso que a veces siento algo de pena por él".

"Desde el principio intuía que escribir esta novela iba a ser también un modo de buscarme".

"La realidad había ganado a la literatura".

"¿Qué derecho tenemos a conocer la vida de los otros?

"¿Podemos recordar con cariño a quien ha cometido el peor de los crímenes?¿Podemos amar sin perdonar?¿Es legítimo llevar flores a la tumba de un asesino?"

                           ...

Fue un camino espinoso el que recorrió el autor para escribir este libro. Un camino que le condujo a un pasado triste y oscuro del que muchos de sus protagonistas -los que también  vivieron aquello con desolación e incredulidad- nada querían saber. Como él mismo dice en alguna de las páginas, "no todas las historias tienen por qué ser contadas... escribiendo no siempre se gana, a veces también naufragamos ante el dolor de los demás..."

No creo Miguel Ángel Hernández haya naufragado, a pesar de las trabas y las reticencias a las que se ha enfrentado para escribir esta novela. No lo creo, y prueba de ello es el éxito y las buenas críticas que ha recibido tras su publicación. Como él mismo me dijo, "escribir sirve para contarse a uno mismo a través de la mirada de los demás" ; Y así lo hizo con este libro Miguel Ángel: logró contarse a sí mismo con todo lo que ello conlleva, y lo hizo con valentía, con sinceridad, afrontando y mirando a los ojos a su propio dolor, a sus miedos, pero también  con respeto, con mucho respeto hacia el dolor ajeno, hacia ese, tan ignorado a veces, dolor de los demás.







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