lunes, 10 de febrero de 2025

Gracias, María

 


Con el corazón encogido aún por la terrible noticia y las lágrimas surcando mi rostro al contemplar su fotografía, intento escribir las palabras que brotan de mi mente. Escribo, sin rumbo fijo entre la incredulidad más absoluta, la tristeza más profunda y la rabia por otra grave injusticia.

Se nos fue María Moreno, bibliotecaria de El Ballestero. María, Mari para los amigos, se ha ido tan rápido, que todavía no me creo que se trate de la misma persona que conozco desde hace más de veinte años. No puedo creer que cualquier enfermedad, por muy terrible que fuese, haya podido con esta gran mujer. Es una fuerza de la naturaleza, pensé de ella la primera vez que la vi y con el tiempo, conocerla no hizo sino confirmarme aquella primera impresión. Enérgica, decidida, trabajadora, incombustible, cercana, amable y siempre, siempre, siempre con una sonrisa. Así era María, nuestra María. Porque era el orgullo de todos los bibliotecarios que la admirábamos y que veíamos en ella el espejo donde mirarnos. ¿Cómo está la bibliotecaria más famosa de la provincia de Albacete? le dije la última vez que coincidí con ella. Y es que en verdad, se había convertido en todo un referente para los bibliotecarios de la provincia y más allá.

Toda una vida dedicada a su biblioteca, a la literatura, a la cultura. Consiguió todos los galardones a los que cualquier bibliotecaria rural puede aspirar. Tras innumerables premios María Moliner, en 2022 le concedieron uno de los 10 premios especiales con dotación económica y poco después, la Medalla al Mérito Cultural de Castilla -La Mancha, ahí es nada. Fue pregonera de las fiestas de su pueblo e incluso llegó a protagonizar uno de los murales de la exposición Nuestras HuELLAS de mujeres referentes de la  provincia de Albacete.

Seguro que me he dejado muchos otros reconocimientos, pero quizá lo más importante no sean todos esos galardones. Lo verdaderamente importante es todo lo que ha conseguido esta maravillosa mujer en su pueblo. Durante décadas, María ha acogido en La lengua de las mariposas, su biblioteca, a varias generaciones de niños y niñas que acudían a pasar la tarde, a hacer los deberes, leer y jugar. A parte de las consabidas recomendaciones de lecturas propias de una bibliotecaria, María les ayudaba con las tareas, con los exámenes y conociéndola, estoy segura de que ejercía casi de madre de todos ellos.

Pero no solo los pequeños han acudido asiduamente a la biblioteca gracias a María. Ha reunido en torno a ella a numerosas lectoras adultas. Mujeres mayores que se han aficionado a la lectura gracias a sus consejos y su buen hacer. Entre estantes cuajados de libros han hecho murales, manualidades, escuchado a grandes escritores como Manuel Rivas, Almudena Grandes, Inma Chacón o Manuel Vilas e incluso han tejido ganchillo para decorar las calles del municipio. 

María ha sido una bibliotecaria todo terreno. La conocía lo suficiente como para afirmar que nunca se le resistió nada, que nada la amedrentó y que siempre luchó por aquello que creyó con todas sus fuerzas.

Hoy todo un pueblo llora su pérdida, aunque el dolor por su ausencia traspasa los límites de El Ballestero. Somos muchos las que la recordaremos siempre como una gran profesional y una gran persona. Se nos fue demasiado pronto, sin hacer ruido, como los grandes. 

Inolvidable su voz cantarina, inolvidable su sonrisa, inolvidable su legado humano y cultural e inolvidable,  la huella dejada por María en todos los que la conocimos.

Gracias por todo, María.




miércoles, 20 de noviembre de 2024

MAQUILA

 

"Jamás pensamos en el invierno

pero el invierno llega, aunque no quieras".

                                                        R. J.




Escribo para poder respirar. Como si las palabras fueran el oxígeno con el que seguir respirando... con el que seguir viviendo, con el que seguir afanando...

Escribo para que el alma de las palabras, hecha de aliento, de vaho, acabe con los silencios...

Escribo por los mudos. Por todos aquellos hombres y mujeres que se quedaron mudos cuando les arrancaron de cuajo la voz y las palabras...

Escribo para no morir de hambre. Como si cada palabra fuera un mendrugo de pan con que alimentarse... 

A modo de prólogo, como un domador de vientos con su lazo de palabras, escribe Rafael Cabanillas uno de los alegatos por la escritura más hermosos que he leído. Cada párrafo, una sentencia, una verdad irrefutable, una puñalada certera en el corazón. Vaya comienzo de libro, una declaración de intenciones tan poderosa y de tal belleza que sobrecoge. Algo tan bonito solo lo pueden escribir los poetas y Rafael Cabanillas, sin duda, tiene alma de poeta. 

Nos invita el autor de esta manera magistral a adentrarnos en una nueva historia, independiente del universo Quercus, aunque enraizada en las mismas entrañas: la vida que fluye a través de los años, entre sueños, deseos insatisfechos, decepciones, pérdidas. Nos traslada otra vez con su pluma a otro tiempo, no demasiado lejano, en el que la miseria, el hambre y el frío eran el pan nuestro de cada día. La mera supervivencia,  de los que no tuvieron la suerte de nacer en una cuna sino en un chozo, viviendo como bestias, o mejor dicho, malviviendo.

Cómo olvidar ya ese chozo en el que se criaron el tío Justo y sus hermanos, ese chozo oscuro, lleno de humo y de goteras. Cómo olvidar a esa madre, merecedora de una estatua en pleno centro de Madrid y que representa a tantas mujeres de entonces, fuertes y trabajadoras. Mujeres que sufrieron en silencio toda clase de penurias, que trataron de engañar al hambre una y mil veces y que a pesar de todo, lograron sacar adelante a sus hijos. Quedará ya para siempre en mi memoria la historia de esa familia, de esos niños que tuvieron una infancia sin juguetes, sin posesiones, sin escuela. Una infancia que me recuerda demasiado a la que vivieron mis padres, mis tíos, mis abuelos y tantos otros. Tan bien descrita que en algún momento llegas a notar cómo el humo oprime tus pulmones o incluso esa inconfundible punzada de dolor que provoca el hambre. 

Y nos traslada también Maquila a otro espacio, a Madrid, a través de la mirada de Manuel, bibliotecario en la Biblioteca Nacional. Conoceremos su historia de amor y desamor con Desirée, forjada entre libros, silencios y miradas. Con él viviremos la reconstrucción del molino del abuelo Maquila, del que toma el nombre la novela. Será ésta una difícil empresa que le llevará veinte años.  Una metáfora de la propia vida. Y conoceremos también la historia de sus padres, Lucía y Edilio. El éxodo a la gran ciudad para buscar un mejor porvenir, para encontrar la indignidad de una diminuta portería convertida en hogar. 

Gracias a ese molino, dos personajes tan distantes como Manuel y Justo, cruzarán sus caminos. Será el tío Justo el que le muestre a Manuel su particular visión del mundo. El que le enseñe a través de sus pensamientos lo equivocado de la sociedad actual. El hombre hace mucho que dio la espalda a la naturaleza, destruyéndola sin remedio, sin darse cuenta de que, con ello, se destruye también así mismo. Justo rescatará del olvido retazos de su propia historia. La del cojo Melquiades y su mujer Ángela, la de sus hermanos. Su dura infancia, su juventud marcada por un golpe de suerte (que Dios aprieta, pero no ahoga, diría él).  Su  historia de amor con la Modesta, convertida con el devenir de los años en cariño y compañía. 

Muchos son los pasajes memorables y muchos los temas que aparecen en esta novela. La desesperación de una madre por su hijo muerto. La avaricia que mata. La persistencia de un cabrero que se resiste a abandonar su vida de pastor. La violencia, siempre presente en esas tierras. Las injusticias, que jalonan las historias, allá donde mires. 

Pero sin duda, la columna que vertebra la novela de Cabanillas es Lucía. Una madre atrapada por la terrible enfermedad del alzhéimer, apagando la luz de su conciencia, de su pensamiento, de su ser. Dejando a oscuras los últimos años de su vida. Y un hijo desbordado por su imparable declive, que finalmente decide acompañar a su madre en el último viaje, colmar de amor su último aliento. 

Como afirma el propio autor, se trata de una novela para ajustar las cuentas con la muerte,  para intentar reparar el daño, reconstruir la paz. Lo que pudo haber sido y no fue.  La literatura para sanar las heridas del alma. Inyectarse fantasía para no morir de realidad, que decía Bradbury. Un libro convertido en el más hermoso homenaje de un hijo a una madre. 

Otra magnífica novela de Rafael Cabanillas.



Y para terminar, algunas frases sacadas de Maquila, que merecen ser recordadas, anotadas y leídas repetidas veces, por las grandes verdades que encierran. Maravillosas todas.

"Si la felicidad existe, debe ser la suma de esos instantes de belleza efímera". 

"Gracias a las mujeres, a su buena cabeza, que si no fuera por ellas, la especie humana haría siglos que se habría ido a la mierda...". 

"¿Qué le vamos a dejar a nuestros hijos y a nuestros nietos?

"La gente vive amargada porque les han metido en la cabeza que la única forma de ser feliz es teniendo muchas cosas. Para conseguirlas hay que trabajar muchas horas. Por eso sobran los hijos, los padres y si te descuidas hasta el perro".

"¿La vida para ella? Un engaño, una decepción. El timo de la estampita..."

"Te parece padre poca revolución la que tienes dentro de este chozo?"

"Los animales son tan felices porque viven en el presente".

"Sin saber el pobre infeliz, que, si se lee, es precisamente para desdoblarse, multiplicarse y poder vivir otras vidas. Mil vidas a la vez. Para vivir en la eternidad de los libros". 


















domingo, 13 de octubre de 2024

Quercus, un viaje inolvidable

"Para viajar no hay mejor 
nave que un libro".
               Emily Dickinson






Cuántos momentos inolvidables y cuánta felicidad me está brindando la literatura en estos más de veinte años de profesión. Gracias a Quercus, la gran novela de Rafael Cabanillas, he podido vivir y disfrutar los últimos. Y no falto a la verdad, si digo que este libro ha supuesto un viaje en todos los sentidos.

Por diversos motivos que no vienen al caso, yo no he viajado demasiado (si me comparo con gente que se pasa la vida planeando nuevos viajes y viajando a lugares inimaginables para mí). Pero por suerte, hace muchos años descubrí que también se puede viajar leyendo. Porque los libros, además de hacernos disfrutar, tienen la capacidad de transportarnos a países lejanos o a recónditos rincones del planeta. Del mismo modo, nos hacen viajar en el tiempo, a épocas remotas, o a nuestra propia infancia. Por último y no menos importante, suponen un viaje interior a las entrañas de lo que somos, de ese ser humano tejido de pensamientos y emociones en el que nos hemos convertido. Estoy convencida de que los libros, mejor dicho, los buenos libros, al igual que los viajes, nos transforman y dejan en nosotros una huella imborrable. Y como decía, Quercus, además de dejar una profunda huella en mí, ha sido un viaje en sí mismo. Un extraordinario viaje que comenzó con su lectura y que culminó con un desplazamiento en autobús de más de doscientos kilómetros a Navas de Estena, en el Parque Nacional de Cabañeros, para hacer la ruta del mismo nombre y conocer al artífice de este pequeño gran milagro literario. 

Además, leer Quercus ha supuesto también volver a escribir. "Es cuestión de método y de ponerse", me dijo Rafael cuando le comenté que últimamente no encuentro el momento para hacerlo. ¡Ay! Don Rafael... qué método voy a seguir yo en este caos de prisas y horarios que llevo... Pero llegó Quercus y lo cambió todo, porque últimamente ando esbozando en mi cabeza frases, a veces párrafos completos, mientras hago las camas, friego o barro las hojas del patio. Será que el único método que conozco es la inspiración, o mejor dicho, la necesidad imperiosa de contar, de escribir, de compartir ciertas cosas. Así que... ¿Cómo iba yo a dejar de compartir este viaje tan bonito? Imposible. 


Era el primer viaje del Club de Lectura Carpe Diem desde antes de la pandemia, (me cuesta recordar cuál fue el último). Diecinueve temporadas cumplimos ya compartiendo lecturas, tertulias y vidas. Y de vez en cuando, también encuentros, charlas, comidas y viajes como este. Somos poquitas, entre diez y quince mujeres, aunque a los viajes se nos unen siempre algunos maridos y otros usuarios de la biblioteca. Seamos las que seamos, siempre es un placer viajar con ellas (hablo en femenino porque son amplia mayoría). Entusiastas, comprensivas si algo no sale según lo previsto y siempre dispuestas a pasar un rato agradable, ya sea en un museo, en una obra de teatro o en una visita guiada. Qué suerte y qué gran familia hemos formado a lo largo de estos años.

Llegamos a Navas de Estena sin contratiempos y después de tomar un café nos dirigimos al punto de encuentro. El nublado cielo amenazaba lluvia, aunque finalmente solo cayó alguna chispa y nos hizo una temperatura perfecta. Junto al puente, bajo un hermoso quercus iniciamos nuestra ruta. ¿Dónde iba a comenzar si no? Allí escuchamos por primera vez a Rafael Cabanillas, embelesados por sus palabras, por sus historias, como aplicados alumnos ávidos por aprender una nueva lección.  

Una de las primeras lecciones fue ver un alcornoque listo para el descorche, cuyo interesante proceso nos explicó Rafael. Lo contó tan bien y con tanta pasión, que casi podría asegurar haber escuchado ese crujido único que produce la corteza al desprenderse del tronco.

Pudimos conocer también a Paquillo, persona afable y divertida, y sin duda, fuente inagotable de inspiración para Rafael. Intentábamos imaginar a este hombre ya entrado en años, cargando con un enorme venado sobre sus hombros, mientras nos hablaba de caza, del monte, de cómo vivían hasta hace unas cuantas décadas los vecinos de esas tierras... Nos acompañó durante toda la ruta e incluso realizó una exhibición de tiro con honda a la que asistimos boquiabiertos. Vaya personaje este Paquillo... Con su sonrisa bondadosa y ese gran sentido del humor del que hace gala, es una verdadera caja de sorpresas. Alardea entre risas de haber casado hace años a una famosa mujer de la alta sociedad (lo de los ciervos, pecata minuta ante un cotilleo tan suculento).

Así transcurrió nuestra ruta, entre risas, anécdotas, curiosidades... Siguiendo el itinerario de la llamada Ruta del Boquerón, fuimos rememorando pasajes de la novela, inmersos en un bello y espectacular paisaje. Rodeados de una naturaleza exuberante, impregnados del aroma de la jara, y rodeados por un vistoso lienzo de colores, en el que había desde arces hasta numerosas especies de quercus que me temo todavía no sabría distinguir: alcornoques, quejigos, robles...  El sonido del agua del río Estena nos acompañó también durante la mayor parte del camino, y pudimos comprobar su fuerza en épocas de crecidas, contemplando las ruinas del antiguo puente. 

Siguiendo el curso de la antigua carretera, pudimos también observar sobre la roca las curiosas huellas del pasado marino de esta zona, para terminar, con una sorpresa tan inesperada como incomprensible: una valla. Esta vez era metálica, no un cercado de piedra como en Quercus, pero qué más da el material. La realidad es la misma. Una cerca marcando los límites de la extensa finca de algún don Casto de carne y hueso, con su palacio, sus guardas y su caza privada. Esa era la sorpresa que nos esperaba al final de nuestra ruta, una alambrada cortando el paso en una antigua vía pública. Inexplicable. Menos mal que la idílica aparición  de un corzo junto a su madre, correteando en entre los árboles, logró despojarnos del regusto amargo que nos había dejado ese desconcertante prohibido el paso. 

Volvimos sobre nuestros pasos, sintiendo ya el hambre en el estómago y un poco cansados, pero sin duda encantados por la experiencia vivida. Nos esperaba la comida, en la que coincidimos con un numeroso grupo de lectores de la biblioteca de Soto del Real, que ese día hicieron también la ruta Quercus y el anterior habían hecho la de Valhondo. Entre ellos, dos simpáticos "guiris" con los que me hubiese gustado hablar un poco más.

Ya saciados, nos trasladamos al granero municipal, para asistir al plato fuerte del día, al encuentro con Rafael Cabanillas. Era el momento de las preguntas sobre sus libros, de compartir opiniones, de charlar distendidamente, de seguir disfrutando del autor para poner la guinda a una jornada memorable. El acto terminó con la firma de libros y ahí estoy yo, feliz y satisfecha a tras un día repleto de emociones que transcurrió tan fugaz como un suspiro. 

Fue en definitiva una jornada entrañable de convivencia, de maravillosa conjunción de literatura y naturaleza y otra excusa para seguir estrechando lazos de amistad. De ella me traigo muy buenos recuerdos y varios regalos.

El primero de ellos, poder conocer a Rafael.  Persona sabia, crítica, comprometida, generosa. El maestro que todos hubiéramos querido tener y que, para colmo, escribe como los ángeles. Hablar con él todos estos meses ha sido un regalo, pero también lo ha sido compartir textos de ida y vuelta, como el que comparte el mayor de los tesoros. Esa es, sin duda, la grandeza de la literatura, de la palabra. Así mismo, la generosidad con la que me ha obsequiado  Rafael, sus halagos que no son sino excesivos, suponen un acicate para seguir escribiendo. 
 
Pero conocer a Rafael en persona, ese sí que ha sido un auténtico premio. Compartir todo un día en su compañía, hablar de naturaleza, de literatura, de vida... Como si nos conociéramos desde siempre, para acabar haciéndonos confidencias de salud, sorprendidos ambos de tener demasiadas cosas en común. Qué increíbles coincidencias a veces.

Pensaba que la dedicatoria con la que firmó mi libro y que me emocionó infinitamente, sería el último y el mejor de los regalos, pero no. Rafael Cabanillas me vuelve a obsequiar,  incluyendo mi Anaquel de palabras en la página de la editorial Cuarto Centenario. Un verdadero honor para esta humilde bibliotecaria que un buen día aspiró a atesorar palabras, historias y pensamientos en un anaquel, al igual que lo lleva haciendo con los libros en su biblioteca.

"Sólo el tiempo podrá desvelar cuán alto vuelan los pájaros de mi cabeza", con esta frase terminaba mi primera entrada del blog hace ya unos cuantos años. Quién me iba a decir a mí que este anaquel llegaría tan lejos. Gracias, Rafael Cabanillas por este inolvidable viaje.



































jueves, 3 de octubre de 2024

En la raya del infinito




Estimado Rafael:

Acabo de terminar Valhondo y con el corazón encogido aún por la emoción, escribo sin saber muy bien dónde me llevarán las palabras. 

Después de leer Quercus quise compartir esa maravillosa lectura con todo aquel que amase la literatura. Quizá, porque siempre he pecado de ilusa y nunca he conocido demasiados límites para los deseos, quise traerte a Munera, a mi club de lectura, a mi biblioteca. Me dije: alguien que escribe algo así, tan profundo y tan bien escrito, merece la pena conocerlo y escucharlo. Me puse en contacto contigo por redes y a los pocos minutos estábamos hablando por teléfono.  "Yo no puedo ahora, pero si quieres, te propongo que seáis vosotros los que vengáis aquí, a la ruta Quercus, a Cabañeros". Así de fácil, con esa naturalidad y cercanía de la que hacen gala las grandes personas. Me animaste a escribir una reseña sobre tu novela y la elogiaste con toda la generosidad que te caracteriza. No sabes cuánto te lo agradezco y también que leyeras el resto de mi blog, un verdadero honor para mí. 

Me gustó tanto Quercus, que seguí leyendo el resto de la trilogía y Maquila. También hemos leído los tres títulos en mi club de lectura. Terminamos la temporada con Enjambre y este año la hemos comenzado con Valhondo. A ver qué libros selecciono yo para las próximas lecturas, con lo alto que ha quedado el listón. Pues Maquila, por supuesto... Si está libre será el siguiente en nuestra lista.

Me han emocionado las cartas de tus lectoras que transcribes al final de Valhondo. Supongo que por eso yo también quería dejar constancia de lo mucho que me han gustado tus libros. Si mi madre hubiera ido a la escuela, probablemente también ella te hubiera escrito una carta parecida, en la que te diera las gracias por dar voz a tantas voces silenciadas y por transportarla con tus historias a su infancia de hambre, frío y pobreza, aunque también de felicidad. Se leyó Quercus en apenas dos semanas, todo un record para alguien que lee a trompicones, (aprendió a leer de mayor y tiene que releer a menudo, porque no recuerda lo último leído). Y siguió leyendo Enjambre, Valhondo y Maquila. Todos le gustaron mucho y no sabes lo difícil que es encontrar un libro que comprenda, con un tema que le interese, con letra grande, y además que le guste. Hoy en día es pedir demasiado a lo que nos ofrece el mercado editorial. Imagino que les pasa a muchos mayores, así que lograr lo que has logrado con tus libros me parece ya muy meritorio. 

Por suerte, yo no he conocido esa pobreza que tan bien describes en tus libros, pero está trilogía me ha calado muy hondo. Será por las historias, que te atrapan desde el principio, o por los personajes, que se quedan contigo para siempre. Será por la poesía que rezuma en cada página, o por la presencia constante de la naturaleza, tan bien descrita que casi se huele y se percibe. Será por las verdades como puños que cuentas en tus libros y por tanta sabiduría que transmites con ellos. Por esos localismos y palabras tan nuestras y que no tenemos que buscar en el diccionario.  Por la dureza de las vidas de los personajes, que tan bien nos sabes contar  o por la ironía y el humor que tampoco faltan a lo largo de las páginas. Pero, supongo que uno de los motivos más importantes de que me hayan gustado tanto tus libros es que me han traído muchos recuerdos de mi padre. Durante años fue guarda mayor, primero en la Finca Las Beatas, que quizá conozcas, porque está en Ciudad Real y después en el Coto de Sotuélamos, al lado de Munera. Aunque se trataba de caza menor, el lenguaje era el mismo: las cacerías, los ojeos, los señoritos,  las perdices... Me has devuelto la imagen de mi padre con su uniforme verde o marrón y su sombrero, montado en aquel Land Rover que aparcaba enfrente de casa. Todavía, si te fijas, se pueden apreciar en el suelo las manchas de aceite que dejaba. Irnos con él algún domingo y recorrer el monte echándole pienso a las perdices era una fiesta. "Mira, un espárrago", nos decía desde su asiento en marcha, "¿has visto la seta?, ¿ves el búho en el nido?" Y nosotros no lo habíamos visto, claro que no. Porque él tenía la vista hecha al monte y a la naturaleza. La mirada de un hombre de campo que tampoco fue a la escuela, pero que era más sabio que muchos universitarios de hoy en día. Has hecho regresar a mi memoria ese aspecto tan importante de mi padre y te doy las gracias por ello. 

Quercus es impactante, maravilloso, imprescindible. Enjambre es pura ternura y Valhondo es un auténtico homenaje a los maestros y a la España rural. Con todos ellos he disfrutado, he sufrido, me he reído y me he emocionado. 

Siempre he pensado que un buen libro ha de escocer en el alma, ha de cambiar algo en tu interior, remover conciencias o sentimientos, qué más da. Y sin duda, tus libros lo consiguen. Pero diré más. Tus finales son magníficos. Qué finales... Que difícil cerrar bien un libro. Escribir un buen final es toda una proeza  y Rafael Cabanillas la supera con nota, sí señor. 

Cerrar el libro con una sonrisa en los labios, un brillo en los ojos y el vello erizado es algo que no sucede a menudo, pero que ocurre en cada uno de los libros de esta trilogía.  Eso es un buen final. El broche perfecto a un buen libro.  Un rumor, un eco de voces y palabras que se quedará ya contigo para siempre. Abel, Lucía, Tiresias, y el maravilloso maestro Rafael, que no es otro que el Rafael de carne y hueso, convertido ya también en personaje: don Rafael Cabanillas Saldaña. 

Se llaman lucha, orgullo y dignidad lo que nos ha regalado a los lectores este Quijote llamado Rafael. GRACIAS 

sábado, 21 de septiembre de 2024

Pórtico Literario 2024

 


Foto Félix Moreno


Siempre he sentido admiración por nuestras raíces, por nuestra historia y por nuestras costumbres, así que no es de extrañar que sienta debilidad por las palabras de antes, las que utilizaron habitualmente nuestros abuelos y nuestros padres y que se han ido perdiendo poco a poco.

En casa de mi madre todavía se oyen palabras como viajera, en lugar de autobús, licenciao, en vez de cotilla, o cuchitril (espacio o habitación pequeña). Me encantan esas palabras, quizá sea porque me recuerdan a otros tiempos y a muchas personas queridas.

El año pasado leí en el Pórtico Literario un romance dedicado a nuestra forma de hablar y al Diccionario Munerense. Este año vuelvo a bucear en el baúl de los recuerdos para rememorar esas palabras y esos tiempos pasados. Os propongo un viaje al año 1973, con una familia munereña como protagonista y en un escenario tan especial como nuestra Feria.

Sucedió en la Feria, así he titulado este romance por capítulos que espero poder ir completando en el futuro. Un retrato de nuestra Feria y de nuestros antepasados en el que no faltan el humor y la ironía. Tan nuestro, que estoy segura de que muchos, reconocerán en él nuestra esencia.

Con todo el respeto a los poetas de verdad, espero que os guste.



SUCEDIÓ EN LA FERIA. Capítulo I


Eran vísperas de feria

diecinueve de septiembre

los gotazos de sudor

le corrían por la frente.

Manuela, así se llamaba

la parienta del Camacho

mujer capaz y hacendosa

él estaba hecho un somarro.

Acabado el enjalbliegue

la fachada relucía

se puso a darle a los cintos

aunque estaba ya molía.

Casi poniéndose el sol

acudieron los chiquillos

¡Vaya ayudas! Les voceó,

estáis hechos dos pericos.

Madre, ¡ya está aquí la Feria!

Le respondieron los críos

las luces y los turrones

también los puestos de tiro.

En la calle los cacharros

no queda un sitio vacío

y están poniendo los churros

la tómbola y el tiovivo.

Hay tres puestos de juguetes

y otros tantos de navajas

y están montando también

las cadenas y las barcas.

Ay, por Dios, ¡qué moliná!

cada vez sois más cansinos

to la tarde de bureo

vaya par de señoritos.

Madre, no se enfade usté

le contestó la mocica

es que queríamos ver

to la feria enteretica.

Que sí, que mañana es veinte

tiempo tendremos de verla

pero según os portéis,

así de larga la vuelta.

Asomó entonces Camacho

¡Ay mujer, vengo tullío!

Déjate de requilorios,

que te han visto en el casino.

No te encerrices mujer

que solo he echao una cerveza.

Barrunto que alguna más…

menuda pétima llevas.

Ay qué ver, qué genio gastas

Manolita de mi vida

deja ya de renegar

y vete pa’ la cocina.

------

Y llegó por fin el veinte

la familia peripuesta

estrenaban nuevos hatos

como manda nuestra fiesta.

Dejaros ya la pachorra

y tú, llama a tu hermanica

límpiate bien las voceras

y péinate esas vedijas.

Cuánto os costará arrancar…

Venga Camacho, ¡espabila!

que el Pórtico va a empezar

y nos quedamos sin silla.

Manolita, sabes bien

que no soy yo de poesías

en la puerta del Casino

te espero comiendo pipas.

Ay, Camacho, no te enteras

que no te gusta, se nota,

del Casino la Amistad

lo han cambiao a la Gaviota.

Pues yo veré a los poetas

que recitan que da gloria

sus primorosos poemas

que se saben de memoria.

Quiero ver a Castejón

y a Francisco Carretero,

al Cortijo y a Laserna,

que son expertos en verso.

Que sí, mujer, vete pues

y tú sola los disfrutas

en la plaza te aguardamos

y cuando salgas, nos buscas.

Ay qué ver, qué cuajo tienes…

Me voy ya, que llego tarde.

Y en la puerta de la iglesia

os quiero ver pa la Salve.  

 

... CONTINUARÁ



Y para terminar, en unas redondillas dedicadas a la feria.


FERIA 2024


Después de un año de espera

nuestras fiestas dan comienzo 

filigranas sobre lienzo,

es la feria de Munera.

Prepárense a disfrutar,

olvídense de las penas,

que están ya las calles llenas

y la plaza a reventar.

Se respira en el ambiente

un aroma singular

que nos lleva a recordar

otros veinte de septiembre.

Vamos pues a celebrar

los magníficos festejos,

la banda suena a lo lejos

y la Salve va a empezar.

Luce hermosa ya en su altar

nuestra Virgen de la Fuente

el pueblo devoción siente

por su patrona sin par.

Y después, viene el pregón,

que no se pueden perder

y en la plaza podrán ver

cómo brota la emoción.

Porque aunque no es de Munera,

el pregonero de este año,

ya no pasa por extraño

todos conocen a Txeda.

Él es quien encenderá

el cohete anunciador

rodeado del clamor

de toda la plaza entera.

Y manda la tradición

que sea prendida la hoguera

que bajo la torre espera

mientras suena una ovación.

Cinco noches por delante,

cuatro días para gozar

que en verdad van a pasar

Fugaces como un instante.

Vívanlos con sentimiento,

que no cese la alegría

y en la mejor compañía

disfruten cada momento.


FELIZ FERIA 


Pórtico Literario Feria 2024


Obsequio de este año, obra del artista
Antonio Ruiz López 


domingo, 19 de mayo de 2024

Que 20 años no es nada...



...Sentir que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada...
                                Carlos Gardel 



Hace veinte años que los reyes de España contraían matrimonio. Veinte años ya..., me he dicho al escuchar la noticia. Cómo pasa el tiempo... Y no es que tenga un especial interés en la vida de la realeza, ni que me sorprendan esos veinte años de casados, aunque sean motivo de celebración y casi una anécdota en los tiempos que corren.

La memoria es muy caprichosa y aunque hayamos olvidado lo que comimos ayer, se empeña en recordarnos fechas y momentos de nuestras vidas que han quedado congelados para siempre. Con el paso del tiempo, tal vez no recordemos demasiados detalles, pero sí tenemos el recuerdo vívido de dónde y con quién estábamos ese día y en ese preciso instante.

Me ocurrió con el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York. Recuerdo estar en el bar de Santi, tomando café. Acodados en la barra, seguíamos con desinterés la noticia de un accidente aéreo contra una de las torres. Al poco, asistíamos en directo al choque de un segundo avión contra la otra torre. Recuerdo aún las caras de estupor de todos los que allí estábamos. Y también la expectación y el miedo que se adueñó de todos nosotros según íbamos conociendo más noticias de un atentado en cadena que cambió el mundo para siempre.

También guardo  en mi memoria el día en que ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco. Recuerdo estar sentada en el sofá de casa contemplando  aquella terrible cuenta atrás que aparecía en la esquina del televisor y las lágrimas resbalando por mis mejillas, cuando se anunció el fallecimiento de aquel joven cuyo rostro y nombre nunca podremos olvidar.

Tampoco he olvidado el día en que España ganó el Mundial de Fútbol. Mientras Iniesta marcaba aquel histórico gol que nos dio la victoria y que mi marido celebró con un grito, yo intentaba sin éxito que mi pequeño durmiese, misión harto difícil durante sus primeros meses. Al oír el grito de su padre, el llanto del niño regresó, con más ímpetu si cabe y yo me temo que no llegué a celebrar ese gol como merecía.


¿Te acuerdas de dónde estabas ese día? He preguntado a mi marido al escuchar la noticia del veinte aniversario de los reyes. Él no sé acordaba, pero yo, en cambio, jamás podré olvidar que aquel 22 de mayo de 2004 estaba ingresada en el hospital. 

Llevaba allí varios días, aunque no sé cuántos exactamente. Lo cierto es que aquel sábado en que millones de personas veían desde sus casas el enlace real, yo lo veía en la habitación 308 de la tercera planta del Hospital General de Albacete, acompañada por mi hermana.

Aquella mañana, la nuera de mi compañera de habitación apareció por la puerta cargada con un televisor. "No íbamos a perdernos la gran boda", nos dijo con una sonrisa. Y aquel sencillo gesto nos sacó de la monotonía de otro aburrido día de hospital y nos tuvo entretenidas unas horas mientras comentábamos el despliegue de medios, y el interminable desfile de aristócratas, miembros de casas reales, políticos y grandes personalidades de todos los ámbitos, emperifollados para la ocasión.  Enfundados ellos, en elegantes trajes hechos a medida y ellas, en modelitos no aptos para todos los bolsillos, encorsetadas bajo pamelas y tocados imposibles.

El cielo de Madrid diluviaba ante las caras de resignación de los involucrados. Hubo anécdotas varias (que los comentaristas agradecieron, claro está), alguna lágrima furtiva e incluso alguna patada desafortunada y rememorada después hasta la saciedad. Para terminar, baño de masas con vítores y banderitas en las calles, al más puro estilo inglés (aunque sin merchandising, menos mal). 

Cómo pasan los años... Veinte ya, desde mi "agradable" estancia de un mes en el hospital. Veinte años de un diagnóstico que me cambió la vida. Veinte años de una experiencia que supuso un antes y un después de lo que soy; que me apartó de mi trabajo, de mi familia, de mis amigos. Que fue un verdadero baño de realidad, haciéndome consciente de mi vulnerabilidad, de que mi cuerpo no puede soportar un ritmo trepidante demasiado tiempo. 

—Hasta aquí— me dijo él. 

—Touché— le contesté yo. 

Y no me quedó otra que asumir la nueva situación.

Durante semanas, no pude comer nada,  atada día y noche a una máquina que emitía un pitido ensordecedor cada vez que tenían que cambiar los goteros. A la debilidad de mi cuerpo se fueron uniendo el cansancio, el sueño, el hartazgo al ver la lentitud de la mejoría, el aburrimiento... La vida entre las paredes de un hospital tiene un ritmo distinto. Cada día parece igual que el anterior,  se repiten invariablemente rutinas, horarios, tomas... Y mientras tanto, afuera la vida continua sin ti. Quizá por eso, una boda real puede convertirse en algo muy especial, lo mismo que la compañía de los tuyos, (cuánto bien me hicieron) y las numerosas llamadas, visitas, regalos y muestras de cariño que recibí durante aquellos días. Me dieron vida, mucha vida.

Afortunadamente, fui recuperando poco a poco la salud gracias a las excelsas cantidades de corticoides que me suministraron.  Salí de allí un mes después, y creo que aquel fue uno de los días más felices de mi vida. Tanto, que cuando volví a ver la torre de mi pueblo se me saltaban las lágrimas de emoción. 

Pero mi recuperada salud consistía en una enfermedad crónica con la que tendría que aprender a vivir y en un tratamiento diario para mantenerla a raya. Podría ser peor, supongo que me dije a mí misma. Y aunque pudiera parecer lo contrario, recordar este  aniversario es como celebrar una segunda oportunidad, una nueva vida en la que valorar lo que realmente importa y dejar de lado todo lo demás.

No sé si ya existía hace veinte años, pero en la actualidad, el 19 de mayo se celebra el Día Mundial de la Enfermedad Inflamatoria Intestinal. Por aquel entonces, casi nadie había oído hablar de esta enfermedad, y yo misma tuve que buscar en el ordenador de la biblioteca del hospital qué era aquello que me acababan de detectar. Hoy está patología afecta a casi 400.000 personas en España, aunque todavía resulta desconocida para muchos, de ahí la importancia de darle visibilidad.

Es fundamental que los entornos de las personas con EII, amigos/as, familiares, compañeros/as, estén informados y sean conscientes de las limitaciones y necesidades de los enfermos. Y escribirlo o contarlo puede ayudar a nuevos enfermos a superarlo. En eso andamos. 

En estos veinte años he perdido a muchos, demasiados seres queridos, que me acompañaron y arroparon en aquellos momentos difíciles. La mayoría se fueron también demasiado pronto, así que... ¿Por qué no celebrar este aniversario? 

Brindo por otros veinte años de "salud". 



viernes, 19 de abril de 2024

Quercus. En la raya del infinito

 


"El hombre que olvida sus raíces 

no tiene futuro"

Rafael Cabanillas


Cuando la lectura forma parte de tu propia esencia desde pequeña, ejercer la profesión de bibliotecaria es un auténtico regalo que te permite descubrir libros maravillosos y conocer, en muchas ocasiones, a sus autores. Si además te gusta escribir, resulta tentador dejar constancia y compartir con el resto del mundo, aquellos hallazgos extraordinarios con los que a veces tienes la suerte de encontrarte.

Mi último hallazgo ha sido Quercus, la primera novela de una trilogía escrita por el manchego Rafael Cabanillas y después de su lectura, no puedo hacer otra cosa que hablar maravillas  de ella y recomendarla a todo aquel que me preste oídos.

Curiosamente, este libro me esperaba pacientemente en su estante desde hace unos cuantos meses ya. Conseguí el lote para leerlo y comentarlo en el club de lectura y con tan solo unas páginas leídas, no hice sino preguntarme cómo había tardado tanto tiempo en adentrarme en esta hermosa historia. Hermosa, sí, como la frondosa encina que luce en su portada recortada en el horizonte. Pero dura, durísima, tanto, que se nos queda clavada en las entrañas para siempre. 

La novela fue publicada en 2019 por una editorial modesta como es Cuarto Centenario y tras varias ediciones y un imparable éxito entre los lectores, (fruto del boca a boca, que no de costosas campañas publicitarias como ocurre en otros muchos casos), la crítica la compara ya con Intemperie, la magnífica novela de Javier Carrasco, o con los Santos Inocentes de Miguel Delibes, ahí  es nada. Coincido con ellos, puesto que desde el principio me recordó a ambas novelas sin haber leído crítica alguna, y aplaudo, desde luego, su merecido éxito. Según el propio autor, este es un homenaje a su admirado Miguel Delibes y no es casualidad que Rafael omitiera los puntos y aparte como hiciera el vallisoletano en su novela.

Los libros son ventanas abiertas al mundo. Al mundo real y al de la imaginación. Ventanas abiertas a millones de historias por descubrir o a nuestra propia historia. Y Quercus nos abre una ventana a un relato estremecedor en donde muy pronto percibimos que ficción y realidad son aristas que convergen con demasiada facilidad. Quercus nos abre un universo de personajes inolvidables, (la mayoría inspirados en personas reales), de oficios olvidados o ya casi desaparecidos (como el  de carbonero, corchero, piconero, currucanero...) y nos retrotrae a un pasado no muy lejano en el que el hambre, la miseria, la dura vida del campo, las injusticias, las diferencias de clase, y el éxodo masivo a las ciudades eran el pan nuestro de cada día.

Se trata de una novela coral, aunque el protagonista indiscutible es el joven Abel, un personaje inolvidable inspirado en uno real, Francisco Muñoz, Paquillo. Rafael Cabanillas nos cuenta la historia utilizando la primera persona, como él mismo dice, "metido hasta los huesos" en la piel del protagonista. El lector sufre en carne propia su huida desesperada tras un trágico suceso, sus miedos, su difícil supervivencia, la desesperación que le atenaza... Siente la rabia y la emoción de una historia conmovedora y cruda, pero tremendamente bella y cargada de esperanza. 

Rafael Cabanillas ha dedicado su vida a la enseñanza, pero también a observar, a aprender, a escuchar y a recoger el testimonio de los habitantes de los pueblos donde dio clase. El mismo amor que Rafael profesa al campo y a la naturaleza, lo ha sabido inculcar a sus alumnos durante décadas. Y ese mismo amor rezuma en cada página de sus novelas. Sus libros huelen a jara, a romero, a lavanda, a campo y a monte. Describe tan bien los territorios y escenarios en los que suceden, que la naturaleza, los animales y la propia tierra se convierten también en protagonistas.

"El otoño es una especie de primavera invertida una primavera en extinción, que nunca quiere marcharse." . Así comienza Quercus, con una descripción del otoño tan bonita y evocadora, que enseguida te sientes inmerso en esta estación. No en todos los libros que nos gustan se conjugan los dos requisitos que todo escritor persigue: que sea una buena historia y que esté bien contada. En este caso Rafael Cabanillas logra su objetivo con creces, porque no solo nos cuenta una gran historia, sino que además, nos obsequia con una narración cuajada de imágenes, una prosa de gran lirismo, y un virtuosismo en el lenguaje envidiable. 

Pero además, su trilogía ha dado lugar al llamado Territorio Quercus (en los Montes de Toledo), en el que se encuentran tres rutas literarias que recorren los escenarios en los que están inspiradas sus obras.  En su lucha particular contra la despoblación de esa España vaciada que tan bien conoce Rafael, ha conseguido que  cientos de personas recorran estas rutas cada año, convirtiéndose así en un auténtico fenómeno cultural y turístico.  La cultura como elemento dinamizador, de la mano de un auténtico Quijote del siglo XXI cuya pasión ha obrado el milagro.

Conozco a Rafael Cabanillas desde hace apenas unas semanas y me han bastado para poder afirmar que se trata de una persona muy especial cuya cercanía y generosidad no abundan demasiado en los tiempos que corren. Lancé una bengala al universo de internet por si acaso surtiera efecto, y a los pocos minutos ya estaba escuchando su voz a través del teléfono. "Ahora me va a ser imposible ir a tu biblioteca, pero te propongo que seáis vosotros los que vengáis a verme  a mí"... Y así fue como surgió la idea de realizar un viaje a Navas de la Estena, en el Parque Nacional de Cabañeros. Un viaje para conocer a Rafael en persona y para disfrutar, una vez más, de esa conjunción tan maravillosa como es la unión de literatura y naturaleza.

Dice de Quercus su editor que todo el que lo lee lo acaba recomendando y no podría estar más de acuerdo. Hay libros que da pena que se terminen y este es uno de ellos. Y una vez concluido, te gustaría que todos lo leyesen, que disfrutasen tanto como tú lo has hecho de su lectura y de su verdad. Por suerte, aún tienes por delante Enjambre y Valhondo, las novelas que completan la trilogía y Maquila, su último título recién publicado.

Y para finalizar, esta humilde bibliotecaria dirá que Quercus es un libro para leer y releer, para regalar, y para guardar en tu biblioteca como un pequeño gran tesoro. La buena literatura sigue existiendo.



Biografía


Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) se formó en la Universidad Complutense de Madrid, tras lo cual se desplazó hasta París para continuar sus estudios, y a Suiza donde trabajó como profesor varios años. Además, realizó un máster de Educación para Adultos a través de la UNED. Incansable viajero con más de 50 países recorridos y experto en el África Occidental, en la actualidad es profesor de Lengua en el Instituto Hernán Pérez del Pulgar de Ciudad Real, labor que ha compaginado con una prolífica actividad como ponente y conferenciante en distintas universidades y congresos de todo el mundo: De Japón a Argentina, de China a Angola. Ha sido colaborador de National Geographic así como de distintos gobiernos y ONGs, y ha dedicado también parte de su carrera a trabajar en organismos e instituciones dedicadas a la educación, la cultura y el turismo. Por ejemplo, como responsable regional de la celebración en Castilla La Mancha del IV Centenario de la publicación del Quijote.

Cabanillas Saldaña cuenta con una amplia producción literaria desarrollada a lo largo de su carrera que le ha valido premios y reconocimientos de toda índole. En el ámbito editorial es autor de más de una decena de obras, con novelas como El secreto de Elvira Madigan, Al llegar el invierno, El llanto de la Clepsidra o MirtilloBlu, como algunas de las más destacadas. Su conocimiento sobre África le ha permitido también publicar libros de viajes como África en tu mirada u Hojas de Baobab, este último prologado por Javier Reverte. Su producción ha alcanzado también el género de los cuentos infantiles, fórmulas hibridas entre literatura y exposición, o centenares de artículos periodísticos.

Sin embargo, Quercus es con toda seguridad su obra de mayor éxito como atestigua la gran acogida entre la crítica especializada y el público. Publicada en 2019, la novela trata el fenómeno de la España vaciada y los pueblos de interior, a través de la figura de un joven que, tras la guerra civil, debe sobrevivir a su soledad y sus desdichas, intentando revertir la injusticia de esas tierras.

La fotografía es otro de los campos donde Cabanillas Saldaña ha destacado por su trabajo, con exposiciones itinerantes acerca del continente africano o de la figura de la mujer. También ha realizado trabajos en el campo audiovisual como el documental Cine para África, estrenado en Madrid en el 2015, del que es director y guionista.

La carrera del autor le ha valido premios como el Miguel Hernández a la labor educativa otorgado por Ministerio de Educación y Cultura o el premio de la Asociación Literaria de Castilla la Mancha, entre otros muchos. Quercus ha sido elegido Libro Recomendado 2020 por la Asociación de Libreros y la Red de Bibliotecas de CLM.


Rutas literarias



https://www.lanzadigital.com/castilla-la-mancha/las-rutas-literarias-quercus-enjambre-y-valhondo-estaran-presentes-en-fitur-2024/


https://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/montes-toledo-llegan-fitur-2024-rutas-literarias-20240117190234-nt.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.abc.es%2Fespana%2Fcastilla-la-mancha%2Fmontes-toledo-llegan-fitur-2024-rutas-literarias-20240117190234-nt.html



Blog

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https://blogs.publico.es/otrasmiradas/81667/leer/


domingo, 31 de diciembre de 2023

2024, ALLÁ VAMOS



Señores, llega un momento en la vida de todo hombre en que debe elegir entre resistir o huir. 
Yo elijo resistir.
Charles Bukowski,
Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones 




Dicen que no hay mal que cien años dure y que después de lo malo siempre viene lo bueno. Supongo que ambos dichos tienen su parte de razón, aunque no se cumplan siempre al pie de la letra. A veces la vida te obsequia con una piedra en el camino y después otra, y otra más y parece que se empeñe en ponerte todos los obstáculos posibles para que no consigas ver la luz al final del túnel. En otras ocasiones, no son piedras las que nos hacen tropezar. Caemos de lleno en un pozo cuya negrura y profundidad nos engulle sin remedio. Son auténticos cataclismos que alteran nuestra vida durante meses o años, para dejar después una profunda herida.

Así, andamos lidiando con esas pequeñas, aunque inoportunas piedras o con esos grandes cataclismos que arrasan todo a su paso, en este teatro llamado vida, lleno de incertidumbres, miedos, tristezas, dolor, pero también de pequeñas grandes alegrías. 

Acaba un año más, que parece haber pasado en un suspiro. Otro año que suma y que resta a la vez. Que ha transcurrido como cualquier otro, con sus cosas buenas y no tan buenas. Su mecha ya casi extinta, pronto será sustituida por una nueva llama que durará otros doce meses.

En mi caso, que vaya a acabar y empezar el año con mal pie, es algo innegable. Y no miento tampoco si digo que desde hace ya diez días me levanto cada mañana con el pie izquierdo. No es que me haya dado de repente un alarmante ataque de negatividad, es simplemente, que una operación de pie en plenas vísperas de la Navidad no es en absoluto el plan perfecto para estas fechas. La vida tiene estas cosas, que casi nunca sucede tal y como la habíamos imaginado. 

Pero como siempre, la vida nos enseña y nos da lecciones que no debemos olvidar. Por ejemplo, nos muestra lo afortunados que somos cuando tenemos salud, o cuando no nos duele nada, o cuando podemos levantarnos sin esfuerzo, caminar y coger un vaso de agua de la encimera. Apenas unos días coja y me han servido para darme cuenta de la cantidad de pasos que hago (que hacía) al día. Me he dado cuenta de que soy un culo inquieto, o quizá tenga uno de esos T.O.C.s que no te dejan sentarte tranquilamente sin haber hecho todo lo pendiente, sin haber recogido las migas del desayuno o sin haber dejado todo en su sitio. Mis acciones transcurren ahora a un ritmo desesperante, y ando midiendo las distancias, asegurando cada movimiento, calculando cada trayecto para no olvidar nada y no tener que repetirlo, no vaya a ser que un mal paso vaya a  empeorar la situación. A veces, para recorrer distancias cortas y casi de forma temeraria, salto a la pata coja, haciendo equilibrios sobre la pierna izquierda como si fuera un flamenco mareado. Menos mal que estoy ligera, que dice mi madre... En verdad, qué mal se pasa y qué inútil se siente una cuando el cuerpo no acompaña a la voluntad. En estas circunstancias, no queda otra que echar mano de toda la paciencia disponible.

Ha sido la primera vez en mi vida que me someto a una intervención quirúrgica, primer motivo para dar gracias y acordarme de todos aquellos que desde pequeños han de lidiar con enfermedades y operaciones de todo tipo. Y a pesar de que ésta carecía de importancia, no voy a negar que estaba bastante asustada. Menos mal que tuve apenas cuarenta y ocho horas para asimilar la noticia de una intervención inminente. Y menos mal también que me sedaron y no me enteré de nada, porque aunque con anestesia, no debe de ser muy agradable presenciar, notar o tan siquiera intuir, que un desconocido —por muy traumatólogo que sea— te seccione el hueso, se introduzca en tus entretelas, manipulando a su antojo los tejidos, huesos o tendones, y acabe reconstruyendo el desaguisado con un buen clavo, (que espero sea de buena calidad, aunque acabe pitando en los aeropuertos). Para rematar la faena, mi buen samaritano me obsequió con una hermosa tanda de puntos dignos del mismo monstruo de Frankenstein. Pues lo dicho, que menos mal que cuando desperté la faena ya había concluido y de todo lo ocurrido no sé más que lo que me contó someramente el autor, poco antes de dormirme.

—Léete estás hojas y firma —me dijo antes de entrar al quirófano. 

—De eso nada —le contesté—. Como lo lea, me voy de aquí por patas. (Yo, que leo hasta los prospectos de las vitaminas...)

Todavía conservo la enorme cruz en la pierna a operar, que me dibujaron con rotulador para no errar el tiro, aunque en mi caso no hubiera importado, porque el otro pie está para lo mismo. Aunque casero, no me parece un mal método para evitar confusiones, pero los hay desconfiados, como el caso de un señor que se llevó escrito de casa en la pierna: "esta es la buena". La anécdota me la contó un auxiliar muy amable que me atendió en el posoperatorio, y a saber, cuántas anécdotas tendrán los sanitarios de hospitales, enfermos y tratamientos varios. Recuerdo ahora aquella que contaba mi hermana de una anciana a la que iban a operar y le dijeron a su hija: quítele la ropa y la mete en esta bolsa. Cuando regresó la enfermera encontró a la anciana desnuda metida en la bolsa...

Me reí con la anécdota y me sentí estupendamente tras la operación. Habiendo echado una siestecita y con medio cuerpo totalmente dormido no podía pedir más. Pero llegando a casa el pie en cuestión comenzó a despertar y ganas me daban en ese momento de cortármelo y acabar de una vez con tanto sufrimiento.

Desde entonces han sido días complicados en todos los sentidos. Días de preparativos, reuniones, fiestas, encuentros de los que hemos tenido que prescindir prácticamente. Días de reposo y enclaustramiento, de moral baja y desánimo, mientras el resto del mundo celebra alegremente estas fiestas. Y han sido días de dolor, de intenso e insufrible dolor. 

Vivir con dolor permanente es muy duro. El mío no durará eternamente —o al menos en ello confío—, pero muchas personas conviven con él a todas horas y en muchos casos, de manera indefinida, sumidos en procesos oncológicos o crónicos. De todas esas personas me he acordado también en mi comparecencia; de todos los que sufren dolor cada día, un dolor que por desgracia no mejorará con el paso de las semanas ni de los meses, que no desaparecerá a no ser que ocurra un milagro. Y he pensado en lo difícil que debe de ser sonreír y seguir adelante si el dolor —un dolor lacerante que palpita intensamente desde lo más profundo de tu sistema nervioso— forma parte de tu vida. 

Qué bien se está cuando se está bien. Nos olvidamos de esa gran fortuna demasiado a menudo. Nos complicamos la vida con problemas, discusiones o vendetas y olvidamos lo importante. 

No hay nada mejor para valorar las cosas o a las personas, que perderlas, o que te las quiten por un tiempo.

No hay nada mejor para darnos cuenta de la fortuna de estar sanos, que estar enfermos o impedidos.

Y no hay nada mejor que te pase cualquier cosa, por pequeña que sea, para darte cuenta de toda la gente que te quiere y se interesa por tí.

Gracias a todos, familia y amigos, por estar siempre y por otro año cargado de buenos momentos. Los malos intentaremos enterrarlos y olvidarlos. Los buenos, asesorarlos y repetirlos el año que viene.

Os deseo salud, toda la salud del mundo, porque sin ella, poco importa lo demás.

¡Feliz año!

¡Feliz vida!

¡2024, allá vamos!




miércoles, 20 de septiembre de 2023

Hablando en plata. Pórtico Literario 2023

 





Este año he querido dedicar mi intervención en el Pórtico Literario a mi admirada Amparo Gavidia Murcia, una gran mujer que a lo largo de su vida ha participado en numerosas iniciativas y proyectos culturales en Munera, entre ellos, dicho Pórtico. 

Amparo Gavidia firmó durante años una sección en Ecos llamada Dicccionario Munerense. En ella, recogía palabras nuestras, algunas ya en desuso y explicaba su significado. En 2011 el Ayuntamiento de Munera, gracias a la Excma. Diputación de Albacete, publicó el libro del mismo nombre, haciéndole con él un homenaje a la labor de recopilación realizada por Amparo.

 
Con ese mismo diccionario entre las manos he escrito estos versos humorísticos. Sirva este poema para mandarle un afectuoso saludo a Amparo Gavidia, pero también para reivindicar con él nuestras raíces, porque tan importante es conocer y usar palabras tan bellas como las que componen los poemas de los grandes poetas, como conocer, y por qué no, usar, aquellas que un día utilizaban nuestros antepasados y que todavía emplean habitualmente muchos de nuestros mayores.

Espero que os guste.




Hablando en plata

Ya sabrán que aquí en Munera,
hablamos muy diferente
así se explica en el libro
Diccionario Munerense.

Aquí, los niños son guachos
y les gusta la juguesca,
no se caen, dan costalás,
y no lloran, gimoquean.

Si vuelven esollejaos
después de andar becerreros,
se liará una encendija,
un embolao cicatero.

Las chuches son galguerías,
los agujeros bujeros,
las manchas son chorliteras,
brazos y piernas son remos.

Salir a dar una vuelta
se dice a dar un bureo,
si llueve, hace mal oraje
y los ratos son ratejos.

Si te duele, es un remor,
si tienes sueño, soñisca,
el ansioso es agonioso,
y el tumulto, tropelliza.

Los que no paran en casa,
son llamados vitangueros,
los listos, espabilaos,
los tramposos, marrulleros.

Una pizca es una miaja,
el curioso, un licenciao,
la pesadumbre, es pesombre
y estar triste, emponzoñao.

La nieve aquí se regala
no es que se dé, se derrite.
Alguien grande es un tresnal,
y no es grasa, sino pringue.

Si los saco a relucir…
los abuelos van telendos,
las mujeres son flamencas
y hay mucho bigardo suelto.

A los que no tienen gracia
les dicen esaboríos,
y a aquellos con poca chicha,
esgalichaos o pansíos.

Lo gratis aquí es de balde,
lo sucio, retestinao,
las risotadas, risión
y estar loco, estar grillao.

En estos días de Feria
lo normal es sanochar,
mojarse bien el galillo
y a comer darse panzás.

Si no tenemos apaño,
nos compramos nuevos hatos,
y cuando nos da el ventusque,
cualquier cosa nos feriamos.

Como somos bullangueros,
acabamos machacaos.
No quiero mentar a nadie,
también algunos chispaos.

Si hasta aquí me has entendido,
coroque eres de Munera,
si tengo que traducir…
señas que vienes de fuera.

 

Gracias, María

  Con el corazón encogido aún por la terrible noticia y las lágrimas surcando mi rostro al contemplar su fotografía, intento escribir las pa...