15 de junio de 1977. Mientras los españoles acuden a votar libremente por primera vez en 41 años, una madre primeriza pasa un largo día en el hospital para, a última hora de la noche, dar a luz al primero de sus hijos.
Fue una niña, y como es normal, colmó de felicidad a sus padres. Pero la primogénita disfrutó muy poco de los privilegios de ser hija única, porque a los dos años y 3 días exactamente vino al mundo su hermana, y siguiendo casi la misma secuencia ininterrumpida, le siguieron después tres hijos más, esta vez varones.
Probablemente el hecho de ser la mayor de cinco hermanos de edades tan similares, le hizo asumir el rol de hermana mayor, responsable y aplicada, un rol que quizás no le correspondía por edad, pero también es cierto, que aquellos eran otros tiempos, y nada tenían que ver con los de ahora.
Y quizás también, el haber nacido, literalmente, al mismo tiempo que esta democracia de la que disfrutamos desde entonces, convirtiera a aquella niña en una persona de pensamiento libre y con firmes convicciones en cuanto a igualdad, fraternidad y justicia, aunque también es muy probable, que ese espíritu crítico y esas ideas que discrepan en muchas ocasiones de sus coetáneos, se hayan ido asentando con los años a base de leer cientos de libros, que son el acicate indiscutible para estos menesteres.
En cualquier caso, las personas somos como somos por múltiples factores que confluyen a lo largo y ancho de nuestras vidas, de modo que los genes son determinantes, aunque desde luego, no son los únicos que marcarán nuestra personalidad adulta; ésta será fruto de muchas otras circunstancias como el ambiente, las experiencias vividas, el amor y las atenciones recibidas, la resiliencia de cada cual (sin duda, esta palabreja tan de moda es del todo imprescindible si no queremos desfallecer en el intento), y según los gustos y opiniones, podríamos añadir también en este punto la suerte o azar (que también a veces se empeña en torcer el más prometedor de los destinos, o de enderezarlo, claro está).
En mi caso, no sabría decir a qué debo exactamente el ser la persona en la que me he convertido hoy por hoy. A la genética... seguro que mucho, pues reconozco en mí muchas virtudes y defectos (de todo hay en la viña del señor) de mis progenitores (gracias mamá y papá). Al entorno familiar y social que me ha rodeado a lo largo de mi vida, qué duda cabe, y a todo lo vivido, tanto a lo bueno como a lo malo, pues por supuesto que también.
Los años pasan y van moldeando nuestra forma de ser hasta convertirnos en lo que somos, y cómo pasan de rápido, por Dios... Cada vez más rápido.
"El día que naciste se votaba por primera vez, y yo no pude votar", repite cada 15 de junio mi madre, para quien quiera escucharla. Y es que cuando una cumple años un 15 de junio, no sabe exactamente el santo que se celebra (Santa María Micaela del Santísimo Sacramento, me acabo de enterar), porque los telediarios se encargan de recordar, año tras año, la importancia de ese día de nuestra historia reciente: Las primeras elecciones democráticas después de décadas de dictadura, una fiesta que toda España celebró entonces, aunque alguno se quedara sin votar, como mi madre, pero creo que no le importó demasiado, porque tenía otras cosas más urgentes que atender en aquel preciso momento...
Dicen de nuestra democracia que sigue siendo joven, y ahí, no sé si compartiría exactamente la afirmación, porque 43 años... ya tienen enjundia, y aunque mantengo (y espero poder mantener siempre) que los años solo han de cumplirse por fuera, y conservar el espíritu y la mente tan jóvenes como sea posible, los años son los que son, ¿para qué quitárselos? Ahora, cuidadito con echarle a una demás, que ya os digo que no conozco a nadie que no le siente mal tal brete...
Pues sí, un año más... y un año menos me digo siempre, pero no con tristeza ni con rabia. Sí lo hago últimamente con pasmosa incredulidad al pronunciar mi edad, porque de veras que me parece mentira tener ya esta cantidad de años a mis espaldas. Pero es lo que hay, los años pasan para todos, no hay que renegar de ellos, sino acogerlos con todo lo hermoso, y lo infame, que nos traen.
Resulta inevitable, (y del todo necesario) cumplir años, seguir sumando años, y décadas, una tras otra, y que llegue el día en que la cifra resulte bochornosa, casi impronunciable... Puede hasta que nos aborden las dudas cuando alguien nos pregunte nuestra edad y respondamos en voz alta una cantidad de años que nos parece mentira que sean los que llevamos a cuestas, pero vaya si los llevamos, todos toditos nuestros, sin discusión...
Decía Isabel Allende: "Uno viene al mundo a perderlo todo. Mientras más uno vive, más pierde", y no puedo estar más de acuerdo. Nos pasamos la vida perdiendo, perdiendo amigos, seres queridos, perdemos a nuestros padres, a nuestras mascotas... Y vamos perdiendo además un montón de cosas más: la inocencia, la juventud, la memoria, la fuerza y la energía, el tiempo (quién pudiera comprar el tiempo: póngame cuarto y mitad de tiempo, por favor), hasta que finalmente perdemos nuestra propia vida.
Sin duda, el ir perdiendo todas esas cosas y personas es lo peor de cumplir años. Sin embargo, yo añadiría además que no solo perdemos, sino que también son muchas las cosas que ganamos a lo largo de nuestra vida, y como siempre, no me refiero a cosas materiales, sino a todos los momentos, experiencias, emociones, y personas especiales con las que compartimos, antes o después, nuestros destinos. Y es en días como el de tu cumpleaños, cuando eres realmente consciente de lo afortunada que eres, de la riqueza inmensa que has atesorado a lo largo de todos estos años, de que sí, aunque no las veas a diario, existen muchas personas que te aprecian y que aprecias y a las que tienes un cariño especial y recíproco.
Son tantas las muestras de afecto que he recibido, que no tengo palabras para transmitir mi gratitud. Llamadas, mensajes, felicitaciones de todo tipo que no han hecho sino constatar una vez más mi infinita fortuna. Las he recibido con una sonrisa en la boca, y he contestado a todas y cada una de ellas (espero no haberme olvidado de nadie).
Este año no he soplado las velas de la tarta (prohibido), tampoco he recibido besos, ni me han tirado las orejas (tampoco se puede), no hemos hecho una gran fiesta (aforo reducido y distancia de seguridad). Ya sabemos que una pandemia lo cambia todo...
Pero no importa, este año también he sido feliz, y el día de mi cumpleaños me fui a la cama pensando: en esto consiste la felicidad.
Felicidad es... escuchar los mensajes de voz de mis queridas niñas y niños: "Me ha dicho un pajarito que hoy es tu cumpleaños"... Enamorada sigo.
Felicidad es... que te canten el cumpleaños feliz unas voces diminutas que consiguen emocionarte, como si se tratara del mismo Orfeón Donostiarra.
Felicidad es... recibir decenas y decenas de mensajes de felicitación de amigos y conocidos que se han tomado unos segundos de su tiempo para hacérmelas llegar.
Felicidad es... que alguien venga a la biblioteca a propósito: "Sólo hemos subido a felicitarte".
Felicidad es... poder compartir tu día con tu familia un año más, sin más pretensiones, solo disfrutando de su presencia. Qué suerte tenerles.
Felicidad es... saber que tienes un montón de gente, que aunque no veas a diario, están ahí para ti.
Felicidad es... eso que tú me das.
Eso que tú me das... esa es la melodía que le he puesto a mi cumpleaños, por esa manía que tengo siempre (y que no puedo remediar), de escuchar en mi cabeza una música que me gusta especialmente y que relaciono con algún momento vivido, con un pensamiento, o con algo concreto.
Pues así las cosas, estos días ando tarareando esta última canción de Pau Donés, cuya muerte he lamentado profundamente. Con ella acabo estas líneas, porque describe perfectamente la enorme gratitud que le tengo a la vida, y a tantas personas maravillosas con las que he ido tropezando y tejiendo lazos de amistad a lo largo de todos estos años...
Sin duda, como reza la canción, todas ellas son, -sois-, MI TESORO.
GRACIAS.
Dicen de nuestra democracia que sigue siendo joven, y ahí, no sé si compartiría exactamente la afirmación, porque 43 años... ya tienen enjundia, y aunque mantengo (y espero poder mantener siempre) que los años solo han de cumplirse por fuera, y conservar el espíritu y la mente tan jóvenes como sea posible, los años son los que son, ¿para qué quitárselos? Ahora, cuidadito con echarle a una demás, que ya os digo que no conozco a nadie que no le siente mal tal brete...
Pues sí, un año más... y un año menos me digo siempre, pero no con tristeza ni con rabia. Sí lo hago últimamente con pasmosa incredulidad al pronunciar mi edad, porque de veras que me parece mentira tener ya esta cantidad de años a mis espaldas. Pero es lo que hay, los años pasan para todos, no hay que renegar de ellos, sino acogerlos con todo lo hermoso, y lo infame, que nos traen.
Resulta inevitable, (y del todo necesario) cumplir años, seguir sumando años, y décadas, una tras otra, y que llegue el día en que la cifra resulte bochornosa, casi impronunciable... Puede hasta que nos aborden las dudas cuando alguien nos pregunte nuestra edad y respondamos en voz alta una cantidad de años que nos parece mentira que sean los que llevamos a cuestas, pero vaya si los llevamos, todos toditos nuestros, sin discusión...
Decía Isabel Allende: "Uno viene al mundo a perderlo todo. Mientras más uno vive, más pierde", y no puedo estar más de acuerdo. Nos pasamos la vida perdiendo, perdiendo amigos, seres queridos, perdemos a nuestros padres, a nuestras mascotas... Y vamos perdiendo además un montón de cosas más: la inocencia, la juventud, la memoria, la fuerza y la energía, el tiempo (quién pudiera comprar el tiempo: póngame cuarto y mitad de tiempo, por favor), hasta que finalmente perdemos nuestra propia vida.
Sin duda, el ir perdiendo todas esas cosas y personas es lo peor de cumplir años. Sin embargo, yo añadiría además que no solo perdemos, sino que también son muchas las cosas que ganamos a lo largo de nuestra vida, y como siempre, no me refiero a cosas materiales, sino a todos los momentos, experiencias, emociones, y personas especiales con las que compartimos, antes o después, nuestros destinos. Y es en días como el de tu cumpleaños, cuando eres realmente consciente de lo afortunada que eres, de la riqueza inmensa que has atesorado a lo largo de todos estos años, de que sí, aunque no las veas a diario, existen muchas personas que te aprecian y que aprecias y a las que tienes un cariño especial y recíproco.
Son tantas las muestras de afecto que he recibido, que no tengo palabras para transmitir mi gratitud. Llamadas, mensajes, felicitaciones de todo tipo que no han hecho sino constatar una vez más mi infinita fortuna. Las he recibido con una sonrisa en la boca, y he contestado a todas y cada una de ellas (espero no haberme olvidado de nadie).
Este año no he soplado las velas de la tarta (prohibido), tampoco he recibido besos, ni me han tirado las orejas (tampoco se puede), no hemos hecho una gran fiesta (aforo reducido y distancia de seguridad). Ya sabemos que una pandemia lo cambia todo...
Pero no importa, este año también he sido feliz, y el día de mi cumpleaños me fui a la cama pensando: en esto consiste la felicidad.
Felicidad es... escuchar los mensajes de voz de mis queridas niñas y niños: "Me ha dicho un pajarito que hoy es tu cumpleaños"... Enamorada sigo.
Felicidad es... que te canten el cumpleaños feliz unas voces diminutas que consiguen emocionarte, como si se tratara del mismo Orfeón Donostiarra.
Felicidad es... recibir decenas y decenas de mensajes de felicitación de amigos y conocidos que se han tomado unos segundos de su tiempo para hacérmelas llegar.
Felicidad es... que alguien venga a la biblioteca a propósito: "Sólo hemos subido a felicitarte".
Felicidad es... poder compartir tu día con tu familia un año más, sin más pretensiones, solo disfrutando de su presencia. Qué suerte tenerles.
Felicidad es... saber que tienes un montón de gente, que aunque no veas a diario, están ahí para ti.
Felicidad es... eso que tú me das.
Eso que tú me das... esa es la melodía que le he puesto a mi cumpleaños, por esa manía que tengo siempre (y que no puedo remediar), de escuchar en mi cabeza una música que me gusta especialmente y que relaciono con algún momento vivido, con un pensamiento, o con algo concreto.
Pues así las cosas, estos días ando tarareando esta última canción de Pau Donés, cuya muerte he lamentado profundamente. Con ella acabo estas líneas, porque describe perfectamente la enorme gratitud que le tengo a la vida, y a tantas personas maravillosas con las que he ido tropezando y tejiendo lazos de amistad a lo largo de todos estos años...
Sin duda, como reza la canción, todas ellas son, -sois-, MI TESORO.
GRACIAS.
Eso que tú me das
Es mucho más de lo que pido
Todo lo que me das
Es lo que ahora necesito
Eso que tú me das
No creo lo tenga merecido
Todo lo que me das
Te estaré siempre agradecido
Así que gracias por estar
Por tu amistad y tu compañía
Eres lo, lo mejor que me ha dado la vida
Por todo lo que recibí
Estar aquí vale la pena
Gracias a ti seguí
Remando contra la marea
Con todo lo que recibí
Ahora sé que no estoy solo
Ahora te tengo a ti
Amigo mío, mi tesoro
Así que gracias por estar
Por tu amistad y tu compañía
Eres lo, lo mejor que me ha dado la vida
Todo te lo voy a dar
Tu calidad, por tu alegría
Me ayudaste a remontar
A superarme día a…
Epílogo:
Pau Donés murió el 9 de junio de 2020.
Tenía 53 años, y llevaba 5 años luchando contra un cáncer.
Su voz se apagó, y con ella, una gran persona
que nunca quiso ser considerado un héroe,
y que odiaba que lo llamasen valiente, pero lo fue.
Luchó y dio ejemplo de cómo enfrentar una enfermedad,
y de cómo ser feliz con ella, aceptando sus últimas consecuencias.
Afortunadamente, nos ha dejado su legado en forma de música,
de canciones que uno no se cansa de escuchar una y otra vez.
Gracias Pau por todo lo que nos diste.
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