"Jamás pensamos en el invierno
pero el invierno llega, aunque no quieras".
R. J.
Escribo para poder respirar. Como si las palabras fueran el oxígeno con el que seguir respirando... con el que seguir viviendo, con el que seguir afanando...
Escribo para que el alma de las palabras, hecha de aliento, de vaho, acabe con los silencios...
Escribo por los mudos. Por todos aquellos hombres y mujeres que se quedaron mudos cuando les arrancaron de cuajo la voz y las palabras...
Escribo para no morir de hambre. Como si cada palabra fuera un mendrugo de pan con que alimentarse...
A modo de prólogo, como un domador de vientos con su lazo de palabras, escribe Rafael Cabanillas uno de los alegatos por la escritura más hermosos que he leído. Cada párrafo, una sentencia, una verdad irrefutable, una puñalada certera en el corazón. Vaya comienzo de libro, una declaración de intenciones tan poderosa y de tal belleza que sobrecoge. Algo tan bonito solo lo pueden escribir los poetas y Rafael Cabanillas, sin duda, tiene alma de poeta.
Nos invita el autor de esta manera magistral a adentrarnos en una nueva historia, independiente del universo Quercus, aunque enraizada en las mismas entrañas: la vida que fluye a través de los años, entre sueños, deseos insatisfechos, decepciones, pérdidas. Nos traslada otra vez con su pluma a otro tiempo, no demasiado lejano, en el que la miseria, el hambre y el frío eran el pan nuestro de cada día. La mera supervivencia, de los que no tuvieron la suerte de nacer en una cuna sino en un chozo, viviendo como bestias, o mejor dicho, malviviendo.
Cómo olvidar ya ese chozo en el que se criaron el tío Justo y sus hermanos, ese chozo oscuro, lleno de humo y de goteras. Cómo olvidar a esa madre, merecedora de una estatua en pleno centro de Madrid y que representa a tantas mujeres de entonces, fuertes y trabajadoras. Mujeres que sufrieron en silencio toda clase de penurias, que trataron de engañar al hambre una y mil veces y que a pesar de todo, lograron sacar adelante a sus hijos. Quedará ya para siempre en mi memoria la historia de esa familia, de esos niños que tuvieron una infancia sin juguetes, sin posesiones, sin escuela. Una infancia que me recuerda demasiado a la que vivieron mis padres, mis tíos, mis abuelos y tantos otros. Tan bien descrita que en algún momento llegas a notar cómo el humo oprime tus pulmones o incluso esa inconfundible punzada de dolor que provoca el hambre.
Y nos traslada también Maquila a otro espacio, a Madrid, a través de la mirada de Manuel, bibliotecario en la Biblioteca Nacional. Conoceremos su historia de amor y desamor con Desirée, forjada entre libros, silencios y miradas. Con él viviremos la reconstrucción del molino del abuelo Maquila, del que toma el nombre la novela. Será ésta una difícil empresa que le llevará veinte años. Una metáfora de la propia vida. Y conoceremos también la historia de sus padres, Lucía y Edilio. El éxodo a la gran ciudad para buscar un mejor porvenir, para encontrar la indignidad de una diminuta portería convertida en hogar.
Gracias a ese molino, dos personajes tan distantes como Manuel y Justo, cruzarán sus caminos. Será el tío Justo el que le muestre a Manuel su particular visión del mundo. El que le enseñe a través de sus pensamientos lo equivocado de la sociedad actual. El hombre hace mucho que dio la espalda a la naturaleza, destruyéndola sin remedio, sin darse cuenta de que, con ello, se destruye también así mismo. Justo rescatará del olvido retazos de su propia historia. La del cojo Melquiades y su mujer Ángela, la de sus hermanos. Su dura infancia, su juventud marcada por un golpe de suerte (que Dios aprieta, pero no ahoga, diría él). Su historia de amor con la Modesta, convertida con el devenir de los años en cariño y compañía.
Muchos son los pasajes memorables y muchos los temas que aparecen en esta novela. La desesperación de una madre por su hijo muerto. La avaricia que mata. La persistencia de un cabrero que se resiste a abandonar su vida de pastor. La violencia, siempre presente en esas tierras. Las injusticias, que jalonan las historias, allá donde mires.
Pero sin duda, la columna que vertebra la novela de Cabanillas es Lucía. Una madre atrapada por la terrible enfermedad del alzhéimer, apagando la luz de su conciencia, de su pensamiento, de su ser. Dejando a oscuras los últimos años de su vida. Y un hijo desbordado por su imparable declive, que finalmente decide acompañar a su madre en el último viaje, colmar de amor su último aliento.
Como afirma el propio autor, se trata de una novela para ajustar las cuentas con la muerte, para intentar reparar el daño, reconstruir la paz. Lo que pudo haber sido y no fue. La literatura para sanar las heridas del alma. Inyectarse fantasía para no morir de realidad, que decía Bradbury. Un libro convertido en el más hermoso homenaje de un hijo a una madre.
Otra magnífica novela de Rafael Cabanillas.
Y para terminar, algunas frases sacadas de Maquila, que merecen ser recordadas, anotadas y leídas repetidas veces, por las grandes verdades que encierran. Maravillosas todas.
"Si la felicidad existe, debe ser la suma de esos instantes de belleza efímera".
"Gracias a las mujeres, a su buena cabeza, que si no fuera por ellas, la especie humana haría siglos que se habría ido a la mierda...".
"¿Qué le vamos a dejar a nuestros hijos y a nuestros nietos?
"La gente vive amargada porque les han metido en la cabeza que la única forma de ser feliz es teniendo muchas cosas. Para conseguirlas hay que trabajar muchas horas. Por eso sobran los hijos, los padres y si te descuidas hasta el perro".
"¿La vida para ella? Un engaño, una decepción. El timo de la estampita..."
"Te parece padre poca revolución la que tienes dentro de este chozo?"
"Los animales son tan felices porque viven en el presente".
"Sin saber el pobre infeliz, que, si se lee, es precisamente para desdoblarse, multiplicarse y poder vivir otras vidas. Mil vidas a la vez. Para vivir en la eternidad de los libros".
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