domingo, 13 de octubre de 2024

Quercus, un viaje inolvidable

"Para viajar no hay mejor 
nave que un libro".
               Emily Dickinson






Cuántos momentos inolvidables y cuánta felicidad me está brindando la literatura en estos más de veinte años de profesión. Gracias a Quercus, la gran novela de Rafael Cabanillas, he podido vivir y disfrutar los últimos. Y no falto a la verdad, si digo que este libro ha supuesto un viaje en todos los sentidos.

Por diversos motivos que no vienen al caso, yo no he viajado demasiado (si me comparo con gente que se pasa la vida planeando nuevos viajes y viajando a lugares inimaginables para mí). Pero por suerte, hace muchos años descubrí que también se puede viajar leyendo. Porque los libros, además de hacernos disfrutar, tienen la capacidad de transportarnos a países lejanos o a recónditos rincones del planeta. Del mismo modo, nos hacen viajar en el tiempo, a épocas remotas, o a nuestra propia infancia. Por último y no menos importante, suponen un viaje interior a las entrañas de lo que somos, de ese ser humano tejido de pensamientos y emociones en el que nos hemos convertido. Estoy convencida de que los libros, mejor dicho, los buenos libros, al igual que los viajes, nos transforman y dejan en nosotros una huella imborrable. Y como decía, Quercus, además de dejar una profunda huella en mí, ha sido un viaje en sí mismo. Un extraordinario viaje que comenzó con su lectura y que culminó con un desplazamiento en autobús de más de doscientos kilómetros a Navas de Estena, en el Parque Nacional de Cabañeros, para hacer la ruta del mismo nombre y conocer al artífice de este pequeño gran milagro literario. 

Además, leer Quercus ha supuesto también volver a escribir. "Es cuestión de método y de ponerse", me dijo Rafael cuando le comenté que últimamente no encuentro el momento para hacerlo. ¡Ay! Don Rafael... qué método voy a seguir yo en este caos de prisas y horarios que llevo... Pero llegó Quercus y lo cambió todo, porque últimamente ando esbozando en mi cabeza frases, a veces párrafos completos, mientras hago las camas, friego o barro las hojas del patio. Será que el único método que conozco es la inspiración, o mejor dicho, la necesidad imperiosa de contar, de escribir, de compartir ciertas cosas. Así que... ¿Cómo iba yo a dejar de compartir este viaje tan bonito? Imposible. 


Era el primer viaje del Club de Lectura Carpe Diem desde antes de la pandemia, (me cuesta recordar cuál fue el último). Diecinueve temporadas cumplimos ya compartiendo lecturas, tertulias y vidas. Y de vez en cuando, también encuentros, charlas, comidas y viajes como este. Somos poquitas, entre diez y quince mujeres, aunque a los viajes se nos unen siempre algunos maridos y otros usuarios de la biblioteca. Seamos las que seamos, siempre es un placer viajar con ellas (hablo en femenino porque son amplia mayoría). Entusiastas, comprensivas si algo no sale según lo previsto y siempre dispuestas a pasar un rato agradable, ya sea en un museo, en una obra de teatro o en una visita guiada. Qué suerte y qué gran familia hemos formado a lo largo de estos años.

Llegamos a Navas de Estena sin contratiempos y después de tomar un café nos dirigimos al punto de encuentro. El nublado cielo amenazaba lluvia, aunque finalmente solo cayó alguna chispa y nos hizo una temperatura perfecta. Junto al puente, bajo un hermoso quercus iniciamos nuestra ruta. ¿Dónde iba a comenzar si no? Allí escuchamos por primera vez a Rafael Cabanillas, embelesados por sus palabras, por sus historias, como aplicados alumnos ávidos por aprender una nueva lección.  

Una de las primeras lecciones fue ver un alcornoque listo para el descorche, cuyo interesante proceso nos explicó Rafael. Lo contó tan bien y con tanta pasión, que casi podría asegurar haber escuchado ese crujido único que produce la corteza al desprenderse del tronco.

Pudimos conocer también a Paquillo, persona afable y divertida, y sin duda, fuente inagotable de inspiración para Rafael. Intentábamos imaginar a este hombre ya entrado en años, cargando con un enorme venado sobre sus hombros, mientras nos hablaba de caza, del monte, de cómo vivían hasta hace unas cuantas décadas los vecinos de esas tierras... Nos acompañó durante toda la ruta e incluso realizó una exhibición de tiro con honda a la que asistimos boquiabiertos. Vaya personaje este Paquillo... Con su sonrisa bondadosa y ese gran sentido del humor del que hace gala, es una verdadera caja de sorpresas. Alardea entre risas de haber casado hace años a una famosa mujer de la alta sociedad (lo de los ciervos, pecata minuta ante un cotilleo tan suculento).

Así transcurrió nuestra ruta, entre risas, anécdotas, curiosidades... Siguiendo el itinerario de la llamada Ruta del Boquerón, fuimos rememorando pasajes de la novela, inmersos en un bello y espectacular paisaje. Rodeados de una naturaleza exuberante, impregnados del aroma de la jara, y rodeados por un vistoso lienzo de colores, en el que había desde arces hasta numerosas especies de quercus que me temo todavía no sabría distinguir: alcornoques, quejigos, robles...  El sonido del agua del río Estena nos acompañó también durante la mayor parte del camino, y pudimos comprobar su fuerza en épocas de crecidas, contemplando las ruinas del antiguo puente. 

Siguiendo el curso de la antigua carretera, pudimos también observar sobre la roca las curiosas huellas del pasado marino de esta zona, para terminar, con una sorpresa tan inesperada como incomprensible: una valla. Esta vez era metálica, no un cercado de piedra como en Quercus, pero qué más da el material. La realidad es la misma. Una cerca marcando los límites de la extensa finca de algún don Casto de carne y hueso, con su palacio, sus guardas y su caza privada. Esa era la sorpresa que nos esperaba al final de nuestra ruta, una alambrada cortando el paso en una antigua vía pública. Inexplicable. Menos mal que la idílica aparición  de un corzo junto a su madre, correteando en entre los árboles, logró despojarnos del regusto amargo que nos había dejado ese desconcertante prohibido el paso. 

Volvimos sobre nuestros pasos, sintiendo ya el hambre en el estómago y un poco cansados, pero sin duda encantados por la experiencia vivida. Nos esperaba la comida, en la que coincidimos con un numeroso grupo de lectores de la biblioteca de Soto del Real, que ese día hicieron también la ruta Quercus y el anterior habían hecho la de Valhondo. Entre ellos, dos simpáticos "guiris" con los que me hubiese gustado hablar un poco más.

Ya saciados, nos trasladamos al granero municipal, para asistir al plato fuerte del día, al encuentro con Rafael Cabanillas. Era el momento de las preguntas sobre sus libros, de compartir opiniones, de charlar distendidamente, de seguir disfrutando del autor para poner la guinda a una jornada memorable. El acto terminó con la firma de libros y ahí estoy yo, feliz y satisfecha a tras un día repleto de emociones que transcurrió tan fugaz como un suspiro. 

Fue en definitiva una jornada entrañable de convivencia, de maravillosa conjunción de literatura y naturaleza y otra excusa para seguir estrechando lazos de amistad. De ella me traigo muy buenos recuerdos y varios regalos.

El primero de ellos, poder conocer a Rafael.  Persona sabia, crítica, comprometida, generosa. El maestro que todos hubiéramos querido tener y que, para colmo, escribe como los ángeles. Hablar con él todos estos meses ha sido un regalo, pero también lo ha sido compartir textos de ida y vuelta, como el que comparte el mayor de los tesoros. Esa es, sin duda, la grandeza de la literatura, de la palabra. Así mismo, la generosidad con la que me ha obsequiado  Rafael, sus halagos que no son sino excesivos, suponen un acicate para seguir escribiendo. 
 
Pero conocer a Rafael en persona, ese sí que ha sido un auténtico premio. Compartir todo un día en su compañía, hablar de naturaleza, de literatura, de vida... Como si nos conociéramos desde siempre, para acabar haciéndonos confidencias de salud, sorprendidos ambos de tener demasiadas cosas en común. Qué increíbles coincidencias a veces.

Pensaba que la dedicatoria con la que firmó mi libro y que me emocionó infinitamente, sería el último y el mejor de los regalos, pero no. Rafael Cabanillas me vuelve a obsequiar,  incluyendo mi Anaquel de palabras en la página de la editorial Cuarto Centenario. Un verdadero honor para esta humilde bibliotecaria que un buen día aspiró a atesorar palabras, historias y pensamientos en un anaquel, al igual que lo lleva haciendo con los libros en su biblioteca.

"Sólo el tiempo podrá desvelar cuán alto vuelan los pájaros de mi cabeza", con esta frase terminaba mi primera entrada del blog hace ya unos cuantos años. Quién me iba a decir a mí que este anaquel llegaría tan lejos. Gracias, Rafael Cabanillas por este inolvidable viaje.



































jueves, 3 de octubre de 2024

En la raya del infinito




Estimado Rafael:

Acabo de terminar Valhondo y con el corazón encogido aún por la emoción, escribo sin saber muy bien dónde me llevarán las palabras. 

Después de leer Quercus quise compartir esa maravillosa lectura con todo aquel que amase la literatura. Quizá, porque siempre he pecado de ilusa y nunca he conocido demasiados límites para los deseos, quise traerte a Munera, a mi club de lectura, a mi biblioteca. Me dije: alguien que escribe algo así, tan profundo y tan bien escrito, merece la pena conocerlo y escucharlo. Me puse en contacto contigo por redes y a los pocos minutos estábamos hablando por teléfono.  "Yo no puedo ahora, pero si quieres, te propongo que seáis vosotros los que vengáis aquí, a la ruta Quercus, a Cabañeros". Así de fácil, con esa naturalidad y cercanía de la que hacen gala las grandes personas. Me animaste a escribir una reseña sobre tu novela y la elogiaste con toda la generosidad que te caracteriza. No sabes cuánto te lo agradezco y también que leyeras el resto de mi blog, un verdadero honor para mí. 

Me gustó tanto Quercus, que seguí leyendo el resto de la trilogía y Maquila. También hemos leído los tres títulos en mi club de lectura. Terminamos la temporada con Enjambre y este año la hemos comenzado con Valhondo. A ver qué libros selecciono yo para las próximas lecturas, con lo alto que ha quedado el listón. Pues Maquila, por supuesto... Si está libre será el siguiente en nuestra lista.

Me han emocionado las cartas de tus lectoras que transcribes al final de Valhondo. Supongo que por eso yo también quería dejar constancia de lo mucho que me han gustado tus libros. Si mi madre hubiera ido a la escuela, probablemente también ella te hubiera escrito una carta parecida, en la que te diera las gracias por dar voz a tantas voces silenciadas y por transportarla con tus historias a su infancia de hambre, frío y pobreza, aunque también de felicidad. Se leyó Quercus en apenas dos semanas, todo un record para alguien que lee a trompicones, (aprendió a leer de mayor y tiene que releer a menudo, porque no recuerda lo último leído). Y siguió leyendo Enjambre, Valhondo y Maquila. Todos le gustaron mucho y no sabes lo difícil que es encontrar un libro que comprenda, con un tema que le interese, con letra grande, y además que le guste. Hoy en día es pedir demasiado a lo que nos ofrece el mercado editorial. Imagino que les pasa a muchos mayores, así que lograr lo que has logrado con tus libros me parece ya muy meritorio. 

Por suerte, yo no he conocido esa pobreza que tan bien describes en tus libros, pero está trilogía me ha calado muy hondo. Será por las historias, que te atrapan desde el principio, o por los personajes, que se quedan contigo para siempre. Será por la poesía que rezuma en cada página, o por la presencia constante de la naturaleza, tan bien descrita que casi se huele y se percibe. Será por las verdades como puños que cuentas en tus libros y por tanta sabiduría que transmites con ellos. Por esos localismos y palabras tan nuestras y que no tenemos que buscar en el diccionario.  Por la dureza de las vidas de los personajes, que tan bien nos sabes contar  o por la ironía y el humor que tampoco faltan a lo largo de las páginas. Pero, supongo que uno de los motivos más importantes de que me hayan gustado tanto tus libros es que me han traído muchos recuerdos de mi padre. Durante años fue guarda mayor, primero en la Finca Las Beatas, que quizá conozcas, porque está en Ciudad Real y después en el Coto de Sotuélamos, al lado de Munera. Aunque se trataba de caza menor, el lenguaje era el mismo: las cacerías, los ojeos, los señoritos,  las perdices... Me has devuelto la imagen de mi padre con su uniforme verde o marrón y su sombrero, montado en aquel Land Rover que aparcaba enfrente de casa. Todavía, si te fijas, se pueden apreciar en el suelo las manchas de aceite que dejaba. Irnos con él algún domingo y recorrer el monte echándole pienso a las perdices era una fiesta. "Mira, un espárrago", nos decía desde su asiento en marcha, "¿has visto la seta?, ¿ves el búho en el nido?" Y nosotros no lo habíamos visto, claro que no. Porque él tenía la vista hecha al monte y a la naturaleza. La mirada de un hombre de campo que tampoco fue a la escuela, pero que era más sabio que muchos universitarios de hoy en día. Has hecho regresar a mi memoria ese aspecto tan importante de mi padre y te doy las gracias por ello. 

Quercus es impactante, maravilloso, imprescindible. Enjambre es pura ternura y Valhondo es un auténtico homenaje a los maestros y a la España rural. Con todos ellos he disfrutado, he sufrido, me he reído y me he emocionado. 

Siempre he pensado que un buen libro ha de escocer en el alma, ha de cambiar algo en tu interior, remover conciencias o sentimientos, qué más da. Y sin duda, tus libros lo consiguen. Pero diré más. Tus finales son magníficos. Qué finales... Que difícil cerrar bien un libro. Escribir un buen final es toda una proeza  y Rafael Cabanillas la supera con nota, sí señor. 

Cerrar el libro con una sonrisa en los labios, un brillo en los ojos y el vello erizado es algo que no sucede a menudo, pero que ocurre en cada uno de los libros de esta trilogía.  Eso es un buen final. El broche perfecto a un buen libro.  Un rumor, un eco de voces y palabras que se quedará ya contigo para siempre. Abel, Lucía, Tiresias, y el maravilloso maestro Rafael, que no es otro que el Rafael de carne y hueso, convertido ya también en personaje: don Rafael Cabanillas Saldaña. 

Se llaman lucha, orgullo y dignidad lo que nos ha regalado a los lectores este Quijote llamado Rafael. GRACIAS