martes, 11 de junio de 2019

Silencio



Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse como a una ventana llena de sol".
                                                                                                                                   
                                                         Ivonne Méndez  



Un 5 de junio nacía Federico García Lorca, el brillante poeta al que va dirigido este genuino y bonito verso, y también un 5 de junio quiso el destino, o tal vez el azar, que viniera al mundo la persona más importante de mi vida, mi hijo. Y desde el preciso instante de su nacimiento, se erigió  como una de esas maravillosas almas a las que siempre dan ganas de asomarse; Se convirtió, sin ser él consciente de ello, en mi ventana soleada particular...

Su llegada, de la que ya hacen 9 años,  lo cambió todo para siempre. Transformó mi mundo, nuestro mundo, y lo llenó de dicha, de luz, y de sonido. Llegó, y consiguió con su sola presencia, adormecer la tristeza que nos venía acompañando desde nuestra gran pérdida, sembrando en todos nosotros una nueva ilusión, una nueva esperanza en el futuro. Aterrizó en nuestras vidas para teñirlas de color y de alegría, e iluminó con sus preciosos ojos azules las tinieblas que hasta entonces nos ensombrecían. Entonaron, gracias a él, una nueva banda sonora nuestros días, una nueva y diferente melodía que desterró para siempre el denso silencio, que antes todo lo envolvía .

Los primeros meses fueron largos y agotadores. Su llanto incesante parecía no tener fin, y solo cuando dormía reinaba en el hogar el sosiego y la paz. A diario procurábamos dilatar esos ansiados momentos de silenciosa tregua, evitando  cualquier  sonido para que no despertara. Ahora añoro aquel primer año con nostalgia y colmo de reproches mis lejanos recuerdos.

El llanto cesó y dejó paso a la inquietud, a la desmesurada vitalidad que derrochaba  - y que continúa derrochando- nuestro pequeño torbellino. Y aunque le costó comenzar a hablar, una vez que su cerebro comprendió los vericuetos del lenguaje, ya no hubo manera de silenciar al pequeño loro parlante en que se convirtió.

Así fueron pasando los años, deprisa, muy deprisa, casi sin darnos cuenta.

Él...
Hablar, hablar y hablar, preguntar sin dejarte contestar.
Querer saber, mil cosas conocer... Parlotear, gritar, protestar, sin apenas escuchar... Y correr, y jugar, moverse sin parar...

Y yo...
Mandar callar, sin nada que esperar. Cuidar, mimar, mil miedos aplacar... Querer, soñar, con mis brazos abrazar... Besar, tocar, su cuerpo acariciar...


Así, ha transcurrido el tiempo implacable, siendo mi pequeño el centro de mi universo, el motor de mi vida, el verdadero sentido de mi existencia. Llenando de sonido cada uno de mis días y dejando paso a la calma tan solo, cuando al caer la noche, el sueño y el cansancio le acaban venciendo.


Sin embargo, hace unas semanas mi casa amaneció en absoluto silencio. Tardé unos instantes en recordar el motivo: mi hijo había dormido fuera por primera vez.

Esa mañana de mayo me envolvía un silencio extrañamente irreal, un vacío tan grande que parece mentira que fuese el que deja una personita de tan corta edad. Todo era silencio, un silencio sepulcral, un silencio tan inmenso como desolador. Esa mañana lo único que escuchaba era el estrepitoso ruido procedente de mis pensamientos.

 Durante las horas transcurridas en su ausencia, no escuché ni una sola vez su voz insistente llamándome mami, mami, ni tampoco me tropecé con ninguno de sus juguetes por el pasillo, ni escuché el sonido de los dibujos demasiado alto, ni encontré sus zapatillas o su ropa tiradas en cualquier lugar...

No estaba para repetirle una y mil veces lávate las manos, deja ya de jugar, baja el volumen al televisor, haz ya los deberes, o escúchame un segundo... Ese día nadie me repitió las mismas cosas diez veces como un papagayo, nadie me pidió ayuda para abrir un envase, ni me culpó por llegar tarde al cole después de estar viendo la tele hasta el último momento...

Pero cómo lo eché en falta, qué rara y qué perdida me sentía rodeada de ese indescriptible silencio... Y qué infinita tristeza al constatar que ese mismo silencio es el que me espera algún día. Llegará irremediablemente, y sólo estaremos el silencio y yo ... yo y el silencio. Volverá, tarde o temprano para quedarse, y no tendré más remedio que aprender a vivir con él. 

Mientras ese temido silencio llega a mi vida, solo deseo seguir  disfrutando, mucho, mucho tiempo, de este maravilloso y perfecto alboroto. 






1 comentario:

  1. Que ternura ...eso sólo lo pueden sentir las grandes y valientes madres como tú.😘

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