miércoles, 29 de agosto de 2018

Volver



"Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno"...

Volver... La banda sonora de la película de Almodóvar, nuestro manchego más conocido, martillea mi cabeza una y otra vez sin remedio, aunque no es al primer amor a donde regreso como reza la letra, sino al pasado, al lugar donde transcurrió gran parte de mi adolescencia, a ese bonito pueblo donde viví mi ahora lejana época de estudiante. 

 ¡Ay!... la época de estudiante, ¡la mejor! afirman algunos... No lo creo, pues tengo la firme voluntad de creer que la mejor época es y debe ser la presente y de que la locución Carpe Diem (disfruta el momento) ha de ser la máxima que rija nuestra existencia (a pesar de que, por desgracia, no todos los momentos de nuestra vida  sean gratos).

Pero sí, he de decir que, como la mayoría de la gente que conozco, yo también recuerdo ese tiempo de manera especial. Quizás porque por aquel entonces no había problemas importantes a la vista, (o no éramos conscientes de ellos), o por esa viveza de los jóvenes que invita a pasarlo bien y a hacer planes, a la acción, sin pensar en los peligros que acechan o en los posibles inconvenientes... o quizás simplemente por esa inconsciencia inherente a la juventud cuando la vida nos enseña su cara más amable y nos muestra un universo infinito de posibilidades de futuro...

 Sea como fuere, guardo en mi memoria aquellos días tan remotos con un cariño especial. No puedo evitar sentir una especie de tierna añoranza hacia aquella joven sencilla, tímida y buena estudiante que fui, y desde luego, tampoco he sido capaz en todo este tiempo de olvidar aquella etapa de mi vida que, sin duda, me marcó para siempre: a las personas con las que entablé amistad, a los profesores, a algunos de los cuales todavía guardo profunda admiración, y a tantos conocidos a los que todavía  me sigue haciendo ilusión reconocer al encontrarlos por casualidad después de tantos años.


Y sí, me hace mucha ilusión Volver, volver a ese lugar que durante 4 años fue mi segundo hogar, volver a recorrer sus estrechas calles empedradas, volver a encontrarme con mis antiguos compañeros de clase, con dos de mis mejores amigas del instituto, volver a revivir aquellos años olvidados que renacen de nuevo a pesar del tiempo transcurrido.

 Un cúmulo de sensaciones me acompañan en el trayecto que separa mi vida actual de ese pasado tan lejano al que me aproximo poco a poco. Un encuentro con los compañeros de clase del instituto, algo muy alejado de las fiestas de ex-alumnos americanas tan trilladas en las películas, -y tan deprimentes también- que en este caso se ha materializado en una larga y agradable comida entre un puñado de personas ya casi desconocidas que hace unos meses acogieron con entusiasmo un posible reencuentro después de la friolera de 23 años sin vernos...  Menos mal que, aún con algunas arrugas que ya han hecho acto de presencia en nuestros rostros y algún inevitable cambio físico, todavía no tenemos que lamentar aquello que decía la canción: "volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien"...  

Por fortuna no hemos cambiado demasiado y reconocemos fácilmente a aquellos jóvenes que fuimos  en estos cuerpos adultos por los que, aunque nos parezca increíble de asimilar,  han pasado más de dos décadas. Cada uno con su propia mochila a cuestas, sus problemas, sus logros, sus alegrías y sus penas... y a pesar de todo, nos miramos entre nosotros como el que mira a alguien sobradamente conocido y nos contamos nuestras vidas con la naturalidad de aquellos que hubiesen seguido viéndose cada semana. 

Después de reír recordando las bobadas con las que nos ofuscábamos entre nosotros, o con los profesores, los estragos que podía causar en nuestras apacibles vidas un examen sorpresa, o una mala nota, de intentar poner cara a los nombres de alumnos y profesores con los cuales convivimos y que la memoria se ha empeñado en sepultar para siempre en algún rincón del olvido... Después de recordar a todos y cada uno de los compañeros de clase, que por una u otra razón no acudieron a la cita, de rememorar las fiestas, los viajes, las anécdotas... en este dejavu  en el que me he sentido como si volviese a tener 17 años por unas cuantas horas, sólo puedo tener palabras de agradecimiento y de felicidad, ante tantas emociones y tantos sentimientos encontrados.

Qué momentos tan increíbles nos brinda la vida si sabemos aprovecharlos, y disfrutarlos como merecen, porque en definitiva, estamos hechos  de momentos vividos, de recuerdos y de experiencias compartidas.

Llegó la hora de volver a casa, y nos despedimos afectuosamente, no sin antes emplazarnos a un nuevo encuentro el año que viene. Dirijo otra vez la mirada hacia  las preciosas torres gemelas que vigilan impasibles desde hace siglos el devenir caprichoso de los viandantes de la plaza. Les doy la espalda y desando el camino por la angosta calle Mayor, que tantas veces recorrí, sumida todavía en el mágico hechizo de este extraordinario viaje en el tiempo. Marcho con una sonrisa en la boca y los ojos brillantes, convencida de haber vivido un encuentro maravilloso y entrañable  y preguntándome cómo ha podido pasar tanto tiempo...  Qué fugaces pasaron los años...  

Y de nuevo, suena la canción...

 Sentir que es un soplo la vida
 que veinte años no es nada
               ...